La noticia es la siguiente: según un ex fiscalizador del Servicio de Impuestos Internos, dinero de la Teletón pudo haber sido utilizado por Penta. Sí, el mismo grupo económico que ha estado por más de un año cuestionado por las donaciones a políticos y fraude al Estado. Y es que no es tan extraño que esto suceda, ya que Carlos Alberto Délano fue presidente de la fundación y, al parecer, no diferenciaba mucho la labor de ésta con la de sus empresas.
Pero seamos un poco más sinceros y hablemos sin eufemismos: la Teletón siempre ha estado relacionada con el mundo empresarial, y hasta ha sido la gran promotora de éste y la ideología que hay detrás. Recordemos el nacimiento de la obra comandada por Don Francisco, hacia fines de los 70, y el momento político que vivía Chile. No es casualidad que justo en esos momentos el Estado haya sido relegado solamente a una tarea represora, y su participación en la economía fuera castrada, para así transformar a la voluntad privada en el único motor del país.Espero que quede claro que el tema de este texto no es en contra de lo que se hace, sino cómo se hace. Porque tal vez si hubiera menor enaltecimiento del mundo privado con fines propagandísticos, y éste pudiera congeniarse con lo público, tal vez esta iniciativa sería más nuestra.
Sólo nos podía salvar el empresario y su olfato. La concepción de colectividad fue transformada en algo que podía ejercitarse solamente una vez al año para que nos acordáramos del otro. La única manera de que podríamos lograr esa ansiada meta era con el sufrimiento en cámara de una familia, para luego esperar la gran llegada del hombre de negocios que sacaba su billetera y la ponía sobre la mesa en un gran acto que podríamos llamar de “bondad de comerciante”.
Porque mientras Pinochet nos decía que había que cuidar a los ricos, Mario Kreutzberger nos explicaba la razón, dándoles minutos de cámaras y pidiendo que el público los aplaudiera, aunque las empresas se eximieran de impuestos, y no dieran ni la cuarta parte de lo que de su patrimonio. Ese es el Chile que quiso contarnos la Teletón para lograr una buena obra. Por lo mismo tomó de rehén, sin querer muchas veces, al sufrimiento de familias con tal de comunicarnos mejor que nadie el sistema que debíamos consumir.
Sería una tontera decir que lo logrado todos estos años en materia de discapacidad no ha sido significativo, pero también sería de una gran ceguera no detenernos a pensar en la matriz ideológica y en todo el discurso que hay tras el rostro triste del animador eterno de Sábado Gigante. Pareceríamos torpes si no nos detuviéramos a preguntarnos qué hay tras el “vamos chilenos”, el “somos campeones de la solidaridad” y, sobre todo, debajo de las ansias de ciertas personas y empresas por mostrarse como buenas.
¿No será tal vez la última carta con la que muchos aún defienden nuestra estructura económica? ¿No será la defensa de “la obra”, una forma de defender soterradamente aún este sistema tan cuestionado? Porque el Estado no está ausente porque haya querido estarlo, sino porque no es conveniente su presencia para el modelo que hace posible todo lo que trae consigo este último bastión del Chile pinochetista.
Espero que quede claro que el tema de este texto no es en contra de lo que se hace, sino cómo se hace. Porque tal vez si hubiera menor enaltecimiento del mundo privado con fines propagandísticos, y éste pudiera congeniarse con lo público, tal vez esta iniciativa sería más nuestra. Más realmente nacional. Ya que hoy sólo parece el resultado de una muy buena estrategia comercial de unos pocos. O, mejor dicho: una gran bandera para seguir sosteniendo una ideología cuestionada.
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