Nuevamente nos vemos enfrascados en una polémica político-histórica que ha concitado la atención de los medios de comunicación y la opinión pública por tratarse, esta vez, de la realización de un homenaje al personaje que lideró el periodo más nefasto de nuestra historia reciente. Durante diecisiete años, Augusto Pinochet Ugarte, de carácter despótico y voz caporal, hizo y deshizo con Chile, tiñéndolo de políticas públicas destinadas a garantizar el control absoluto del país en manos de su férreo círculo de colaboradores, y extender, así, su hegemonía y “mano dura”, lo que propició la libre y prolongada ejecución de su tiranía. Como sinónimos de aquel tiempo oscuro se vienen rápidamente a la cabeza los organismos de inteligencia (CNI-DINA) encargados de “silenciar” las voces disidentes que se propagaban con profusión. El control de la prensa y las torturas fueron su especialidad. No obstante, para el rostro visible de la organización del evento- a celebrarse en el Teatro Caupolicán este domingo 10 de junio-, Juan González, presidente de la Fundación 11 de Septiembre, nada de lo narrado ocurrió. Defiende a ultranza la apología a Pinochet, pues abraza con fuerza su derecho a la libertad de expresión. Pero resulta curioso. Los mismos que lucharon literalmente hasta la muerte para obstaculizar en Chile tan preciada garantía, hoy enarbolan con fuerza su bandera. Sin embargo, en noviembre de 2011 vivimos una controversia de similares características con otro “prócer” de nuestra Patria: Miguel Krassnoff. Otra vez el grupo de adherentes a tales figuras logró llevar a cabo el homenaje al ex brigadier en el Club Providencia, que culminó con más de 400 opositores al acto manifestando su repudio en las calles del sector.
Esos aún tibios y dolorosos recuerdos de familias víctimas de la dictadura que perdieron padres, madres, hijos o amigos tras la política sistemática de exterminio a través del Estado, hoy vuelven a revivir ese trauma. Nuevamente se sienten vulnerados. Desprotegidos. Heridos. Con un Gobierno que no apoya la realización del acto, pero que se declaró incompetente para evitar su concreción. Y con una ciudadanía dividida, porque el país abre la costra que todavía permanece fresca.
La exhibición del autocomplaciente documental “Pinochet”, a cargo de Ignacio Zegers, quizás logrará entretener, entre canapés y pisco sour, a los asistentes al evento. Podrá dibujar sonrisas de satisfacción entre miembros de “la familia militar”, pero no acallará la voz ciudadana que mayoritariamente dice, como en el emblemático plebiscito del 88, ¡No a la dictadura! ¡No a los abusos! Y sí a la democracia y al respeto de la vida.
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