Si no fuera por el escándalo Penta, Michelle Bachelet seguramente enfrentaría una acusación constitucional. Así, podríamos ver en TV a la Senadora Von Baer escandalizada con el caso Caval o a Iván Moreira rememorando «la política chilena es una mierda».
Pero Penta, casualidad mediante, explotó, y al igual que el citado caso Caval y SQM (empresa y CEO que por sí solos son una vergüenza) tienen a los empleados de las multinacionales (algunos se hacen llamar «servidores públicos») de cabeza tratando de solucionar aquello que ni siquiera con una catástrofe climática (y administrativa) o un campeonato mundial de Polo se puede hacer desaparecer de la coyuntura; la corrupción.
Lejanos y maravillosos parecen ahora los oscuros tiempos donde Chile destacaba en el ranking de transparencia: un país «serio», que exporta kiwis, jamás bananas. Una república donde «las instituciones funcionan» (con pragmática elasticidad).
Curioso es que a esta altura del artículo que intento desarrollar, probablemente el lector ya esté aburrido, y tal vez confundido, con el excesivo uso de paréntesis (lo lamento). Es curioso porque hasta ahora a pocos parece molestarle que en Chile todo el sistema institucional lleve paréntesis, comillas o letra chica.
Desde el primer artículo de la Constitución «Las personas nacen libre e iguales en dignidad y derechos», sabemos que el ordenamiento jurídico está podrido, que se trata de una declaración nominal, falaz, para el bronce. La vergonzosa carta fundamental está ahí para consagrar la mentira: «libertad e igualdad», y ocultar celosamente la gran verdad: «esclavitud y desigualdad».
No es que Chile «estuviera mejor con mi general» o que «la alegría nunca llegó». Simplemente estamos, al fin, en presencia de un reflejo real de nuestra nación. Es Chile un Estado dictatorial y esclavista; no existe libertad de prensa, por ende no hay «opinión pública», por tanto no hay democracia. Las personas «no eligen». El 80% de sus trabajadores gana menos de mil dólares y la mitad de estos gasta la quinta parte de su salario sólo en movilizarse al trabajo. No existe negociación colectiva en el 92% de las empresas. Casi el 90% de las jubilaciones son menores a trescientos dólares, que los abuelos dejan en manos de los monopolios farmacéuticos. La población sobrevive endeudándose para comer. Las grandes cadenas de retail hacen creer que su éxito comercial es la venta de artículos al detalle, pero lo cierto es que son meras fachadas que ocultan el negocio de la usura, consagrado en Chile por ley y aceptado con resignación por una sociedad que tiene su cabeza en otro lado: en el partido del fin de semana, en la teleserie turca y, por supuesto, en el gran problema que tienen la mayoría de los chilenos: «cómo llegar a fin de mes», mientras el 1% de la población vive con más lujo que los ricos de Europa y un quintil se acomoda en el sistema y lo defiende. El resto se hace llamar ingenuamente «clase media» y aspira, sin fundamento alguno, a un futuro mejor.
Una asamblea constituyente es el único medio para salir del paso. Ahora, si lo tomamos en serio, si queda algo de dignidad (señal que no nos han robado todo), hacemos bien las cosas y tratamos de enmendar 500 años de genocidio y saqueo, de los cuales estos últimos 42 han sido de extrema desvergüenza y cinismo, tal vez tengamos oportunidad de mirar nuestro reflejo y que este no sea tan horrible como el de hoy. El primer paso, es abrir los ojos.
Mientras tanto, en la política chilena opera una casa de brujas y ajuste de cuentas. Al pueblo no le sirve este show. ¿Que se vayan todos? No suena descabellado. En el establishment chilensis, el que no delinquió, omitió. No se salva nadie. Un mero cambio de gabinete, las disculpas con lágrimas de cocodrilo o el chantaje estilo Bitar, no bastarán.
Siguiendo la lógica neoliberal, «crisis puede significar oportunidad». Es esta una chance de establecer en Chile el Estado de Derecho. Es inútil que lo sigan aplazando. Una asamblea constituyente es el único medio para salir del paso. Ahora, si lo tomamos en serio, si queda algo de dignidad (señal que no nos han robado todo), hacemos bien las cosas y tratamos de enmendar 500 años de genocidio y saqueo, de los cuales estos últimos 42 han sido de extrema desvergüenza y cinismo, tal vez tengamos oportunidad de mirar nuestro reflejo y que este no sea tan horrible como el de hoy. El primer paso, es abrir los ojos.
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