¿Se acuerdan de la campaña «Pienso positivo«? Esa que con una música simpática y livianita nos invitaba a mirar el vaso medio lleno (de coca-cola) de la vida.
Corría el año 2001 y el periódico El Mercurio promocionaba de esta forma la iniciativa: «es importante resaltar que esta campaña no tiene ningún fin político, religioso ni empresarial, y que tampoco hay grupos ideologizados detrás de ella, sino que, por el contrario, es una idea que está abierta a todos los chilenos y que busca dar un servicio a nivel país.
¡Qué defensa más curiosa e imposible la que hacía el decano de la prensa!
Imposible una mirada acerca de las emociones que no tenga un trasfondo político. Cualquier faceta de lo humano tiene siempre una dimensión política. Si no está de acuerdo conmigo, considere el ejemplo que sobre este tema nos proporciona la reciente campaña presidencial. En este contexto, a propósito del acorralamiento que experimentaba el candidato Sebastián Piñera en un programa político, por parte de la periodista Mónica Rincón, su ex ministro tuiteaba en paralelo:
«¿Qué le pasará a la Mónica Rincón? Puede que tenga un problema o un mal momento. Ojalá sea sólo pasajero. Está como enojada… y es tan simpática normalmente».
¿Es que estar enojado es intrínsecamente malo?
Así parece ser desde la concepción política de derecha. «Piensa positivo», «sé optimista», «mira el vaso medio lleno», «no te enojes», «sonríe que vienen tiempos mejores», son todos eslóganes que acoplan de muy buena forma con esta mirada política.
Como señala Ehrenreich (2011), se trata de una especie de «trampa” tendida por el sistema económico neoliberal que tiñe todo nuestro mundo social, incluida, por cierto, la educación (Davies & Bansel, 2007). Esta cultural manera de pensar nos lleva a creer que hay algo intrínsecamente malo, en términos morales, cuando experimentamos emociones como el miedo, la tristeza, y sobre todo, la rabia.
Veamos otro ejemplo. Poco después del suceso mencionado, Piñera declaraba en conferencia de prensa sobre su contendor Alejandro Gullier:
A diferencia de lo que sostiene la visión conservadora del mundo, durante estos últimos años nos estábamos enfermando de positividad. Una alegría mal entendida, forzada, e inducida como algo incompatible con otros afectos, tan sanos y necesarios como el resto de las emociones.
“Respecto a algunos candidatos (…) me pregunto: ¿Qué les pasa? ¿Por qué se han puesto tan amargos?, ¿Tan odiosos? ¿Que no entienden que nuestro país quiere justo lo contrario? Quiere unidad, esperanza, futuro, tiempos mejores (…) ¿Qué te pasa Alejandro, parece que el espíritu de amargura y odiosidad del Partido Comunista se ha tomado tu alma?
Desde esta perspectiva, que podríamos caricaturizar como “mentalidad Coca-Cola”, se sostiene que sólo los estados emocionales de valencia positiva, es decir, aquellos placenteros como el entusiasmo, la alegría o el optimismo, son buenos para nosotros y nuestro entorno. Estar triste es concebido como algo peligroso, tener miedo es síntoma de debilidad, y sobre todo, estar enojado, es inherentemente malo para nosotros y quienes nos rodean: ¡Mejor mirar el lado Coca-Cola de la vida!
En este contexto de desprecio por toda una amplia gama de nuestra emocionalidad, no es casual que una de las corrientes político sociales de cambio más interesantes que surgiera en las últimas décadas, se hiciese mundialmente famosa bajo el nombre “Los Indignados”. Se trata de un síntoma de resistencia frente a una hegemonía cultural que contradice nuestros principios de funcionamiento psicobiológico más básicos. Tampoco asombran en absoluto, los intentos desplegados por el establisment político en el sentido de extinguir cualquier rebrote asociado a este movimiento. Al sistema económico cultural imperante no le “convienen” las personas molestas, un tipo de emoción que se asocia a procesos cognitivos de pensamiento crítico. Es la rabia el “lugar” desde donde se hacen más evidentes las injusticias y la necesidad de cambios (Solomon, 2007). Es esta emoción también, el espacio desde el cual se hace más fácil colocar límites a aquellas situaciones que nos dañan.
Hay un evidente alineamiento entre la llamada psicología positiva que desecha el valor de las emociones de valencia negativa y el sistema económico político dominante. De otro modo no se explica que esta corriente surgiese en EEUU y tenga a Chile (dos países puntales del neoliberalismo) como uno de sus máximos exponentes a nivel Iberoamericano.
En palabras del filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han, asistimos a la emergencia de una nueva cultura caracterizada por patologías neuronales (déficit atencional, burnout, depresión, etc.) que no consisten en dificultades “inmunológicas” (es decir reacciones contra algo externo) sino en “infartos” internos que se derivan de nuestro exceso de positividad (Byung-Chul, 2012).
A diferencia de lo que sostiene la visión conservadora del mundo, durante estos últimos años nos estábamos enfermando de positividad. Una alegría mal entendida, forzada, e inducida como algo incompatible con otros afectos, tan sanos y necesarios como el resto de las emociones. Pero los resultados de las recientes elecciones parecen indicar una nueva dirección para Chile, una donde no se repriman nuestra rabia, nuestra frustración, nuestra tristeza y nuestros miedos. La alegría que desde allí surja debiera ser más real, más profunda, distinta del mero placer. ¡Que así sea!
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Bensonino
Muchas gracias Marcelo, saludos
Marcelo Raizman
Muy buen articulo Rodolfo. Interesante mirada.