Ya no cabe ninguna duda. Los recientes casos Penta –con sus diversas aristas- y Caval han puesto a la clase política en una situación aún más incómoda frente a la ciudadanía. Sí, subrayando el “aún más”, dado que nos encontramos frente a un fenómeno prácticamente global de desconfianza hacia las instituciones, con un fuerte énfasis en Chile en los partidos políticos. No es casual que, según la encuesta CERC 2014, sólo uno de cada diez personas señaló confiar en éstos.
Sin embargo, esta sucesión de hechos ha develado un lado oscuro de la política en su relación con los negocios, basado en la corrupción, los conflictos de interés y el tráfico de influencias. Frente a aquello, el Gobierno tomó acciones y convocó a diversos actores para crear un “marco regulatorio de lo público y lo privado”. Ahora bien, cabe preguntarse, ¿es suficiente una batería de leyes para calmar a la muchedumbre y devolver el ansiado prestigio a la clase política? Hace algunos años tal vez era una receta posible; quizás hoy podría no bastar.Si bien el destape de Penta y Caval marca un nuevo escenario para las malas prácticas, que consiste en que los cabecillas tienen cada vez menos control de ser extorsionados y delatados por sus colaboradores, lo relevante tiene que ver con el desarrollo de estos casos.
Si bien el destape de Penta y Caval marca un nuevo escenario para las malas prácticas, que consiste en que los cabecillas tienen cada vez menos control de ser extorsionados y delatados por sus colaboradores, lo relevante tiene que ver con el desarrollo de estos casos. El cómo se desmorona el edificio y caen los antecedentes a un Ministerio Público ávido de investigar, el rol de los medios de comunicación al filtrarlos y, por supuesto, la función de una ciudadanía empoderada, que plantea fervientemente su desafección hacia la corrupción. Si hay algo que marca este nuevo contexto, es un verdadero entramado que ejerce como contrapeso al poder, el cual a su vez pierde cada vez más control sobre los acontecimientos.
Si tan anunciado fue este nuevo ciclo político y, subrayo, también social, ¿no previó la clase dirigencial que también iba a caer presa del escrutinio público frente a casos de desigualdad ante la ley? El desarrollo de nuestro país produce cada día a más ciudadanos que ejercen su libertad política de manera individual y que demandan a sus representantes un nuevo estándar ético. Además, la sociedad democrática dispone de organizaciones –Fiscalía, medios de comunicación- y de herramientas, como las redes sociales y manifestaciones, que facilitan la lucha por ello.
Entonces, un nuevo marco regulatorio de lo público y lo privado, con mayor transparencia, más sanciones y herramientas de fiscalización, no viene precisamente a calmar a la muchedumbre. Lo que se entregan son, justamente, mayores herramientas para que los políticos sean escrutados. Por ende, ¿se resuelve la tensión entre la política y los negocios tan sólo con leyes? Si nuestros dirigentes desean recuperar la confianza de la sociedad, deberán reformular su actuar por completo.
En un artículo de Warnfried Dettling, el politólogo cita un estudio realizado en 1993, encargado por el Ministerio Federal de la Juventud de Alemania para entender el pensamiento de los jóvenes germanos tras la reunificación. Ante la pregunta de si éstos creían que alguien con una conducta moral, es decir “no sacar provecho de otros, sino favorecerlos, estar dispuesto a ayudar y conciliar”, prospera a largo plazo en la sociedad, el resultado fue inquietante. En el Oeste, sólo el 22% respondió afirmativamente; y en el Este, el 11%. Sobre aquello, Dettling reflexiona «¿no podría ser el pesimismo de los jóvenes producto del minimalismo ético presente en cada una de las instituciones con las que ellos interactúan?» Si la sociedad se pregunta, ¿qué pasa con los ideales de los jóvenes?, no podrían ellos replicar ¿qué pasa con los valores de la sociedad?
Es más, ¿es necesario si quiera hacer esa pregunta a los chilenos para saber cuál es su respuesta? Si quien tiene más redes en la política o en los negocios y abusa de su poder va a ser quien nos represente, en desmedro de alguien con una conducta moral, difícilmente la gente va a volver confiar en la política. Si combatir la desigualdad y los abusos y reivindicar la meritocracia es un objetivo, entonces todas las esferas deben responder por aquello.
Comentarios
23 de marzo
Mejorar la ética la moral y la confianza en la politica es el deseo de todo ciudadano bien nacido, la pregunta es ¿es eso realmente posible cuando hay poder, dinero y fama detrás?.
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