El discurso que distingue entre las buenas y malas expresiones de descontento, se ha tomado los medios. Siempre que cubren una manifestación, los reporteros recalcan que las personas que se expresan en la calle lo están haciendo pacíficamente, dando a entender que son los que realmente están reclamando contra las fallas de un sistema, mientras que los actos de delincuencia son algo aparte, que no se justifica y que forma parte solo del oportunismo de quienes no están alegando por nada. Todo esto es muy cierto si es que nos saltamos un detalle: las no manifestaciones también son expresiones.
Para el gobierno, la delincuencia es una manera de relativizar lo que está sucediendo y centrarse en el caos en las diferentes ciudades de Chile. El Presidente llegó al punto de declararle la guerra a un grupo de personas sin identidad concreta, con tal de no identificar lo que pasaba y sigue pasando. Los saqueos y la quema de lugares relevantes del gran Santiago, se tomaron las pantallas televisivas, siempre separando a quienes estaban detrás de los destrozos, de quienes realmente sentían decepción con los últimos treinta años de una democracia particular y sus lógicas. Porque los que habían roto cosas, según se repetía, lo que estaban haciendo era irse en contra de sus pares, no de los poderosos, sino de los que deben alimentar a sus familias. Por lo que no había nada más que intención de hacer daño, lo que no puede ser tampoco considerado como una afirmación falsa.
El problema es que esta forma de ver la contingencia ha tenido gran repercusión entre las familias que ven amenazadas sus casas y trabajos; muchas madres y muchos padres de clase popular han clamado que el Ejército se quede en las calles, mientras la violencia no termina (como si los militares en las no hubieran agudizado la situación con sus acciones). Esto ha servido bastante para que tipos como José Antonio Kast desvíen la mirada de la explosión que estamos presenciando, hacia un relato de seguridad, el que busca reemplazar la demanda de certezas en materia social a largo plazo, por necesidades policiales inmediatas. Y pasa, entre otras cosas, porque no hay un progresismo o una izquierda, que pueda darle contenido a lo que está sucediendo y detener cierto aprovechamiento no solo ideológico, sino también electoral de parte de tipos como el recién mencionado.
Dicho esto, parece importante entender que el caos desatado por quienes solo quieren aprovechar una oportunidad, no es necesariamente una desesperación ante la carencia, ni tampoco actos que no tengan que ver con la efervescencia misma que estamos viendo, sino otra explosión dentro de las tantas que hemos visto: la de un sujeto popular que expresa su oportunismo y que ve en toda ocasión una forma de mostrarse a través de lo único que sabe hacer, que es obtener, aplicar la lógica del costo y beneficio en la que hemos estado inmersos por décadas. Por lo tanto, es otra evidencia de lo que se ha construido, de lo que se ha edificado “sin querer queriendo”. Y para identificar este fenómeno, ese sujeto no necesita un manifiesto, ni mucho menos una visión universalista de lo que debiera pasar en el futuro de Chile, sino desplegar su individualismo.
Cada una de las cosas que hemos visto forma parte de lo que se derrumbó esta semana. Nada es marginal, ni debe ser visto solamente desde una sola perspectiva
No todas las consecuencias de lo que hemos llamado “la realidad” por años pueden demostrarse con claridad; de hecho, ni siquiera quienes están en la calle con un sentimiento ciudadano pueden hacerlo. La despolitización con la que se intentó aplastar a la ciudadanía, primero a través de los fusiles y luego gracias al mercado desregulado y arrasador, ha dejado graves secuelas en todos nosotros, en mayor o menos medida, de acuerdo al grado de educación.
Cada una de las cosas que hemos visto forma parte de lo que se derrumbó esta semana. Nada es marginal, ni debe ser visto solamente desde una sola perspectiva. Esto no quiere decir que quienes cometan faltas graves sean pobres aves y no deban ir a la cárcel y pagar por sus delitos; lo que hay intentar hacer, es, junto con distinguir entre las expresiones, darnos cuenta de que todo lo que vemos y de lo que hemos sido parte estos días, sin excepción, es parte de un gran reventón, y que la ideología imperante por estos años, que ha dicho ser “lo que hay”, ya no es la opción.
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