Hoy, octubre de 2018, la contingencia política de Chile se ha visto, como hasta hace tiempo no pasaba, permeada por experiencias políticas que se desarrollan en el continente americano, específicamente en Venezuela y Brasil. Desde ya casi veinte años, Venezuela se encuentra dominada por caudillos, primero Chávez y luego Maduro, que bajo premisas socialistas han socavado el Estado de Derecho de forma tal que hoy poco dudan de tildar al régimen de ese país como una Dictadura. En el caso brasileño la corrupción, práctica ejercida por prácticamente toda la clase política de ese país, ha dado paso a Jair Bolsonaro, candidato presidencial que se precia de ser racista, homofóbico y misógino y promete barrer con las minorías para imponer el orden.
En nuestro país, sectores políticos de izquierda y derecha muestran, algunas veces veladamente y otras en forma abierta y clara, apoyo a Maduro y Bolsonaro estableciendo en forma maniquea que no apoyar a uno significa automáticamente apoyar las prácticas del otro. Así, mientras militantes del PC y algunos grupos del Frente Amplio hablan de Maduro y la defensa de su régimen como una forma de defensa frente al imperialismo yanqui aliado con la ultraderecha latinoamericana, la presidenta de la UDI viaja a Brasil a apoyar a Bolsonaro y establecer un, para algunos, incómodo vínculo entre la coalición gobernante en nuestro país y el candidato a la presidencia de Brasil.
Justamente frente al viaje de Jacqueline Van Rysselbergue a Brasil, Vlado Mirosevic, diputado del Partido Liberal, declaró que ella, al igual que aquellos que visitan regularmente a Maduro, muestra signos de imbecilidad política. ¿A qué se podría referir el diputado con este término? Creo que más allá del sentido que el diputado Mirósevic pueda dar a la frase (no es mi intención hablar en su representación), es importante reflexionar acerca de la imbecilidad política a la que alude.
¿Qué podríamos comprender como imbecilidad política? ¿Por qué el actuar de Jacqueline y de personas como Alejandro Navarro se puede catalogar como imbécil?
Son imbéciles ya que su actuar conduce, aun cuando ellos no lo sepan, a la muerte de la política. La política es lo público, que se nutre de la deliberación y acción ciudadana que, si bien hoy se ve diezmada por la desafección (propiciada en parte por la misma clase política), es la base de la democracia liberal representativa y de la legitimidad de la acción del Estado. Bajo la lógica de los “Maduros y Bolsonaros” criollos, la vida pública solo puede legitimarse por la imposición de una u otra facción en desmedro de la otra. El rechazo a la democracia liberal que pregonan sería entonces un signo de imbecilidad política ya que significa el fin de la convivencia política y el advenimiento de la violencia propia de proyectos y valores totales incompatibles con el diálogo y la negociación.
Es imbecilidad política ya que, bajo la lógica de Max Weber, actúan en forma irresponsable, propiciando un clima de polarización que demuestra un desdén por la gobernabilidad y el Estado de Derecho que allana el camino hacia la violencia política. Tanto Maduro como Bolsonaro, plantean en forma explícita su desprecio por la pluralidad y la diversidad propia de la sociedad y plantean en cambio la necesidad de imponer una idea, un sistema de valores como único y verdadero, es decir, el pluralismo es, para los “ultras”, un mal a ser derrotado por la voluntad del pueblo o del orden tradicional según sea el caso.
La política es lo público, que se nutre de la deliberación y acción ciudadana que, si bien hoy se ve diezmada por la desafección (propiciada en parte por la misma clase política), es la base de la democracia liberal representativa y de la legitimidad de la acción del Estado
Este actuar imbécil por parte de los adherentes de Maduro y Bolsonaro en nuestro país no puede explicarse por una ideología equivocada o por doctrinas reñidas con la Democracia Liberal, el hecho de que el actuar imbécil aparezca detrás de la izquierda y la derecha así lo prueban. ¿Cuál es entonces la fuente del actuar imbécil denunciado por Mirosevic? La fuente del actuar imbécil está en las virtudes políticas que hoy se entienden como tales. Líderes como José Antonio Kast, Iván Moreira, Alejandro Navarro o Guillermo Tellier muestran a la coherencia, la consecuencia y la lealtad como la principal virtud en el campo de la política. Ser políticamente incorrecto se transforma hoy en un ataque a la hipocresía, y por tanto, la tentación de plantear y defender ideas antiliberales aumenta. Se aplaude así a quienes dicen lo que piensan por el solo hecho de no ser hipócritas, sin embargo, ¿cuán deseable es que lo que piensan y dicen los seguidores de Maduro y Bolsonaro se haga realidad?
Sin embargo, existe otra virtud que, extrañamente, hoy no parece muy atractiva pero que generalmente coincide con los momentos en la historia en que nuestro país ha gozado de estabilidad y progreso. A principios de mes, gran parte de la clase política chilena conmemoraba y celebraba a los líderes que llevaron al fin de la Dictadura a través de un Plebiscito en Octubre de 1988. En la vilipendiada Concertación, así como en los gobiernos radicales de 1938 a 1952, se pusieron en práctica acciones que no surgían de la lealtad, la coherencia y otras virtudes propias del campo de batalla, por el contrario, la virtud política que triunfó en aquellos momentos fue la prudencia, que más que buscar la épica de un combate, buscan la estabilidad (aburrida) y las reformas. Esta virtud, la prudencia, se traduce en acciones como la negociación, el transar y tomar decisiones dando por supuesto que la superación de las diferencias políticas y el consiguiente conflicto entre distintas formar de comprender la sociedad y al hombre son imposibles de superar a menos que se suprima la diferencia de opiniones y valores en la sociedad.
En síntesis, hoy parece ser rentable ser coherentes, mostrar lealtad con las ideas y dureza frente a las doctrinas que se consideran contrarias. A partir de allí la coherencia fomenta actuaciones que sofocan la diversidad propia de la sociedad actual, polarizan la vida política del país y propician por tanto el reemplazo de la violencia y la fuerza por sobre el diálogo y la convivencia cívica.
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