En poco tiempo, Pamela Jiles se ha convertido en la rara avis dentro de la política, exhibiéndose y pavoneándose de vivir en un mundo a la imagen de sí misma, en el vacío de las apariencias, cumpliendo un rol centrifugador en la oposición, entorpeciendo todo intento de construir una alternativa progresista de gobierno a la derecha; explota con habilidad la farandulización de lo público, valiéndose de la parafernalia mercadológica para publicitar su “personaje” y, de paso, desnaturalizar la política, acabando con la dimensión social de la misma al poner su ego en el centro; infringe flagrantemente las normas electorales -que todos los ciudadanos (as) tenemos que cumplir- desprecia la inteligencia o la razón sin el menor complejo; ofrece soluciones simples para problemas complejos y explota sin escrúpulos el hartazgo y erosión de la confianza de la gente en las instituciones -a pesar que ella es parte de una de las más desprestigiada- obviando, también, irresponsablemente, que solo con la indignación y la rabia no se logra construir una política viable de enfrentamiento real al neoliberalismo.
Pamela Jiles, ha emergido como una nueva variante de nepotismo-populismo, con sus cantos de falsaria protectora de los más desprotegidos (los descamisados de Eva Perón) y un discurso adosado con un sustrato de negatividad que elimina la noción de la acción colectiva, encarnando un tipo de gatopardismo desde una sui generis izquierda. Apela a un discurso antipolítico, cuando la política es consustancial al poder, a las sociedades; en lugar de volver a legitimarla y rescatarla para que sea un espacio en que la ciudadanía discuta los temas públicos para solucionar sus problemas, la denigra y faranduliza, poniendo al país en la curiosa disyuntiva de optar entre la sociedad del espectáculo y un capitalismo fetichista, dejando la pista libre a la continuidad de Chile Vamos en el gobierno, como lo hizo en la presidencia de la Cámara de Diputados, extendiendo, además, la posibilidad de un largo invierno de políticas neoliberales.Toda sociedad basada en la negatividad, no sólo se opone a la política, sino también a la verdad, a la narrativa, al dialogo y los acuerdos; también genera enfado, irritación, enojo, ira y exasperación, que son caldo de cultivo para la emergencia de liderazgos populistas.
Toda sociedad basada en la negatividad, no sólo se opone a la política, sino también a la verdad, a la narrativa, al dialogo y los acuerdos; también genera enfado, irritación, enojo, ira y exasperación, que son caldo de cultivo para la emergencia de liderazgos populistas. Ese es el escenario que la “Abuela” busca recrear. Su objetivo es barrer con todos y todas y convertirse en la “salvadora” y protectora de sus “nietitos”, imponiendo el totalitarismo digital como un gesta más cercana a la religiosidad popular que construir instituciones que profundicen la democracia, la participación ciudadana y la redistribución del poder en todos los ámbitos. En su revuelta no admite ver que hay mucha gente que asume sus vidas y sus destinos sin dejarse ganar por el odio y la ofensa., por tanto, para ella, no existe la política más allá de la ira y del enojo.
Ella antagoniza contra todos en el espacio social y en el mediático, empleando el bullying para ganar posiciones, sin consideración por el “otro” -una actitud muy propia del zorrón que disfruta poder hacer lo que quiera- en una lucha en soledad y aislada, operando con una lógica de intimidación y matonaje que destruye la solidaridad y el sentido de comunidad en el progresismo. Vive del enfrentamiento como su único modo de hacerse visible y asume que así canaliza las frustraciones de la gente.
Todo en ella es conveniencia e impostura. Nada le nace de la naturalidad, mucho menos de la sinceridad; Insulta y denigra a todos los que no son devotos de su demagogia. Su instalación como candidata presidencial está construida en base a la fórmula clásica que han utilizado los populistas de derecha e izquierda: explotar el enojo con las desigualdades sociales y los abusos cotidianos que ejercen los poderosos contra el resto de la población. Pero, su propósito no es efectuar un cambio radical del modelo económico y político o un proyecto de país más inclusivo, sino para que la “Abuela” asuma el poder contra los “abusadores” que ella misma se encarga de definir y determinar: todos los que no están en su séquito de seguidores, mostrando su vocación totalitaria.
Frente al malestar social, ella aparece como la figura providencial, protectora de sus “nietitos” -sus sujetos virtuales- subsumiéndolos en la uniformidad y a un mismo imperativo: su propia glorificación, infantilizando de esta manera a la ciudadanía. En esa tarea, apela a la psicopolítica neoliberal que se apodera de la emoción para influir en las acciones de los individuos llevándolos a un nivel prerreflexivo, exacerbando la subjetividad de los mismos, para excitar el odio a todos y todas que no están en su pyme política familiar. Para ella, la política es la expresión del “yo” y la subjetividad. La protagonista es ella y su masa virtual, no la ciudadanía organizada ni los partidos políticos como espacios de deliberación. Ya en 2009, en el programa Sin Dios Ni Late, Jiles explicaba así su postulación a la Presidencia: “Yo soy un instrumento para que el pueblo llegue al poder, aquí está mi cuerpo”, parafraseando a Eva Perón. En definitiva, mantener el esquema basado en la delegación del voto en el líder, bajo la ilusión de la representación, del cual no emana una nueva institucionalidad y, asimismo, excluye a la sociedad civil.
Pamela Jiles está convencida que mediante el histrionismo, sus disfraces y gesticulaciones, al igual que los populistas de antaño y del presente (Mussolini, Hitler y Trump), es la mejor vía para encantar a las masas (nietitos), ya que considera que, en política, el histrionismo puede ser más importante que el intelecto. Por eso usa las gesticulaciones corporales y distintos tonos de voz para comunicarse con su audiencia. Para ella, la comunicación política es recurrir a la visualidad para generar emociones, no el mensaje cognitivo. Comparte con los populistas la noción que, para liderar, las ideas y los programas políticos no importan, como tampoco importa lo que se diga, sino lo importante es convencer a la gente que la abuela si las entiende porque ella es la anti-política que si los protege, mientras los “políticos” están contra la gente.
Su idea de liderazgo pasa por enarbolar sin complejos la teatralidad, lo titiritero y las mise en scéne para explosionar las emociones de la gente, desprendiendo a la política de toda racionalización. Inmersa en su narcisismo y en el cultivo de su autorreferencialidad, no mira ni escucha a los “otros” y, además, crea una imagen distorsionada de ellos, haciendo imposible un diálogo tras un objetivo y acción común de la oposición
Como Chávez en Venezuela, Trump en EE.UU y Erdogan en Turquía, la abuela pretende enfrentar al país entre buenos y malos -maniqueísmo connatural de la lógica populista- fórmula con que aspira a convertirse en la autócrata que el país supuestamente requiere para terminar con “la clase política miserable” –de la cual ella es parte- obviando que la verdadera alternativa para tener una sociedad más justa y equitativa es profundizando la democracia y llevar a cabo reformas estructurales sustantivas en el modelo de desarrollo actual, lo que implica contar con equipos técnicos preparados, mayorías en el Parlamento y tener el respaldo electoral mayoritario de la ciudadanía y no solo el universo de indignados de las redes sociales.
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