La información sobre los aportes reservados que habrían recibido una cantidad de políticos de derecha, especialmente de la UDI, de parte del grupo Penta, tal vez no es noticia en lo que respecta a la legalidad de los accionares ya que están dentro del marco de la ley. Pero sí puede hacer que nos preguntemos qué tan reservados son estos aportes -es decir qué tan de cierto es que el político no sabe quiénes son los que le aportan- y cuánto de este dinero influye en los votos y en las decisiones de nuestros parlamentarios.
No se ha tomado muy en serio esto debido a que la legalidad -que no es lo mismo que la ética- cubre todo con un tupido velo. Lo hace ver como normal y, por lo tanto, si es que nos parece un poco curioso, no es más que algo nuestro, una interpretación extraña de lo que es la realidad, esa que algunos convierten en suya en estos casos. Porque comprar símbolos republicanos como el Congreso es una manera de querer manejar lo cierto, intervenir la democracia para convertirla en un lugar en el que se representan solamente los intereses de esos algunos; los requerimientos de quien puede pagar para que se hagan posibles.
El grupo comandado por Carlos Alberto Délano, es uno de los que puede hacer estos símbolos suyos. Ya que el dinero les ha hecho poseer hasta lo democrático y encontrarlo algo manejable, débil y escuálido frente a sus millones y sus influencias.
La democracia se vuelve un chiste. Una pequeña anécdota por donde tienen que pasar para así no hacer tan evidente su poder, para así no hacer tan palpable lo que poseen, lo que les pertenece desde un principio, desde que nacieron y les dijeron que todo eso también, en el fondo, era parte de su patrimonio.
Porque una democracia que no garantiza ciertos márgenes de ética, en conjunto a la legalidad, precisamente se convierte en un chiste para quienes gozan de mucho poder, y en una pesadilla para quienes no tienen el mismo nivel de influencia. Ya que el tema de las platas en política no es solamente un problema particular de quienes las reciben, sino también de todo un sistema ya que su corazón- es decir, el Parlamento- se ve infectado. Dañado.
Por lo tanto, resulta importante dimensionar lo importante que es que un ente público como el Estado pueda garantizar coberturas de campañas, no sin antes hacer un plan serio que no se preste para malos entendidos. Porque, si es que hablamos en el lenguaje de los liberales de cuneta que tenemos en Chile, el papi Estado tiene que hacerse presente cuando los hijos mayores y fuertes aplastan a los débiles, y hacen prevalecer sus antojos y sus caprichos por sobre los de sus hermanos pequeños. Es la única manera que realmente se garantice una familia balanceada, libre del caos del abuso y la nula empatía.
Chile necesita una legislación mejor que garantice que los símbolos republicanos sean de todos los chilenos y no solamente de quienes puedan comprarlos, o arrendarlos
Y eso, lejos de ir en contra de la libertad, la garantiza. La sitúa como el eje principal del ejercicio democrático en donde no es posible que las campañas cuesten tan caras y el aporte del empresariado sea tan desmedido.
Chile necesita una legislación mejor que garantice que los símbolos republicanos sean de todos los chilenos y no solamente de quienes puedan comprarlos, o arrendarlos. Porque eso no es una democracia, sino una tiranía del dinero, del más fuerte. Del hermano mayor. Del hijo mayor o del preferido. Y un régimen de las características del nuestro no debe tener favoritismos ni rendirse frente a la voz más fuerte o más dura. Al contrario, debe controlarla.
Es por esto que cuando uno pone el grito en el cielo, no lo hace con un fin conspirativo ni menos queriendo ver cosas donde no las hay. Al contrario-o por lo menos es mi caso- uno lo hace con el objeto de defender una república para todos por igual como votantes. Como ciudadanos.
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Alfredo A. Repetto Saieg
La corrupción cada vez es mayor porque esta práctica es la que «agiliza» y es funcional a la manera de actuar del neoliberalismo: ocurre que éste arrasa con todo en su camino, con cualquier barrera con tal de acumular capitales. Es su razón de ser y en ese sentido no podemos reprocharle nada. De hecho, para conquistar un régimen político transparente y probo nos urge que la política vuelva a ser una rama del buen gobierno, cuestión a la que el libertinaje del mercado es ajeno desde cualquier punto de vista porque sus dictámenes lo obligan a buscar la mayor rentabilidad en el menor tiempo posible.
Nadie en su sano juicio aceptaría financiar la política, menos a los políticos, salvo la patronal que lo hace para comprar conciencias en favor de sus intereses. Entonces, no se trata de discutir sobre el “financiamiento de la política” sino de cómo contribuir económica y políticamente en la construcción de una democracia donde todos los votos valgan lo mismo, para que el sufragio de un empresario no cuente más que el de sus empleados. Esto implica un costo, no de la política, sino de la democracia que nos dice que necesariamente debe existir igualdad de oportunidades. Por eso el neoliberalismo queda descartado de antemano.