La fuerza del cambio es irreversible y puede convertirse en un tsunami para la derecha inmovilista, (como también para Michelle Bachelet si no cumple lo prometido).
Ya es irrebatible que en los últimos cuatro años, a una velocidad de vértigo, Chile cambió; y que el protagonista de este cambio es el poderoso movimiento social liderado por los “hijos de la democracia”; una generación sin miedos y anti pragmática: no sufrieron la represión de la dictadura y están formados por el discurso político concertacionista: “Crecimiento económico con equidad”. Ha habido crecimiento, pero no equidad; y es esa la demanda de esta generación.
La dictadura fue, como muy bien lo definió Patricio Alwin, «derrotada y no derrocada» dentro de la institucionalidad de la dictadura. Esto implicó la postergación de los cambios estructurales, debido, en gran medida, a los llamados «enclaves autoritarios»: la Constitución de 1980, aprobada en plena dictadura, y el sistema binominal, las piezas clave para perpetuar el statu quo pinochetistas en el Parlamento.
Clausurada y secuestrada la democratización plena de Chile, la inmovilidad política se hace endémica produciendo el descrédito de las instituciones del Estado, y arrasando con la credibilidad y prestigio social de los políticos (un fenómeno mundial en occidental, pero en Chile en estado crónico).
En este escenario político se organiza un movimiento social fuera del establishment y de los partidos políticos que clama por un cambio de ciclo político a través de reformas estructurales. La institucionalidad pinochetista se muestra incapaz de resistir y canalizar las demandas del movimiento ciudadano que logra cambiar la agenda política de arriba a abajo e instala la exigencia de un cambio estructural.
La elección presidencial ha puesto en estado de espera alerta al movimiento social. La propuesta de la ex Presidenta Michelle Bachelet recoge las demandas de la ciudadanía: nueva Constitución, reforma tributaria y educacional de gran calado, entre otros compromisos. Pero ¿Es viable este cambio de ciclo político bajo una institucionalidad que no lo permite? Esta pregunta tiene sólo dos respuestas.
La primera, es lograr mayoría bacheletista en el Parlamento. Una empresa difícil, casi imposible por el sistema binominal de elecciones, e implicaría una debacle electoral en la derecha. Esta posibilidad -con la derecha sin margen de maniobra- sería la menos traumática ya que el cambio se haría dentro de la institucionalidad pinochetistas con paz social.
La segunda respuesta (mucho más real) es que Michelle Bachelet no logre mayoría en el Parlamento. En ese caso, el movimiento social debería dirigir la presión democrática de la calle directamente a los parlamentarios de derecha: La fuerza del cambio es irreversible y puede convertirse en un tsunami para la derecha inmovilista, (como también para Michelle Bachelet si no cumple lo prometido).
Sin duda, el movimiento social debería apoyar esta propuesta de cambio estructural, que es, en realidad, una segunda transición a la democracia y le pone punto final; no hacerlo sería darse un tiro a los pies del propio movimiento social.
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