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Impacto ambiental en Puente Alto: la batalla por una comuna sustentable

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Quedaron atrás esos años donde en esta comuna rural se escuchaban pajaritos y disfrutábamos incluso del famoso “raco”, ese viento tibio que bajaba de la cordillera y a ratos se convertía en un huracán, lanzando lejos la ropa colgada en los patios de las casas y que obligaba a cerrar puertas y ventanas.

Cuando recordamos un Puente Alto del pasado, visualizamos el campo forestado y limpio, ese viaje largo por una ruta -a veces de ripio- rodeado de árboles y mucho verde. Recuerdo que, para ir desde La Granja, uno debía recorrer las avenidas Santa Rosa y Gabriela, finalizando el tramo con al aire puro de nuestra comuna. Existía una cultura del buen vivir. Pero llegó la depredación neoliberal, con sus políticas habitacionales. Puente Alto pasó de tener 113.000 habitantes en 1982 a 254.000 en 1992, para luego en 2002 superar los 490.000 y en la actualidad, proyectar una población de más de 720.000. En estos casi 40 años, se ha transformado en una comuna llena de desigualdades. La dictadura, con su política de erradicación de campamentos, desplazó a vecinos y vecinas de distintos sectores de Santiago hacia la periferia, bajo el pretexto de “pasar de ser proletarios a propietarios”, entregó viviendas precarias de escasos metros cuadrados y alejados de sus centros laborales. Eliminó campamentos en sectores acomodados de la capital, para expulsar a los pobres a los márgenes de la ciudad. Sin servicios ni mucho menos áreas verdes, Puente Alto debió recibir a miles de personas sin poder dar lo que el Estado abandonó: calidad de vida.

De acuerdo con el proyecto “Ciudad con Todos”, en particular su “Mesa de Áreas Verdes”, liderado por el Centro de Políticas Públicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile y publicado en 2017, Puente Alto se ubica en el último lugar de las comunas del Gran Santiago con menor acceso a áreas verdes, con sólo 1,5 metros cuadrados por habitante, muy lejos de los 7,7 metros cuadrados por habitante de Vitacura o los 5,5 de Pedro Aguirre Cerda. Las cifras son peores incluso que las entregadas en 2014 por el Centro de  Inteligencias Territoriales de la Universidad Adolfo Ibáñez, que le asignaba 2,01 metros cuadrados de áreas verdes por habitante en Puente Alto. Cada año que pasa la situación parece irreversible, lo que demuestra el total desinterés no sólo por el gobierno central, sino también por el gobierno municipal.

Llevamos años de decrecimiento de la calidad de vida en la comuna, tal y como lo señala otro interesante estudio recientemente publicado a fines de 2020 por la Universidad Católica, indica que en 10 años, las y los puentealtinos pasaron de tener una calidad de vida alta (2011) a calidad de vida baja (2020), es dable señalar que los niveles son: alto, medio alto, medio y bajo, es decir, un descenso brutal.

Puente Alto se ubica en el último lugar de las comunas del Gran Santiago con menor acceso a áreas verdes, con sólo 1,5 metros cuadrados por habitante

Es propicio y urgente transformar nuestro entorno en un lugar sustentable, valorando el bienestar y la calidad de vida en Puente Alto, protegiendo la salud de todas y todos, pensando en disminuir el impacto para las generaciones que vienen. Para poder concretarlo, se requieren políticas públicas adecuadas, el impulso de una revolución cultural para sus habitantes, en donde se abandone el clientelismo de acciones populistas de una alcaldía caudillista que funciona en base a herederos y nepotismo familiar, transformándolo en un botín propio.

Los recursos son limitados, pero es necesaria una gestión que ponga en el centro a la cultura del buen vivir, que promueva proyectos participativos, que reconstruya el tejido social, que involucre a sus vecinas y vecinos en la toma de decisiones, para que podamos reconstruir una comuna verde, sin contaminación, respetuosa de nuestras adultas y adultos mayores, con oportunidades para nuestras niñas, niños y jóvenes, y que permita que quienes habitamos esta zona, podamos trabajar y emprender en ella, sin desplazarnos horas para volver a un espacio seco, contaminado y sin posibilidades de sonreír. Merecemos vivir en una mejor comuna y esta idea, es posible.

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Juan Carlos Cáceres Contreras

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