Debido a las declaraciones en que el ministro de Economía señalaba que, ante el alza tarifaria, si es que se levantan más temprano, los usuarios del Metro de Santiago podrían aprovechar el “horario valle”, mucho debate ha habido en las redes sociales en torno a la comprensión del gobierno de la rutina diaria de quienes necesitan de este medio de transporte para desplazarse desde su casa al trabajo en las mañanas.
Como sabemos, en esta administración no son muy buenos para reconocer errores; generalmente las responsabilidades de sus acciones recaen en el resto, en los que parece que quieren botarlos por intereses “malvados”, y no en ellos. La responsabilidad política de quienes hoy nos gobiernan, parece más bien un recurso retórico que una acción concreta, ya que mientras más hablan de responsabilizarse de sus actos, menos lo hacen. Más se enfocan en los defectos del adversario que en los propios. Por lo tanto, no se sabe si es que lo anunciado por el ministro será rectificado o se insistirá en ello.Todo parece ser llevado al terreno del costo y beneficio, como si tuviéramos que ser especuladores financieros de nuestra propia vida.
Lo que sí podemos saber es que esto es más bien una “oferta relámpago” y no una medida seria. ¿Por qué? Debido a que parece fundamental que quien administra lo público trate de no reducirlo a un asunto de oportunidades de los usuarios, dependiendo de cuánto modifican su quehacer matinal. Eso es transformar las mínimas certezas de un ciudadano en un privilegio según qué tan alterada se ve su rutina. Es tratarlo como un cliente de retail en todo ámbito de su vida.
Aunque resulte exagerado para algunos, todos estos arranques de funcionarios de La Moneda no son más que conductas ideológicas. Porque, ¿qué más ideológico que condicionar las tarifas de un transporte público a cuánto una familia deba ver reducidas sus actividades? ¿No es acaso convertir el despertar diario en una competencia del ciudadano consigo mismo, aún más difícil de emprender de lo que ya es? Todo parece ser llevado al terreno del costo y beneficio, como si tuviéramos que ser especuladores financieros de nuestra propia vida.
Tal vez el gran problema es que lo público, como tal, no es comprendido por quienes llevan las “riendas” del país; por lo general, se le intenta dar un toque de “eficiencia privada” a instituciones que no debieran funcionar bajo los mismos parámetros de un mall o un supermercado, con tal de abaratar costos. Error que no se resolverá tan fácilmente si es que la labor pública se sigue mirando con desdén, y sobre todo si es que no se barajan otras opciones para hacer más digno el traslado diario de los chilenos.
La acción política depende mucho de cómo concibe el país quien gobierna. La obstinación y por no cambiar ciertas miradas, disfrazándolas de “lo real”, dan siempre como resultado medidas poco pensadas, e intentan salir de manera rápida a un problema complejo. ¿No es eso lo que estamos viendo constantemente con este gobierno? ¿No es evidente que la ceguera dogmática de quienes volvieron a La Moneda convertidos en Chile Vamos, ha hecho que tropiecen una y otra vez con la misma piedra? Aunque suene poco popular en los pasillos de Palacio, parece de suma importancia recordar que creer que la experiencia en el mundo privado es garantía de algo al momento de gobernar, solo nos entrega malos espectáculos, como este “ofertón” de Fontaine.
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