Dos hechos recientes de la coyuntura chilena vuelven aún más acuciosa nuestra ocupación con este asunto: la victoria en la Fech de los “sin partido” y la publicación de un libro con el título “Dónde está el relato”.
Y como fondo social panorámico, los movimientos sociales autoconvocados (hoy, Aysén), una de cuyas notas sobresalientes consiste en la transversalidad. Se muestran, digámoslo así, policlasistas, multigremiales, multipartidarios, intergeneracionales, horizontales, mezclados.
Los “sin partido” expresan un rechazo a las ideologías heredadas del siglo XX. Hay que sostener la mirada, creo, sobre este punto: “sin partido” dice distancia respecto de las ideologías de la izquierda (también de la centroizquierda). La derecha tiene hoy ideología, viva y coleando: el famoso neoliberalismo –que, digámoslo claramente, es mucho más que la cuestión de la soberanía del mercado, y hoy resulta una manera de vivir y concebir todo cuanto se hace social, individual y cotidianamente. Incluso este liberalismo funciona ya como una suerte de inconsciente colectivo, de modo que hoy hasta los más “socialistas” proponen y apoyan políticas neoliberales (disfrazadas de este nuevo ídolo del foro que son las llamadas “políticas públicas”).
“Sin ideología” dice, más directamente, fin del socialismo clásico marxista-leninista como concepción dominante de mundo. Ello viene ocurriendo aun antes del derrumbe del Muro de Berlín. En los hechos, hoy no quedan partidos marxistas en el mundo.
La pregunta fue (y es, para muchos): ¿y a cambio, qué?
El libro “Dónde está el relato” (editado por Cristóbal Bellolio) resulta una forma típica del ensayo ecléctico que hoy se plantea respuestas al tema de la ideología. El título es lo más importante: primero, se cambia “ideología” por “relato”. ¿Trae ello consecuencias políticas o es solamente un giro de palabras? Tiene fuertes efectos políticos, de aquellos más fuertes, que entregan su carga de a poco y que señalan las transformaciones históricas. Señala un cambio en el imaginario.
La ideología ofrecía una explicación general, total, del mundo y de la historia. El neoliberalismo aún la ofrece. Es decir, una manera de comprender y colocar cada situación en una posición adecuada dentro de un orden general-total. Si en el marxismo fue la “lucha de clases”, en el neoliberalismo hoy siguen siendo las “fuerzas del mercado”.
Estas dos palabritas funcionan como entelequias mágicas que te dejan todo claro y ordenado –si tú crees en la ideología.
El “relato” no resulta tanto esa explicación general-total, como un agregado de asuntos sociales diversos que se intenta empaquetar en un discurso coherente, siendo la coherencia un problema que se hereda de las antiguas ideologías, porque ahora pareciera que se trata de combinar, juntar, mezclar, lo que ellas excluían y separaban.
Justamente por eso se le busca y parece que no está ni aquí ni allá. Por eso el “Dónde está el relato”: no se sabe, no lo sabemos. No lo saben ni quienes allí escriben. Cada cual se lanza en ese libro con su agregado personal, intentando que parezca coherente (y no demasiado fantasioso). Pero “relato” habla de narración, de épica; no de pegotear programas sociales distintos.
A la nueva directiva de la Fech he escuchado su propósito de plantarse como alternativa en la propuesta del proyecto país. ¿Sucede acaso que los “sin partido” quieren un 2012 donde encuentren su propio “relato” convirtiéndolo en hecho político ciudadano?
Permítanme una crítica abierta a lo que he escuchado y leído sobre esta materia: estas nuevas fuerzas políticas parecieran entrampadas dentro de esa forma encubierta de ideología neoliberal que son las políticas públicas. Basta notar el énfasis y el status que ellas tienen en el marco de sus propuestas. Respecto de educación, impuestos, etcétera, los nuevos grupos sienten como la gran cosa que van a lograr proponer mejores (“más sólidas”) políticas públicas que el gobierno y la oposición, que las derechas y las izquierdas. Las políticas públicas consisten en el criterio de mercado operando sectorialmente desde el Estado.
Así pues, mala noticia: con ellas no dan el paso decisivo para la alternativa al modelo neoliberal. Solamente (y otra vez), lo mejoran, suavizan, sensibilizan –o como se quiera decirlo.
Es necesario, me parece, dar un salto en el pensamiento de lo social e histórico. Si ponemos nuestra atención a la forma de las ideologías del siglo XX, ellas operan siempre como lógicas explicativas de lo real. Son explicaciones totalizantes, que buscan certezas.
El salto podría venir cuando olvidemos esa función explicativa y la sustituyamos por una de creación de pertenencias. La ideología no como herramienta de control (o administración) del mundo, sino como lugar de acceso a un lugar comunitario. Entonces, detrás de las once demandas de Aysén habría que leer un sentimiento aún más intenso que los asuntos prácticos: ellos quieren seguir siendo lo que creen que son como comunidad.
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