Y finalmente la profecía se cumplió. El domingo pasado la Concertación fue electa para ser gobierno y ha retornado nuevamente al poder. Con una participación del 41, 96%, correspondientes a un total de 5.695.764 votos emitidos, Michelle Bachelet se impuso con el 62, 16% de las preferencias, equivalentes a 3.468.389 de votos sobre la candidata aliancista, quién sacó un 37,83%, traducidos en 2.111.306 de los votos. Todo esto dentro de un padrón electoral de 13.573.143 de personas inscritas en el Servel y habilitadas para sufragar. Importante resaltar también la alta abstención, que llegó a ser de 58, 04%. ¿Qué se puede extraer de esta información? Aquí propongo una breve reflexión que dice relación con el tipo de Estado que existe en Chile y su relación con la sociedad.
Habría que definir primero qué entiendo yo por Estado. Para mi, éste es la encarnación del bien común y del bien público, el cual tiene responsabilidades para con las personas y las personas para con él. Por lo tanto, el Estado vendría siendo algo así como el lugar donde confluyen las necesidades y problemáticas sociales, teniendo un rol muy importante en materias de políticas públicas relacionadas con los bienes primarios (salud, educación y vivienda). El Estado, en mi opinión, tiene el deber de garantizar derechos humanos, como lo son las tres cosas que mencioné anteriormente, independiente si se trata de gente pudiente o de escasos recursos. Todos y todas tienen el derecho a recibir esas garantías estatales, por lo tanto, la idea es equiparar las condiciones de vida de las personas, de forma tal que cada individuo pueda tener un piso común sobre el cual surgir. Otra arista en esta concepción sobre el Estado es que la ciudadanía se caracteriza por tener una alta participación en el espacio público, en la deliberación de la polis. Aquí es donde los partidos políticos son fundamentales, pues son los medios que canalizan las demandas y necesidades sociales al Estado, quien recibe el clamor de la sociedad e intenta actuar en pos de lograr mayor estabilidad.
Todas las características que he dado aquí son propias de un Estado de Bienestar, en el que se concibe a la política y a los partidos políticos como la forma para generar cambios sociales y mantener en funcionamiento y desarrollo a un país. En este contexto, se asume que una gran parte de la sociedad está politizada, informada y acude a votar, pues los partidos políticos dan la confianza en ser el canal para traspasar el sentir popular hacia el Estado. Claramente la alta abstención en estas elecciones presidenciales evidencian, entre muchas cosas, que la gente no confía en los partidos políticos ni en su deliberación en el Congreso. No gusta siquiera la política, el nivel de desencantamiento por ella es monumental, y ello tiene que ver, como decía en un principio, con el tipo de Estado y su relación con lo social en Chile.
Y esto se debe, a mi juicio, en que durante y luego de la dictadura cívico militar, el Estado se privatizó, poniendo como eje central al mercado como espacio de interacción entre individuos, donde la política y los partidos políticos como el arte de gobernar fue paulatinamente decayendo. Un Estado Neoliberal pone el acento en las libertades individuales para escoger, sin intervención en los bienes primarios ni en la economía, funciona en base a la especulación y se le da mucha cabida a la iniciativa privada para que cope el espacio público. Es decir, el mercado es la política, y se regula por la «mano invisible» de Adam Smith. Se garantiza el trabajo libre y la libre competencia, cuestión que en Chile no ocurre, hay monopolios. Es un Estado subsidiario que no se hace cargo de las demandas ciudadanas y tampoco genera los suficientes mecanismos para que ésta pueda expresarse.
En ese sentido, la democracia en Chile, si bien es representativa y existen las instancias para votar por representantes, se ve bastante menguada por los altos grados de abstención y desafección política. Lo anterior se expresa en el declive que ha existido en la participación electoral presidencial desde el año 1989 hasta el 2013. En 1989, hubo un total de 6.979.859 votos válidamente emitidos, correspondientes al 86,29% del padrón electoral; en 1993 hubo 6.968.950 de votos válidamente emitidos, correspondientes al 81,47%; y en las elecciones presidenciales pasadas 5.695.764 votos emitidos con una participación del 41, 96%, la más baja desde el retorno a la democracia.
Es decir, desde el fin de la dictadura, se ha acrecentado la abstención y menos cantidad de gente ha ido a votar en los últimos 25 años. La Concertación ha mantenido intacto ese mismo Estado Neoliberal y modelo impuesto por la fuerza militar en 1973 y ello ha involucrado despolitizar la política. Será dura tarea de los movimientos sociales futuros intentar re-encantar a la ciudadanía con la política, para verdaderamente tener una democracia participativa, informada y deliberativa.
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