Debemos dejar de hablar de responsabilidad, para hablar también de convicciones, y soñar entre todos la Constitución que queremos, es decir, el país donde queremos vivir.
Durante el último tiempo y a propósito de las elecciones presidenciales de noviembre próximo, se ha puesto en el debate público la necesidad de una nueva Constitución para Chile. Entrar en la discusión sobre la legitimidad de nuestro texto constitucional, al parecer está de más, un pacto constitucional nacido en una dictadura carece de cualquier legitimidad, y eso no da para discusiones. Es más, a modo de anécdota, hace un tiempo escuché a una persona que en 1980 era conscripto del ejército de Chile, y me contaba que una de sus tareas para el “plebiscito” del 80’ era borrar la mayoría de los votos que rechazaban la Constitución, y marcar él la opción SI. Lo anterior es una de las tantas irregularidades que se llevaron a cabo durante la aprobación de una Constitución hecha a la medida de un grupo de abogados a fines con el régimen de Pinochet, y que impusieron al pueblo a través del terror y las armas.
Sabemos que en noviembre -en diciembre con mayor seguridad- elegiremos a nuestro nuevo presidente (a), y a propósito de esto se ha instalado en los medios de comunicación y en el debate público en general, la necesidad de una nueva Constitución. Me alegra que haya llegado el día en que la mayoría de los chilenos ha entendido, a su modo, la importancia de la Carta Fundamental. La Constitución no puede ser sólo para los abogados, es también del pueblo, y éste debe entender que es ahí donde se establecen las reglas de la democracia, el rol que debe jugar el Estado, la organización política del país, los derechos y deberes fundamentales de todas las personas, entre otras cosas. La Constitución ilumina e informa la visión de sociedad que queremos, determina en alguna medida, el país donde queremos vivir.
Permítanme hacer la siguiente analogía: imagínense que la Constitución es una caja de cartón, donde todos debemos caber, pero nuestra actual Constitución deja afuera a las pueblos indígenas, a las minorías, los derechos sociales, establece trampas antidemocráticas, etc., que no permiten la participación de todos en el quehacer político-social.
La teoría constitucional nos dice que el poder constituyente originario lo tiene el pueblo, en él reside, y éste lo concretiza en la elaboración de su Constitución. ¿Cómo? A través de una asamblea constituyente. Hay, por cierto, otras alternativas, pero a mi parecer, y creo representar a muchos, con la actual conformación del Congreso y el rechazo generalizado a la clase política, es la alternativa más idónea y democrática.
Llevar a cabo una asamblea constituyente no es fácil, pero tampoco imposible. A pesar de lo anterior, no dejan de sorprenderme las reacciones de algunos “personajes” políticos, anunciando el fin del mundo si se lleva adelante esta asamblea. Desde el oficialismo nos dicen que impulsar una asamblea constituyente es adorar a Chávez; que se quiere destruir la paz social. Otros más atrevidos no descartan una intervención militar. Casualmente todos ellos son fieles defensores de Pinochet y su régimen. Sin embargo, como en la derecha no están todos los diablos ni en la izquierda todos los santos, Camilo Escalona también ha manifestado su miedo a perder sus cuotas de poder, cree que los cambios deben realizarse con el control de los partidos políticos, señalando que pensar en una Asamblea Constituyente es fumar opio, tremendo socialista.
Por otro lado nos señalan que llevar a la práctica una Asamblea Constitucional, sería atentar contra la estabilidad e institucionalidad chilena, que no se puede permitir un quiebre institucional, sin embargo, creo que es preferible un “quiebre institucional” pacífico, informado, producto de una consenso social mayoritario que nos lleve a consolidar una democracia real, y no una dibujada y planeada por unos pocos en dictadura. No querer eso, es rechazar la democracia, y están en su derecho, pero no pueden condenar a vivir bajo reglas antidemocráticas a la mayoría de los chilenos. Además, no creer en un asamblea constituyente es infantilizar a los chilenos, es no confiar en las capacidades de cada uno para elegir -en elecciones populares- a nuestros representantes en esa eventual asamblea, y que sean estos, por mandato del pueblo los que redacten nuestra Constitución, y seamos todos los chilenos los que suscribamos ese nuevo pacto social.
Por último, debemos considerar que no podemos renunciar a nuestras convicciones utilizando como excusa la dificultad de éstas. Creer en la asamblea constituyente ya es importante, convencerse de que ésta es el camino, es fundamental. Después vemos cómo se hace, pero primero creamos en ella y en la madurez del pueblo chileno. Es hora, después de más de 200 años de vida independiente, de que Chile tenga una Constitución emanada del núcleo de la Nación, es decir, pensada y diseñada por todos los chilenos y chilenas a través de una asamblea constituyente. Debemos dejar de hablar de responsabilidad, para hablar también de convicciones, y soñar entre todos la Constitución que queremos, es decir, el país donde queremos vivir.
¿A qué le temen?
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