A dos meses de instalado en La Moneda, el gobierno de la Nueva Mayoría ha tenido -más allá de matices y juicios críticos- la virtud de colocar en el medio de la escena y el debate público un conjunto de temas y desafíos que han copado la agenda. Sin ánimo de exhaustividad, es posible indicar, como muestra de ello, el debate educacional en torno al lucro, el sentido de lo público, el copago y la legitimidad de la intervención estatal, el régimen de concesiones de los hospitales públicos, la llamada agenda valórica vinculada a los derechos de la diversidad sexual y los derechos sexuales y reproductivos, el sistema electoral y su anquilosada forma binominal, incluyendo el derecho al voto de los chilenos en el exterior, la tematización del sistema de seguridad social y, por último, el debate en torno a los alcances, fines, necesidad y legitimidad de la reforma tributaria.
Que esta agenda abierta responde a una estrategia de instalación es en parte efectivo; que los mismos que ayer administraron el modelo hoy son los que astutamente se ubican como sus impugnadores, es parcialmente cierto; que la agenda se administra con criterios dilatorios, con sentido oportunista y con cálculo político, también es en parte efectivo; que las propuestas por ahora puestas en la agenda son insuficientes y no atacan “el corazón del modelo”, es digno de discusión.
Ahora bien, entre las impugnaciones a la agenda gubernamental hay una que resulta particularmente interesante y que proviene en específico de la oposición derechista, justamente desde el sector político más afectado por el nuevo escenario político abierto el 11 de marzo: el de la ideologización del debate público.
Gruesamente, este argumento sostiene -con un tono nostálgico que rememora la retórica propia del tango- que el nuevo gobierno ha optado por abandonar la sobriedad técnica y el espíritu consociativo de los veinte años de gobierno concertacionista y asumir el lenguaje de batalla, de oposición y fractura social; un lenguaje “inconducente” y plagado de “retórica”. A cambio de la búsqueda de acuerdos, el gobierno habría optado por instalar temas polémicos que dividen, reemplazando la sobriedad de la negociación reservada. Se habría instalado la vociferación pública, en abandono de los principios de la racionalidad; se estaría comenzando a posicionar una lenta, pero peligrosa “lengua irracional” de la división entre los chilenos.
No han faltado los que inspirados, tal vez por alguna mala noche, han invocado la “lucha de clases” como el nuevo signo de nuestros tiempos e incluso hay quienes han repuesto a los ya (casi) olvidados clásicos de la literatura marxista como la nueva lectura de los dignatarios del segundo piso de La Moneda. Y claro, numerosos han sido los miembros del transversal Partido del Orden (de la UDI al PS, del PPD a la DC) que se han sumado a este lamento nostálgico de los Boeninger, los Aninat, los Aylwin y los Brunner, patrimonio de un siempre mejor pasado que amenaza con desaparecer para siempre.
Es efectivo: la ideología está de vuelta. Basta con encender la radio y la televisión –en ciertos horarios- para darse cuenta de ello. Basta con escuchar el lenguaje de la calle, de las universidades, de los liceos y de las múltiples organizaciones sociales para observar que en el Chile de hoy ya no se debate acerca del “cómo hacer las cosas”, sino más bien respecto de “qué hacer”. Ya no se da por sentada la indisolubilidad de nuestro modelo económico, político y social, sino que se debate en torno a sus bases, sus fundamentos y sus alternativas. Hoy en Chile se discute sobre sistemas electorales, sobre financiamiento a la educación, sobre orden constitucional, sobre justicia y redistribución, sobre concesiones hospitalarias y AFPs.
Es efectivo: la ideología está de vuelta. Basta con encender la radio y la televisión –en ciertos horarios- para darse cuenta de ello. Basta con escuchar el lenguaje de la calle, de las universidades, de los liceos y de las múltiples organizaciones sociales para observar que en el Chile de hoy ya no se debate acerca del “cómo hacer las cosas”, sino más bien respecto de “qué hacer”.
Efectivamente, la ideología está de vuelta. Sin embargo, hay que advertir que esta nunca se había ido, sino que había astutamente ocultado su carácter durante más de 20 años en los que asumió la lengua de la técnica, de la neutralidad y del acuerdo. La ideología nunca se fue, sólo que se disfrazó de técnica y procedimiento. La ideología siempre estuvo, sólo que camuflada e impidiendo la posibilidad del debate ideológico.
Por ello, más allá de los juicios críticos o concesivos respecto del accionar del gobierno de la Nueva Mayoría, con independencia de las distancias o proximidades con su agenda gubernamental, lo cierto es que constituye una expresión más del nacimiento de un nuevo ciclo político en nuestro país. Un ciclo político que contra el ideologismo de la razón técnica, de la verdad única y del acuerdo unánime, ha reposicionado el lugar y dignidad de la discusión ideológica y del debate público.
Un nuevo ciclo existe hoy en Chile. Un ciclo más democrático, de debate público y confrontación, un Chile donde ya no es posible la verdad única de los saberes tecnocráticos. Un Chile donde la discusión ideológica se ha abierto paso entre los escombros del ideologismo tecnocrático.
Foto: elquintopoder
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hernan.montecinos.52
Bienvenida seas ideología
Te extrañábamos, nos hacías mucha falta
Los poderes quisieron arrinconarte, esconderte, que nadie supiera de ti, que te esfumaras, que todos creyeran que eras algo del pasado, una idea superflua.
Sin embargo, aunque algo escondida, algo olvidada, siempre estuviste ahí, agazapada esperando el momento propicio para volver por tus fueros.
¡En hora buena!
Por fin nos alumbras con tu luz, en momentos en que todo estaba cubierto con puras sombras.
Arturo
¿Estará tan contento con estar enfrascados en discusiones ideológicas, cuando el desempleo llegue a 15 o 20%?…
Respuesta obvia: que no hay que ser pesimista, que solo los UDI piensan así, etc. Pero no, lo que si ha quedado claro en los países donde la lucha de ideología prima, donde todo está en constante cuestionamiento, es donde florecen la corrupción y la baja inversión privada. Y, en ese momento, la felicidad por haber introducido la incertidumbre ideológica se transforma en ira contra los «malditos» que están torpedeando la fiesta de la improductividad. Y termina por reventar.
Pero la felicidad de seguir con batallas ideológicas, no se las quita nadie.
eoximoron
Sólo una salvedad sobre algo que me parece no puede pasar inadvertido ni podemos naturalizar: los temas los puso el movimiento estudiantil y social sobre la mesa.
La Concertación no quiso -ni hablar de la derecha- hacerse cargo. Estaban muy ocupados lucrando y llenándose los bolsillos con nuestros derechos. Cobardes. No se suban por el chorro. Si no fuera por las movilizaciones de estudiantes y trabajadores el 2001, 2006, 2007, 2011 y 2013, nada de esto estaría pasando.
MueveteStgo
Justamente, se ha ocultado que esta supuesta «tecnocracia ideológicamente neutra» trabaja y se desarrolla sobre un modelo neo liberal de desarrollo que tiende a perpetuar.
Cristopher Corvalán
Bueno, precisamente en su concepción original el término ideología aludía a eso a que te refieres como el ocultamiento de algo, en este caso bajo un aparente lenguaje técnico y neutral. Esa noción de ideología como una falsa representación de la realidad, o en término marxistas, como una falsa conciencia, efectivamente estuvo y sigue presente toda vez que se disfraza una cierta forma de dominación bajo supuestas razones técnicas o científicas. Desde este punto de vista debemos celebrar que este aparente resurgimiento de ideologías -entendida como la designación de la totalidad o parte del pensamiento o creencias de las personas-, permita reflexionar acerca de la ideología -entendida como una «…forma particular de conciencia que provee un cuadro distorsionando de las contradicciones (sociales), sea ignorándolas o representándolas mal.» (Jorge Larraín, 2012: 72). Muy buena columna, saludos