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En su propia zanja

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Un contundente triunfo en la próxima elección presidencial y parlamentaria por parte de las fuerzas de cambio, representaría una consolidación de importancia estratégica para poder avanzar en la dirección de los cambios demandados por el 80% de la población y constituiría igualmente un paso decisivo, para sacar al país de la peligrosísima trampa  en la que la ultraderecha busca meterlo.

En efecto, la propuesta programática de Kast, que para las mentes más entrenadas pudiera resultar ridícula y carente de sentido, tiene un doble  propósito: Manipular por una parte a la opinión pública, confundirla y atemorizarla, para así alejarla o paralizarla respecto a las motivaciones de cambio pacífico que  desean las mayorías del país; mientras que, por la otra, dar curso a una profunda involución autoritaria y conservadora en lo económico, político, social y valórico, de conseguir hacerse del control del Gobierno.


Por profunda que sea la crisis a la que el neoliberalismo ha llevado a Chile, la salida a un estado distinto, con paz duradera, será necesario construirlo paso a paso, ladrillo a ladrillo, y sumando fuerzas para la transformación democrática

Se trata de una estrategia cuidadosamente urdida por los partidos políticos de ultraderecha,  que  cobra forma y expresión política en la candidatura de Kast y sus partidarios en la Convención Constituyente, y que, en su implementación, están siendo apoyados por bots en las redes sociales y la prensa escrita como El Mercurio, que no tiene ningún empacho en reconocer en sus páginas sociales a criminales de guerra nazi.

Nada de ello es casual. Kast y su sector están sentando conceptos matrices  tanto para ser gobierno como para reagrupar a la derecha dura tras las elecciones de noviembre próximo. Si efectivamente como producto del desfonde de Sichel y del así llamado sector liberal de derecha, pasa a segunda vuelta, quedará en inmejorable posición para liderar la oposición, mejor dicho, la resistencia al nuevo gobierno. De alcanzar este último, el país entrará en un túnel más oscuro al actual, porque de seguro aplicará políticas económicas hiperneoliberales, mientras que en lo valórico, cultural y político, el conservadurismo y el autoritarismo, explícito en sus propuestas,  le darán forma a la conducción de su eventual  gobierno.

Por cierto, un factor que juega a favor de la estrategia de ultraderecha son los actos vandálicos de grupos minoritarios, que no han empañado ni el carácter pacífico de las movilizaciones sociales ni tampoco la claridad y profundidad de las demandas sociales, pero sí han contribuido a darle sustento al rearme electoral, ideológico y político  a un sector que no cree en la democracia y desprecia a quienes reclaman pacíficamente por dignidad y justicia, aunque preciso es reconocer que son muy hábiles en el arte de la manipulación.

Y eso tampoco es nuevo. En todas las épocas y bajo un mismo manto de empatía con aquellos sectores sociales pauperizados por regímenes sustentados en la desigualdad o afectados por severas crisis, como Alemania después de la Primera Guerra Mundial, la ultraderecha se sirve del miedo y la incertidumbre de sectores de la población, que dice defender, para terminar después favoreciendo a los poderosos.

Al igual que antaño, este sector  requiere de chivos expiatorios, a saber: los inmigrantes pobres, primeras naciones, toda la izquierda, la política y los políticos,  toda forma de progresismo, y cualquier expresión  de la vida comunitaria  que se oriente a la justicia social y la dignidad humana, la cultura y los medios de prensa comprometidos con la democracia, minorías sexuales y étnicas, ecologistas, feministas, transgénero y todo tipo de minorías que no calcen con su visión ultra sectaria, dogmática y profundamente excluyente de cualquier otro, de cualquier diversidad.

Esta ideología siempre parte atacando a los más débiles, pero no se detiene en ellos. Aunque por razones tácticas suavicen sus discursos, en el fondo les gusta, siguiendo a Russell, “la rudeza, la guerra y el orgullo del más fuerte” y se creen biológicamente superiores al resto de sus congéneres.

En el marco histórico preciso en el que se encuentra un país en crisis como Chile, la próxima contienda política-electoral, permitirá  adentrarse más precisamente en la dirección que irá tomando el proceso político del país: El de la involución totalitaria, representada por Kast y la ultraderecha; o el del proceso de  profundización democrática que reclama la mayoría de la sociedad chilena.

Remarcamos el término proceso, porque avanzar en la conquista de nuevos espacios democraticos y derechos no es lineal, es más bien contradictorio, como todo proceso. En su recorrido habrá muchos obstáculos reales y otros inventados, aunque también habrá, inexorablemente, autogoles. No es lineal, además, porque no se puede obviar, que la frustración, la pobreza y todo un conjunto de precariedades que traen consigo sociedades clasistas y fundadas en la desigualdad como la nuestra, también son susceptibles de ser manipuladas y conducidas hacia destinos indeseables.

A mayor abundamiento, conviene precisar  que determinación por alcanzar objetivos tales como justicia social, más y mejor democracia, que es el verdadero sentido común de Chile, no es lo mismo que determinismo. Es decir, por profunda que sea la crisis a la que el neoliberalismo ha llevado a Chile, la salida a un estado distinto, con paz duradera, será necesario construirlo paso a paso, ladrillo a ladrillo, y sumando fuerzas para la transformación democrática. En ese particular sentido, un Programa de Gobierno, es un cuerpo de ideas dinámico, sujeto al juego de la política y a la correlación de fuerzas, en cuyo caso, la mirada debe estar puesta siempre en él, pero en el que la flexibilidad táctica es indispensable para poder arribar a buen puerto.

Resignificar y ampliar la democracia como el espacio para la vida digna en comunidad, no podrá ser alcanzada de la noche a la mañana. En primer lugar, porque las crisis por las que está atravesando el país, son profundas y requieren del tiempo necesario para que las soluciones decanten políticamente y se expresen en un entramado jurídico y legal que las sustente. Por lo mismo, la pedagogía se ha vuelto esencial, la apertura al aprendizaje, indispensable.

Enseguida, porque el mundo globalizado, del que somos parte, vive a su manera las consecuencias del productivismo extremo y sus efectos destructivos en el equilibrio de los ecosistemas del planeta, mientras que en el plano político-Institucional, se debilita la democracia representativa y pierden capacidad de articulación los organismos mundiales que dieron un cierto orden al mundo tras la Segunda Guerra Mundial. La pandemia, por su parte, ha hecho lo suyo, la economía no despunta y los súper ricos siguen hiperconcentrando la riqueza mundial.

La amenaza autoritaria ante un mundo convulsionado, revive por doquier, y se retroalimenta. Entre zanjas, muros y negacionismo; Bolsonaro es a Trump lo que Kast es a ambos. Por eso, en mi opinión, y en el marco del actual escenario mundial, un país pequeño como el nuestro requiere de mayor y no menor integración a las Instituciones de alcance regional y mundial. Así como de alianzas políticas que fortalezcan las iniciativas democratizadoras, pluralistas, inclusivas y diversas.

Por todo ello, y sobre todo considerando que el pueblo chileno “despertó” y decidió hacerse cargo de su propio destino,  es de importancia estratégica asumir la política como un proceso de construcción social, que es el modo más fructífero de vincular lo social con lo político.

El pueblo chileno sabe entender buenas razones. Ni  las zanjas ni los muros, son parte de su destino.

TAGS: #CandidaturasPresidenciales #DerechaChilena Elecciones presidenciales

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