El aplastante triunfo de Bolsonaro en Brasil ha vuelto a abrir un capítulo más en la autoflagelante discusión sobre el actual rol de las izquierdas e incluso del modelo de democracia liberal en sí mismo a nivel mundial. Trump, el Brexit, Orbán, Salvini, y ahora «O país mais grande do mundo».
Tras la caída de la Unión Soviética muchos vaticinaron el fin de la historia, y creímos que el mundo había llegado a un statu quo en donde el paradigma reinante estaba formado por una mezcla de democracia representativa en lo político y un sistema neoliberal de economía internacional abierta y globalizada en lo económico. De este modo, los países libres alternarían entre la derecha liberal-conservadora y la socialdemocracia light hasta el fin de los tiempos.
Pero no. Tal como en los locos años ’20, el paradigma dominante ha dejado cabos sueltos que han hecho que las masas renieguen de él. En esta oportunidad quiero abordar el caso particular de América Latina, y en específico su dimensión religiosa.
Clave en el triunfo de Bolsonaro, y jugando también un rol preponderante en Costa Rica, Guatemala y Colombia (con disímiles resultados electorales), el evangelismo se ha vuelto un factor preponderante del juego electoral. Las congregaciones protestantes pentecostales han superado su tradicional atomización e inorgánica para pasar a actuar como un solo cuerpo social en pos de cumplir los objetivos de su agenda. Y es que tal como ellos achacan a sus «enemigos» una «diabólica agenda» basada en las supuestas ideología de género, lobby gay y destrucción de la familia, ellos, naturalmente, también tienen la suya.Tipos como Bolsonaro no serían tan peligrosos si detrás de ellos no hubiera organizaciones que buscan reemplazar las bases democráticas liberales por una «democracia de Dios»
Se trata de una agenda que, al estilo de los movimientos políticos islamistas del Medio Oriente, busca conquistar el poder civil (e incluso militar) para aplicar en la tierra las directrices de lo que ellos entienden como el Reino de Dios. Pero a diferencia de anteriores movimientos políticos de inspiración religiosa, como han sido la Democracia Cristiana o la Teología de la Liberación, el pentecostalismo desprecia abiertamente el laicismo, la separación entre Estado y Religión, y los valores ilustrados.
La agenda del pentecostalismo político es peligrosa porque reniega de las bases filosóficas que han permitido que Occidente conquiste niveles de calidad de vida, libertad, paz y progreso inéditos en la historia. Es verdad, el paradigma neoliberal aun imperante es intrínsecamente injusto, pero igualmente nefasto era el capitalismo oligárquico previo a la Segunda Guerra Mundial, que vino a ser reemplazado por fascismos que prometían ser la salvación y acabaron siendo el desastre y la auto aniquilación de los pueblos. No se trata de cambiar algo malo por otra cosa que es peor.
Tal como el pentecostalismo político define a viva voz como enemigos a la izquierda, las organizaciones LGBTI, los movimientos feministas y a los librepensadores, los demócratas de todo signo debemos declararnos enemigos de quienes propugnan la reducción de libertades individuales, la inmiscusión de la religión en la política y en el Estado, y la relativización de los derechos humanos, junto con un alarmante rechazo a la modernidad en su sentido más amplio.
Tipos como Bolsonaro no serían tan peligrosos si detrás de ellos no hubiera organizaciones que buscan reemplazar las bases democráticas liberales por una «democracia de Dios», un gobierno de elegidos que creen saber lo que es mejor para todos. En definitiva, algo que suena más parecido a los Hermanos Musulmanes que a un país latinoamericano.
No se trata de defender el injusto statu quo y buscar su perpetuación, pero si toca elegir entre Evangelio y República, la respuesta debe ser enérgica y sin medias tintas.
Comentarios
05 de noviembre
Bueno, no es necesario declarase enemigo, en la práctica lo son. Lo que pasa ( desde mi enfoque), es que tal como observa y según el “Fin de la Historia” de F. Fukuyama, la izquierda se quedo muda, sin discurso, sin mundo posible, se rompió el paradigma de igualdad, de estado protector, de colectivismo activo en muchas partes, dejando sus recintos y sus espacios vacíos, y lo que vino rápidamente a ocupar esos recintos y espacios es el anarquismo, contra eso se enfrenta el “pentecostalismo” que Ud. señala, en rigor, porque no hay puntos de encuentros posible, situación que no ocurría con la vieja izquierda, por ello se trata de una cultura (la vieja cultura cristiana en su sentido más ortodoxo) enfrentada a todo tipo de excesos.
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