En los últimos días los dichos de Nicolás Eyzaguirre han sido unos de los grandes temas de la actualidad nacional. Que son sólo cuatro años o la carrera completa lo que financia el Estado, es lo que aún muchos no entienden, y otros se esfuerzan por que no se entienda nunca.
Y es que el arte de cierto periodismo es ese: que no se entienda nada, o que lo que se entiende sea lo más confuso posible, ya que esto es política, y lo nítido y claro nunca sirve. Porque ahí termina el ejercicio periodístico, y muchas veces también se acaba la utilización de ciertos poderes detrás de las empresas periodísticas.
Porque los medios, y el cierto estatus que dan algunas entrevistas en revistas o diarios de cierto renombre, pueden confundir hasta al más claro y decidido político. Las adulaciones, los perfiles en donde apareces como el más capacitado, el más fuerte y duro para ejercer tu labor muchas veces te vuelven un poco loco y el ego se te va por las nubes, olvidando así la razón para la que fuiste llamado.
El ministro de Educación cayó redondito ante el encanto de los medios. Aunque su semblante sea firme y su actitud siempre de denote cierta impenetrabilidad, lo cierto es que los encantos y la gran cantidad de opiniones con respecto a su personalidad, no dejaron al hijo de Delfina indiferente. Al contrario, lo hicieron creerse eso que los siúticos decían de su apellido y su raíz social. Porque acá en Chile lo que más importa es eso, después qué haces y cómo lo haces.
La cultura mercurial desde principios de año, hizo que Nicolás sintiera en los diarios a una especie de aliado, total su familia y su bonachona y desquiciada madre eran un gran antecedente ante la opinión pública, por lo que no había nada que temer, sólo había que trabajar, hablar y seguir trabajando.
Con lo que no contaba el otrora ministro de Hacienda de Ricardo Lagos, era con el doble filo de la línea editorial con el que se manejan los grandes conglomerados periodísticos; no recordó que, aunque sea un Eyzaguirre, él trabaja para el enemigo e intenta hacer un cambio significativo, no sólo en la educación de un país, sino en los negocios y en una estructura de poder como la chilena.
Con lo que no contaba el otrora ministro de Hacienda de Ricardo Lagos, era con el doble filo de la línea editorial con el que se manejan los grandes conglomerados periodístico
Mientras este doble filo entraba en acción, el ministro seguía paseándose por los pasillos del poder con tu tenida de sesentero progre, y sus dichos irónicos que sacaban carcajadas coquetas en jóvenes periodistas que lo miraban como el personaje del año, y no hay nada más atrayente para el periodismo novato que los “personajes del año”.
Pero el risueño ministro no contó con la aparición de Carlos Peña, quien desde su desfachatez de columnista díscolo de El Mercurio, le daba confianza a Nicolás porque los dos compartían un corazón progresista. Sin embargo, Peña demostró ser el mejor empleado mercurial, debido a que, entre sus sempiternas citas a Freud, puso al titular de Educación entre la espada y la pared, diciendo que lo que dicho por el economista en una entrevista con él-y de lo que luego se desdijo- era precisamente lo que quería decir, poniéndolo así como un ser lleno de contradicciones.
Con esto, quedó en claro que un tipo de prensa ideologizada nunca es amiga, y que la imagen nunca lo es todo, sobre todo cuando se intentan crear percepciones que finalmente los sujetos de éstas terminan por comprar.
Eyzaguirre creyó que, como le dijeron las grandes páginas, él tenía un capital asegurado, que radicaba en su cuna, en su mundo y en sus contactos. Él actuó como los periódicos le dijeron que debía actuar, hasta que se descuidó, y el zarpazo llegó y no perdonó.
Ahora el problema es que no puede salirse del personaje, y la persona aparece muy poco. Misión cumplida dicen en algunas salas de redacción.
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