Es indudable que vivimos una crisis existencial de proyecciones incalculables para el futuro del país en lo que a política y economía se refiere en nuestro querido Chile. Ello ha significado que nuestra sociedad se esté descalificando a sí misma ante la crisis terminal del formato productivo y al haberse incubado una resiliencia negativa hacia la representación y las lideranzas que en la actualidad representan al mundo ciudadano.
Con el tiempo nos hemos acostumbrado a elegir gobiernos que gobiernan con minoría. Si analizamos los años que están por venir y el desafío que comprende hacer prosperar el cambio de paradigma en el formato político, económico, productivo y energético que tanto necesitamos; se podría decir que los dos períodos presidenciales (8 años) que se nos vienen, serán trascendentales y marcarán la pauta en lo que a sustentabilidad se refiere. Para lograrlo requerimos de una proyección de veinte años de una estrategia clara y específica en estos sentidos, que permitan el cambio de paradigma y para que ello ocurra debe realizarse en el fondo de la matriz.
El problema se ha suscitado fundamentalmente, en que las lideranzas de los posibles Presidentes de la República, que deben liderar el cambio de paradigma al que hacemos referencia, no son lo que deberían ser, enmarcados todos en un formato tan individualista como lo es el presidencialismo que rige nuestra forma de administrarnos, que ninguna de las propuestas ha tenido la capacidad de generar las confianzas que necesitamos y eso en sí mismo es el gran problema actual de nuestra sociedad. Los diagnósticos ofrecidos al mundo ciudadano, carecen del análisis global del problema y las soluciones que han sido presentadas dejan indiferentes al país, al no sentirlas consistentes y no tener puntos de fundamentos reales.
Ante esta realidad, han surgido implacables teorías del porqué y del cómo, poniendo al populismo como garantía de solución, porque dependiendo de la ideología, siempre hemos terminado escuchando lo que queremos escuchar y lo que más nos acomoda desde nuestros intereses personales y no de los del país. Actitud que con el tiempo nos ha interceptado y desarrollando múltiples perspectivas de lo que debe o no debe considerarse como populismo, con definiciones tan extensas y complicadas, que muchas veces más que aclarar terminan complicando la existencia, produciendo un vacío tan inesperado que nos tiene complicados.
Populismo puede denominarse a cualquier estilo político que represente una clase social, con un determinado estilo de liderazgo, que va en contra del orden establecido para mejorar sus condiciones de vida, ante la falta de representación fidedigna de los verdaderos intereses ciudadanos. Lo que hace relevante al formato populista en la actualidad, es que tiene posibilidades de construir un discurso aceptado, que permitirían producir comportamientos políticos institucionales que modifican la realidad.
Pero a decir verdad el populismo es mucho más que un movimiento de movilización de masas. Su característica fundamental, es que su discurso esta ligado esencialmente a lo ciudadano.
El populismo tiene la capacidad de representarse a sí mismo sin ambigüedades como suele ocurrir en la política tradicional de los intereses creados de los partidos políticos tradicionales, con una relación entre el líder y sus seguidores sin intermediarios de ningún tipo, con nuevos desarrollos de organización y representación, en torno a una serie de demandas para enfrentar el orden político, que va mucho más allá del contenido ideológico y las diferenciaciones entre izquierda y derecha. Las prácticas populistas por naturaleza son desafiantes, opuestos al modelo establecido, que en este caso sería la democracia económica neoliberal. Lo que persigue el populismo, no es otra cosa que re-institucionalizar el orden político y social, por medio de reformas constitucionales para construir una identidad propia, con contenidos que permitan modificar la realidad, creando balance y restituyendo la armonía.
Hay quienes consideran al populismo como un movimiento sin sustento ideológico, que hace referencia solo a las desventajas para sacar ventajas, contrarios al poder establecido y sólo como un conjunto social que busca mejores condiciones de vida y nada más. Otros lo ven como un movimiento desordenado de movilización de masas, sin doctrina y como una mera intervención emocional en lo social, para solucionar determinados problemas, sin opción de proyectarse en el tiempo y con medios para gobernar un país. Otros subrayan que el populismo es un reparto complaciente de la riqueza existente, sin considerar la producción de riqueza, que funciona paternalmente y en forma clientelista, que mientras haya recursos disponibles todo funciona bien, pero si no hay posibilidad de reparto, colapsara ante la falta de preparación para hacer funcionar prácticas de desarrollo productivo.
Pero a decir verdad el populismo es mucho más que un movimiento de movilización de masas. Su característica fundamental, es que su discurso está ligado esencialmente a lo ciudadano y su objetivo no es otro, que reorganizar la riqueza mal distribuida y representar al mundo social en el aquí y el ahora. Por eso que el populismo complica cuando es popular, porque va en contra de lo establecido y de los intereses creados. El populismo es más que nada una forma de compensación social, para despejar las desventajas comparativas de los modelos de desarrollo neoliberales, que han creado inequidad y descontrol social.
El fenómeno populista adopta formas y peculiaridades muy propias, de acuerdo con la cultura y con los espacios territoriales donde se desarrolla. No es fácil encontrar una explicación en todos los casos de populismo; porque básicamente es un fenómeno de expresión ciudadana ante las demandas reales que aquejan a la sociedad, que pueden ser ideológicamente de derecha, centro, o izquierda, sin que por ello pierda su eficacia y su realismo.
La división actual del fundamento político, entre lo social y lo antisocial, ha desarrollado su poder en las grandes empresas internacionales (transnacionales), conformando la vitalidad del núcleo del discurso populista al presentar en forma objetiva los cambios que deben realizarse. La polarización lógica de la presentación lógica del conflicto por el formato populista, reemplaza la negociación ante los intereses económicos y productivos predominantes, para lograr una institucionalidad nueva de representación política, traduciendo la verdad como una sola.
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