Los debates ideológicos de estas elecciones han exigido a los distintos sectores políticos aumentar cada vez más la beligerancia de sus discursos, y la opinión pública a través de la prensa no ha colaborado mucho a que los niveles de agresividad entre los candidatos disminuyan en pos de una discusión sobre ideas y propuestas. Aquellos con más posibilidades de ganar las elecciones están tratando de advertir a los votantes, cada uno desde su perspectiva, de los peligros del contrincante, planteando la dicotomía entre la continuidad y la “retroexcavadora” (máquina que ya pareciera estar quemada de tanto uso sin aceitar). Pero, si algo se ha destacado (aunque ha sido poco notado) de esta carrera presidencial, es cómo algunos candidatos presidenciales tuvieron en su discurso presente a personajes sobre quienes evocaron admiración, y en quienes han establecido un ejemplo a seguir.
El rol de la historia en estas elecciones se ha manifestado con fuerza, y ha tenido importantes consecuencias para los candidatos presidenciales. Si analizamos los relatos sobre los cuales descansaron los aspirantes a La Moneda, nos encontramos con que aquellos que más apelaban a ciertos presidentes históricos, mejores resultados tuvieron.
Aquellos que aspiren al poder para producir los cambios que consideran justos para la sociedad deben tener siempre en cuenta que antes de ellos ha habido otros con la misma intención.
Beatriz Sánchez y el sector de izquierda del Frente Amplio han manifestado abiertamente que su inspiración descansa en Salvador Allende (a pesar de que la misma candidata tuvo que retractarse después de decir que el gobierno de Allende era “totalitario”), y varias de sus propuestas están vinculadas con el ideal de recuperar los avances del gobierno de la Unidad Popular en temas de democratización y redistribución de la riqueza.
Continuando con el listado de figuras, por la masonería y la buena relación de Alejandro Guillier con el Partido Radical, el candidato del progresismo ha proclamado su admiración por Pedro Aguirre Cerda. Su relato político hace que el proyecto de la Nueva Mayoría nos recuerde la exitosa alianza del Frente Popular.
Desde el bando contrario, José Antonio Kast encantó a sus seguidores con un relato sobre la obra de Pinochet durante la dictadura, asegurando que el general habría votado por él de estar con vida. Adicionalmente su narrativa de campaña puso en el pedestal de la historia a Jaime Guzmán, defendiendo su obra política.
Al contrario de todos los demás, Sebastián Piñera se evoca a sí mismo. No necesita de la imagen idealizada de otros presidentes del pasado porque, al igual que Michelle Bachelet en 2013, cuenta con el respaldo de haber sido presidente él mismo. Es probable que, incluso, esté realmente convencido de que su primer gobierno fue uno muy bueno, por lo que espera con ansias que, en años venideros, algún candidato de centro derecha asimile su propia figura como un ejemplo presidencial a seguir.
Los demás candidatos y movimientos políticos han fallado en hacer de la memoria histórica una herramienta política. Ya sea porque no tuvieron una figura central en su discurso de campaña, o porque se equivocaron de personaje. Eduardo Artés apeló a Stalin, quien a pesar de que es una de las figuras más relevantes del siglo XX, claramente no genera ninguna simpatía en los chilenos; y, en una completa muestra de falta de sentido común, Marco Enríquez-Ominami se proclamó la continuación de la obra de la presidenta Bachelet, sabiendo que el proclamado por el oficialismo era su contrincante. Si algo deben aprender los derrotados de esta campaña electoral, es que la historia nos enseña sobre los errores del pasado, pero también nos ofrece los ejemplos para el presente.
Peter Berkowitz sostuvo que “se suele olvidar que una formulación coherente y abarcadora de la política, sea o no liberal, no puede cumplir su cometido sin conceder su sitio a la virtud”. Y tenía razón: un político debe tener virtud, pero no se refería a lo que debía hacer aquel político para alcanzar el poder. Aquellos que aspiren al poder para producir los cambios que consideran justos para la sociedad deben tener siempre en cuenta que antes de ellos ha habido otros con la misma intención. No es un asunto de conservar las virtudes de los grandes hombres pasado, sino de inspirar virtud en los ciudadanos del presente.
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