Un clásico ejemplo de eufemismo en las clases de castellano de la década de los 90, era el usado para referirse al acto mediante el cual nace un niño, sustituyendo la palabra parir por “dar a luz” u otros aún menos adecuados como “mejorarse”.
Este gusto de los chilenos por suavizar los términos que no resultan agradables al oído o a la conciencia, obviamente trasciende las barreras de la cotidianeidad y ha llegado a instalarse en el ámbito económico y político con el uso de eufemismos que dan cuenta de una imaginación y tergiversación notables.
Es así como, mientras existieron los senadores designados, la derecha se refería a ellos como “senadores institucionales”. Se llamó asimismo al golpe de estado de 1973 “pronunciamiento militar”. Se llama a los intentos por reducir el Estado, “modernización del Estado”; a las violaciones a los derechos humanos, “abusos”; y, por cierto, al período comprendido entre 1973 y 1990 como régimen o gobierno militar.
Acerca de este último concepto, resulta claro que la iniciativa del Ministerio de Educación no sólo constituye un burdo intento de “eufemizar”, sino también es evidente la intención de influir en el juicio de los estudiantes de enseñanza básica, esto es, desde el inicio de su formación, acerca de un período histórico mediante la incorporación de conceptos equívocos e imprecisos que vienen a relativizar la naturaleza político-jurídica de la dictadura cívico militar de Pinochet.
En efecto, lo que teóricamente define a una dictadura es la concentración del poder en un solo individuo o en una junta, la que controla y detenta otros poderes del Estado. Es así como la RAE define dictadura como aquel gobierno que, bajo condiciones excepcionales, prescinde de una parte, mayor o menor, del ordenamiento jurídico para ejercer la autoridad en un país, gobierno que en un país impone su autoridad violando la legislación anteriormente vigente. Por el contrario, se puede definir también una dictadura por lo que en ellas no ocurre, esto es, la renovación periódica de las autoridades mediante elecciones libres, informadas y secretas.
Es por ello que no resulta razonable, como lo señaló el senador designado Carlos Larraín, que el término dictadura contenga elementos peyorativos, pues la criminalidad no va implícita en dicho concepto, sino que es un factor lamentablemente común en las dictaduras del mundo y por cierto en la dictadura chilena.
De este modo no tiene sentido que desde el Ministerio de Educación se justifique la iniciativa por tratarse el término “régimen militar” de un concepto “más general” y con el fin último de invitar a los jóvenes a pensar, ni que se califique la palabra “dictadura” como peyorativa, pues no existe justificación para reemplazar un término preciso por uno tan equívoco y ambiguo como el propuesto por el ministerio. Resulta cuestionable que la razón del cambio sea fomentar la reflexión, y por el contrario, parece un intento por influir en el juicio de las futuras generaciones sobre éste período, mediante la incorporación de la ambigüedad, como asimismo, un intento de los partidarios de la dictadura por blanquear su imagen.
Si bien es cierto para los chilenos el término “dictadura” tiene una dimensión que va más allá de su faz teórica, resulta razonable que así sea, pues condicionados por nuestro pasado reciente, resulta difícil pensar en una dictadura sin que lo primero que se venga a nuestra cabeza sea la tortura, el asesinato, el exilio, la desaparición de personas, la persecución de las ideas. No obstante, los genios del Ministerio de Educación, esos mismos que nos invitan a pensar, deberían saber que eso no es precisamente culpa de la Historia.
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