En los últimos años de crisis económica global, la política ha quedado (casi) definitivamente sepultada por la fuerza inclemente de lo económico y más exactamente por el mercado privado desregulado global.
El poder de facto del mercado privado desregulado ha terminado erosionando gravemente la democracia y sus instituciones.
La política ha sido colonizada por la economía (salvaje) del mercado privado desregulado, sin dios ni ley, pero repleto de especuladores depredadores con poderes absolutos para determinar lo humano y lo divino en la agenda política de los países, convirtiendo a los políticos en sus súbditos –más bien esclavos– del todopoderoso mercado privado desregulado.
El poder de facto del mercado privado desregulado ha terminado erosionando gravemente la democracia y sus instituciones. Los gobiernos, elegidos democráticamente, y muchos de ellos con la intensión de tener una agenda económica keynesiana, han terminado entre la espada y la pared, sin margen de maniobra política alguna por las iras del mercado desregulado que dicta una sola receta en la política económica: recorte del gasto fiscal, reducción de impuestos a los más ricos y aumento a la clase media y baja, minimización del rol del Estado como administrador del bien común y regresivas reformas laborales que funcionan siempre en detrimento de los trabajadores y siempre a favor de los dueños del mercado privado desregulado.
Esta criatura de mil cabezas en que se ha convertido el mercado privado desregulado desde que sus progenitores la echaron al mundo – el dúo Margaret Thatcher y Ronald Reagan (el dictador chileno Augusto Pinochet se adelantó algunos años) con su máxima “El Estado es el problema, no el mercado” hace ya más de 30 años- , ha convertido a la clase política en verdaderos perros de Pavlov: sólo reaccionan a los gritos dictatoriales del mercado desregulado privado cuando no administran sus exigencias fundamentalistas.
Vivimos, sin ningún género de dudas, un fin de ciclo y un momento crucial del último capitalismo como hasta ahora lo hemos conocido (y padecido). Ya superada la dualidad entre capitalismo versus comunismo, con el triunfo absoluto del primero y el hundimiento humillante del último, ahora el enfrentamiento es entre capitalismo contra capitalismo, como muy bien ya otros autores lo han indicado; y el capitalismo neoliberal contra el liberal le ha puesto la soga al cuello a la democracia dejando todo el poder político en manos del mercado privado desregulado financiero, creando una suerte de mercadocracia con un volumen de acumulación de capital sin precedentes paralelo a una desigualdad social global de vértigo. Además, el mercado privado desregulado ha creado un criadero de corrupción que engendran un día sí y el otro también crisis financieras globales apocalípticas con un solo ganador: el propio mercado privado desregulado financiero corrupto que, en un ejercicio de cinismo supremo, obliga al poder político a privatizar las ganancias y socializar las pérdidas, a saber y en dos palabras: las crisis económica-financieras producidas por el mercado privado desregulado la paga el contribuyente y las ganancias se la guardan los especuladores del sistema financiero desregulado privado corrupto.
Esta en juego lo público, el rol del Estado como garante del bien común versus los intereses de una élite multimillonaria global dueños del mercado privado desregulado financiero.
El mercado privado desregulado no puede solucionar la dicotomía destructiva entre mercado versus Estado, entre política versus economía y entre esfera pública versus esfera privada. Se requiere volver a posesionar la política como herramienta para hacer operativo el bien común, y volver a dotar a la economía como la ciencia social que es ─que no ciencia exacta como plantean los devotos del neoliberalismo─ para el bienestar del ser humano y no el ser humano (el 99 por ciento) para bienestar de una élite multimillonaria (el 1 por ciento).
La supremacía del mercado desregulado de la esfera privada de la economía en detrimento de la política y del rol del Estado como garantes del bien público y base del sistema democrático, debe volver a ser regulado en una justa medida y sin que funcione en perjuicio del mundo de los negocios y las finanzas, sino todo lo contrario: los negocios y el sistema financiero al servicio de la gente y no viceversa como los últimos 40 años de capitalismo neoliberal salvaje. La crisis global por el vaciamiento de la democracia por la mercadocracia está entregando el poder a los populismos, de izquierdas y derechas, autoritarios y muchas veces neonazifascistas, como es el caso de la Europa actual en crisis. El dilema, es el regreso a las fronteras y al proteccionismo económico o a más y mejor democracia con la repartición equitativa del poder y la riqueza.
Por último, esta forma de producción neoliberal del último capitalismo, es un arma de destrucción masiva contra el medio ambiente que, de no cambiarla urgente y rápidamente con todo el poder de la ciencia, no quedará nadie que cuente el final de la historia. Ni sobrevivirá el último que apague la luz. El crecimiento económico no puede ser infinito porque los recursos naturales del planeta son finitos.
El mercado (privado) desregulado es el problema, no el Estado democrático.
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