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Inacción sobre cambio de gabinete

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Es fundamental no seguir con el intento de enmascarar la realidad. El gobierno necesita una nueva dotación de “finalistas” bien oxigenados que le permita recorrer con bríos la posta del año y medio que le quedan, teniendo en cuenta que algunos de los corredores de la primera etapa se encuentran agotados y tienen un aspecto marchito, con evidentes señas de que sus destrezas son insuficientes para llegar a la meta con un tiempo que les permita calificar, particularmente aquellos (as) que han perdido la confianza en su propia capacidad en llegar a la meta.

Ahora bien, hay un principio básico de la biología que afirma que todo lo que no se regenera se degenera, lo que puede ser aplicado a todo proceso humano, incluyendo el de las organizaciones sociales y, obviamente, también a la NM y al gobierno. Por tanto, es imperioso que el gobierno de Bachelet aproveche el tiempo que le queda para establecer las coordenadas en las que se encuentra el país actualmente y, a partir de ahí, fijar la trayectoria y la meta, identificando los pies que cojean y marcan el paso torcido.

Una insuficiente sensibilidad al cambio de equipo podría confinar al Gobierno a la inoperancia legislativa para el resto de su período. Urge, entonces, hacerse cargo de la complejidad de las contradicciones que generan las reformas, detectando a tiempo las tensiones que ellas ocasionan, tanto en la coalición como en determinados segmentos de la sociedad, con el objeto de definir equipos con más pericia y vías de resolución más persuasivas que morigeren esas pulsiones. Sorprende, entonces, los ritmos cansinos para tomar decisiones, particularmente cuando se ignoran las presiones públicas dando motivos para extender los cuestionamientos a la conducción política del gobierno y concitar especulaciones sobre las razones de mantener un equipo ministerial controvertible.

La cohesión de la coalición ha menguado notoriamente, debido a que, en su origen, no se le concedió la relevancia necesaria el dar forma a un sujeto político basado en un programa ampliamente discutido y compartido cuyo objetivo trascendiera a un líder carismático para convertirse en un vector que prefigurase un espacio político de un nuevo proyecto de país con capacidad de integrar a sectores muy diferentes en una coalición estratégica, compleja y heterogénea, en el que la clave son las mediaciones, las identificaciones colectivas y las ideas compartidas.

Es por eso que los cimientos de la coalición se resquebrajaron tan pronto la adhesión ciudadana hacia Bachelet se ha disipado. Sin pegamento programático y emocional. Además, con malos resultados en las encuestas, se han avivado las diferencias que se habían escondido bajo la alfombra y, por consiguiente, la necesidad de seguir juntos se difuma. Estos factores dificultan salir del epicentro conflictual endógeno en que se encuentra el Ejecutivo y la Nueva Mayoría.

Resulta inexplicable que los partidos que conforman el conglomerado oficialista no hayan aprovechado estos dos años y medio en construir un “demos” coalicionista en un marco de convivencia de amistad y fraternidad diferente, complementaria y enriquecedora, generando un espacio estable de interlocución, debate y toma de decisiones para definir estrategias y visiones conjuntas, ergo, qué modelo de sociedad y de Estado desean, cuyo “pathos” entusiasme y movilice a millones de chilenos.

Si los gobiernos de centro izquierda no pueden cambiar nada relevante, la democracia se desvaloriza y crece la desconfianza ciudadana en la institucionalidad, puesto que da igual quién gobierne si ciertos centros de poder e intereses son intocables, socavando, de paso, las bases electorales de ese sector ante la pérdida de ilusión y valoración de los votantes con respecto a su gestión en el gobierno.

La pregunta que la Nueva Mayoría debe hacerse es cuál es el tipo de comunidad que propugna y cuáles son las políticas públicas y relato cultural a los que deben recurrir para articular mayorías sociales para contrarrestar la cultura individualista, excluyente y desintegradora que prefiguran el conservadurismo neoliberal en Chile, explorando alternativas viables al neoliberalismo, rebelándose en forma pro-activa a los apologistas de la “TINA” (There is Not Alternative) acuñado en su día por Margaret Thatcher.

Si los gobiernos de centro izquierda no pueden cambiar nada relevante, la democracia se desvaloriza y crece la desconfianza ciudadana en la institucionalidad, puesto que da igual quién gobierne si ciertos centros de poder e intereses son intocables, socavando, de paso, las bases electorales de ese sector ante la pérdida de ilusión y valoración de los votantes con respecto a su gestión en el gobierno.

La vía para hacerlo ya la han señalado numerosos economistas, entre ellos, D. Acemoglu y J.A. Robinson, que los países crecen cuando desarrollan instituciones económicas y políticas inclusivas, y fracasan cuando esas mismas instituciones se convierten en extractivas, rentistas y concentran el poder político y económico en manos de unos pocos.

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