La relación que existe entre el pueblo, sus representantes y el futuro colectivo hoy más que nunca se encuentra en una dicotomía que manifestará sus peores consecuencias en las capas mas bajas de la estratificación social.
La pobreza, esa coma en el camino al desarrollo, hoy no tiene ninguna relevancia en la proyección de modificaciones estructurales, no tan sólo por la falta de perseverancia de los representantes binominales, sino porque el acervo popular no comprende a estos como un medio para el término de la injusticia social.
Entonces la pregunta es ¿cuánto falta para el gran salto hacia donde las grandes mayorías decidan? Claro está que las soluciones a estas interrogantes son tantas como las tesis de grado de las buenas escuelas de gobierno que hay en Chile, pero ¿que sucedería si las grandes mayorías atolondradas no quisieran ir a ninguna parte? ¿Que le sucederá a Chile en 10 años mas cuando la democracia representativa tenga realmente sus días contados y las decisiones de todos las tomen tres o cuatro?
Las democracias y la vitalidad de sus proyecciones también tienen que ver con las condiciones humanas y políticas de los que dicen representar. Por ello, cuando estas condiciones no existen o existen de forma diametralmente distinta a aquello que los manuales del progreso y desarrollo dictan, el sistema completo entra en crisis. La estratificación social, el endeudamiento juvenil y el clasismo educacional son las células cancerígenas de un cuerpo que comienza su última fase.
Hoy en el Chile político, ese del Congreso y sus pares, nadie juzga sus actos de futuro por cuánto puedan influir en las estructuras del poder sectario que representan. Con ello, el mantenimiento del orden por unos pocos está asegurado perpetuamente. El asunto ya no pasa por cuan de izquierda o derecha sea su parlamentario amigo, sino cuánto más cercano al mantenimiento de la máquina esté. Así, hombres blancos y negros duermen en las mismas camas, en los mismo viajes y bailan las mismas canciones, claro que las canciones hechas por otros y no por nosotros.
Eso del diagnóstico no tiene nada de novedoso, sin embargo sobre las soluciones el asunto se complica un poco más. ¿Serán posibles los cambios estructurales al modelo de desarrollo político y social desde la institucionalidad pactada? Aquello tiene por comprensión básica e histórica que los llamados a desarrollar, protagonizar y motivar dichos procesos deberían ser en primer lugar los partidos políticos.
Sin duda sería lo ideal, mas hoy en día no lo real, esto dado que mientras se comprendan lógicas instrumentales y contra mayoritarias en cada uno de ellos, estará consagrada su lenta y doliente muerte. El modelo entonces genera representantes sin incentivos de grandes reformas, dado que sus electores son el sustento mas claro de la poca necesidad de éstas. La transformación social y la denuncia crítica de lo injusto no tienen parangón ante el canto mayoritario de lo que hoy quiere el electorado.
Si los caminos no pasan ya por los partidos políticos, deberán pasar por la sociedad civil organizada. Ellos, desde la inequidad, la injusticia y la marginación mediática, deberán configurar manifestar las contradicciones del sistema; sólo así se podrá construir un discurso emanado desde condiciones legítimas. En ese escenario los Partidos deberán modificar sus estructuras, actos e intereses. El cambio se impulsará desde la sociedad civil organizada y los partidos, frente al abismo, deberán entregarse a lo que nunca debieron renunciar: su origen.
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