El nombre Julio Ponce Lerou suena en todas partes hoy en día. Soquimich, empresa que está a su cargo gracias a su suegro-el dictador Augusto Pinochet- ha sido uno de las principales financistas de campañas tanto de la derecha como de la Concertación. Sí, el yerno que obtuvo de manera dudosa una empresa del Estado de manos del militar más oscuro de nuestra historia, ha sido uno de los grandes auspiciadores de algunos de quienes lucharon para que se terminara el estado de sitio permanente en el que estaba convertido Chile.
Esto a muchos nos ha dejado claramente enrabiados con esa transición que cada día se torna más cuestionable ante nuestros ojos con el paso el tiempo. Y es que sentimos que hay temas morales y éticos que han ido apareciendo, y son los que tienen que ver con la concepción cómo se estaba construyendo la democracia. Resulta triste que algunos de quienes nos dijeron que estaban de nuestro lado para combatir un régimen de las características del cívico- militar que reinó durante diecisiete años, hayan olvidado todo lo que se luchó para así, una vez instauradas las instituciones democráticas, convertir el miedo y la rabia del pasado en conveniencia y en una falta de vergüenza bastante poco ejemplar para correr donde Julio Ponce sabiendo sus antecedentes.Es importante entender que lo que se conoce hoy es más profundo que un simple acto de corrupción. Esto es un pensamiento hegemónico, creado desde la derecha, y que se estableció como lo real y la única manera en que podríamos reconstruirnos luego de la dictadura.
Al parecer el manto democrático castró ciertas percepciones de moralidad y justicia. Toda la rabia había quedado atrás junto con la falta de Congreso y de representatividad. En ese momento ellos, todos los que habían construido la nueva convivencia democrática, eran la representación de lo que la gente quería, porque sabían cómo se construía lo democrático sin sangre y sin violencia.
Esa manera de concebir al nuevo Chile no sólo fue cobarde-y muchas veces comprensible por el miedo que les causó las botas de un militar que los arrasó- sino también altanera, total ellos tenían la fórmula de la realidad y eran los únicos que podían entenderla. Los únicos que podían decirnos lo que estaba bien o mal.
Ese tono altanero les hizo olvidar que el que estaba frente a ellos-Pinochet- era su carcelero y quien los había echado del país, y los que lo acompañaban eran los que habían ayudado a construir esa cárcel en la que se convirtió este país por años. Fueron los que aniquilaron con sus espíritus setenteros de cambios y los que construyeron sobre los huesos de muchos de sus amigos este nueva tierra en vías de desarrollo.
Olvidaron por completo, también, lo que fueron, porque la violenta manera en que les arrancaron la conciencia y el anhelo de construir otro país más justo y menos oligárquico los hizo solamente concentrar sus fuerzas en sacar al tirano de La Moneda de manera simple, con sus reglas, para que así no volviera por ellos.
Tuvieron que aguantar el asco que les causaba encontrarse con Ponce, Pinochet y Jaime Guzmán en cocteles de la elite, con tal de seguir sosteniendo, frente a quienes los cuestionaban, que lo que habían hecho era correcto. Que era la única manera de salir del autoritarismo era construir un régimen en donde no tuviéramos muy lejos a los autoritarios.
Con el tiempo la construcción del nuevo orden noventero se transformó en un acuerdo tácito entre el empresariado pinochetista y la Concertación. Era una necesidad recíproca en la que uno ayudaba al otro y así constantemente se creaba un lazo y una nueva manera de concebir lo posible. O mejor dicho lo que estaba en la medida de lo posible.
Por eso es que Julio Ponce Lerou es más que un empresario que se enriqueció al alero de su suegro en dictadura. Es uno de los garantes de lo que podríamos llamar el relato “pinochetista-progre”-como alguna vez lo llamó Fernando Paulsen- en el que hemos vivido. Es el hombre que le recuerda con su figura y su sonrisa sarcástica a todo político que se haya involucrado con él, cuáles son los motivos con los que se sustenta este sistema y por qué los cambios no eran parte del trato.
Los concertacionistas, gracias al miedo y al ego que tuvieron que levantar para esconderlo, no se atrevieron a mirarse al espejo y darse cuenta de lo que estaban construyendo. El asco se fue convirtiendo en costumbre y en lo posible.
Por lo tanto, es importante entender que lo que se conoce hoy es más profundo que un simple acto de corrupción. Esto es un pensamiento hegemónico, creado desde la derecha, y que se estableció como lo real y la única manera en que podríamos reconstruirnos luego de la dictadura. Como la única manera en que podríamos terminar realmente con los resabios dictatoriales, cuando lo cierto que es que lo único que se consiguió es perpetuarlos.
Comentarios
26 de abril
El pinochetismo ya no existe. Los que roban, los que defraudan al fisco, los que abusan comprando información a los agentes corruptos del Estado y los agentes corruptos del Estado que venden esa información, son simplemente una manga de sinvergüenzas por sí mismos, y están muy felices de que otros los defiendan diciendo que no es su culpa, que es de Pinochet, que es de las transnacionales, del neoliberalismo, del volcán Calbuco, del calentamiento global o de los ácaros.
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05 de mayo
Excelentes tus analisis, hablan de la verdad y lo haces de manera muy simple pero entendible.
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