Debido a una entrevista en el programa Mentiras Verdaderas, Mauricio Hernández Norambuena, alias el Comandante Ramiro, ha sido nuevamente tema de debate por su participación en el atentado a Jaime Guzmán y el secuestro de Cristían Edwards, hijo del entonces dueño de El Mercurio.
Como sabemos, aquellos actos realizados por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez fueron operaciones contra grandes figuras de la dictadura que recién había acabado. Eran formas de hacer justicia según su mirada política, como en el caso de Guzmán por haber sido el gran ideólogo institucional del régimen, o de financiarse, como sucedió con el empresario de las comunicaciones.¿Fueron estos actos virtuosos por el solo hecho de tener como víctimas a los sujetos en cuestión? ¿Se podría decir que tras estas operaciones hubo logros?
¿Fueron estos actos virtuosos por el solo hecho de tener como víctimas a los sujetos en cuestión? ¿Se podría decir que tras estas operaciones hubo logros? No, aseverar eso es caer en un romanticismo poco inteligente y sin fundamento. Lo que hay tras estos hechos son fracasos vestidos de épica, y triunfos morales que tratan de vestir sendas derrotas políticas.
Por esto resultaba casi gracioso que Eduardo Fuentes, conductor del programa, le hiciera preguntas sobre política a Hernández Norambuena. Era divertido que este personaje diera directrices sobre lo que debía seguir de aquí en adelante, cuando todas las estrategias en las que él participó, salvo el espectacular escape de la Cárcel de Alta Seguridad en los 90, terminaron o construyendo “santitos” (como en el caso de Guzmán), o víctimas televisivas (como en el caso de Edwards), sin que las participaciones de los sujetos en cuestión en la tiranía institucionalizada hayan sido debidamente penalizadas ya sea por tribunales o por la historia.
Y es que el FPMR no solo no le achuntó al dictador en los años 80, dando como resultado una represalia feroz de parte del régimen en contra de periodistas y dirigentes políticos, sino que tampoco entendió jamás que la política era más que discursos y actos transitorios de rebeldía que no tenían como fin una real emancipación democrática.
Gracias a esta organización, que, digámoslo, tuvo el justo derecho a rebelión luego del asesinato de dirigencias completas del Partido comunista, la Concertación pudo por años apropiarse del término “gradualidad” como si fuera una bandera de lucha que efectivamente estaba llevando a cabo algo gradualmente, cuando lo que estaba haciendo era profundizar la radicalidad del mercado con esporádicos baños de barniz “socialdemócrata”, sin que el verdadero significado de la socialdemocracia haya jamás pisado tierras chilenas.
¿Entonces héroe de qué es el Comandante Ramiro? ¿Qué le debe la sociedad chilena y “el pueblo” al que él se refiere tan libremente? ¿Qué lugar le dará la historia de Chile aparte del de un intento de revolucionario que nunca concretó esa revolución que solo era un horizonte utópico para fundamentar sus constantes fracasos? Es bueno hacerse esas preguntas antes caer en ese eterno relato de glorias inexistentes en el que cierta izquierda se hunde para no ver la realidad y proponer un relato de una algo real, acorde con el ciudadano que hoy vota y opina.
Sería bueno despertar un rato y que algunos se dieran cuenta de que la caída de ciertos postulados no se debe solo a la supuesta «traición» de “los mismos de siempre” de una centroizquierda que gobernó durante 25 años, sino también a ellos mismos, que jamás colaboraron con nada por temor a ensuciar sus estériles sueños de grandeza.
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