El golpe de estado del 73 es, como se ha visto, un inevitable de nuestra historia. Difícil es poder añadir algo más a lo que se ha dicho, como difícil es pensar que llegue un momento, en el corto plazo al menos, en que nos encontremos con una lectura nacional unificada del mismo.
Ahora, como siempre se trata de algo dicho parece que difícilmente se llegue a algo parecido a una conciliación si lo dicho, si el lenguaje utilizado, no respeta los términos de la lógica. Pues si no es lógico, todos se resisten a legitimar lo dicho como válido y eso dificulta el consenso.
En este sentido parece un abuso de la lógica un cierto discurso que justifica el golpe militar debido al clima político generado por grupos de izquierda o ultraizquierda durante el periodo de la Unidad Popular. Incluso un senador se sintió concernido por ese discurso y pidió disculpas por ese comportamiento, queriendo así contribuir al mutuo entendimiento cargando con parte del peso de la culpa por el cruento golpe militar, asumiendo una parte de esa responsabilidad. Este que pudiese entenderse como un gesto noble resulta, a la luz de la mera lógica, falaz. La explicación es en realidad bastante simple. Una persona, y en este caso, los movimientos políticos y sociales, sólo pueden ser responsables de los actos en que incurre y de los efectos materiales que ellos provocan. En este sentido determinados grupos políticos durante la Unidad Popular sólo pueden ser responsables de los actos en que incurrieron y en sus efectos.
Bien es cierto que el discurso que ellos propagaban en ese tiempo pudo haber generado temor en unos sectores de la sociedad chilena, incluso mucho temor. Pero hasta allí se puede entender que llega su responsabilidad por los actos incurridos, pues suponer que el golpe militar con su secuela inmediatos y posteriores es un efecto material del acto de propagación de una supuesta verborrea revolucionaria, es un atropello a las simples leyes de la física, porque una cosa no causa la otra.
Entre el hecho de propagar una supuesta verborrea revolucionaria y un golpe militar media la acción de unos otros actores dotados de conciencia. Es decir, la hipótesis de que la supuesta verborrea revolucionaria es una “causa” del golpe militar y de su secuela de horror, supone algo tan ajeno a la filosofía y el derecho sobre los que descansan nuestras sociedades, como que en ese mismo momento existían unos seres humanos carentes de discernimiento y cuyos actos se hallaban predeterminados y se veían así obligados a reaccionar automáticamente frente al estímulo externo denominado “verborrea revolucionaria”. De tal forma que estos seres humanos carecen de responsabilidad sobre los actos en que incurrieron pues la responsabilidad radica en el poder de discernir, cosa de que ellos no disponían.
Entonces, lo que pudiera parecer un argumento dotado de una razón lógica sostenible es en realidad un cretinismo. Un intento de subvertir lingüísticamente la realidad para librar de responsabilidad al responsable de actos no sólo antidemocráticos, sino criminales en toda regla.
El lenguaje subversivo que pudo utilizar una parte de la izquierda chilena durante la Unidad Popular puede ser considerado responsable del irrespirable clima político generado, de un acusado infantilismo político, y de todo lo que se pueda señalar en este sentido, más no del golpe militar como hecho fáctico, ni de su secuela de terror como hecho fáctico, como cosas que realmente tuvieron lugar en la realidad, y para que las cuales ocurrieran tuvo que mediar la voluntad libre y consciente de unos seres humanos que consideraron que eso era lo que tenían que hacer y no otra cosa, es una simple cuestión de lógica.
Como el debate en torno al golpe no es otra cosa que un encuentro en el lenguaje, mientras no se respeten los términos de la lógica, y aquellos que actuando según su libre albedrío dejen de escudarse en lo que otros hicieron para justificar lo que ellos decidieron libremente, no se alcanzará el tan esperado momento de pasar página, como muchos de forma voluntarista piden
Por esa irresponsabilidad política esa izquierda, toda la izquierda y amplios sectores democráticos del país han pagado sobradamente. Resulta de una mezquindad ética sonrojante que incluso se les pida una suerte de constricción, como a la que el senador aludido inocentemente contribuía, cuando ésta ha demostrado en los hechos, desde el retorno a la democracia, que a más que aprendido la lección.
Lo que de facto pretende el discurso del supuesto papel de la verborrea revolucionaria en el golpe militar, como se ha querido demostrar aquí, no es la conciliación, sino dar cobertura moral a quienes materialmente llevaron a cabo los actos de terror a los que dio lugar el golpe de estado, y la dictadura que le siguió, con todas sus secuelas antidemocráticas que perduran, en parte, hasta hoy.
Como el debate en torno al golpe no es otra cosa que un encuentro en el lenguaje, mientras no se respeten los términos de la lógica, y aquellos que actuando según su libre albedrío dejen de escudarse en lo que otros hicieron para justificar lo que ellos decidieron libremente, no se alcanzará el tan esperado momento de pasar página, como muchos de forma voluntarista piden. Porque como ya se sabe, somos lo que hablamos, y la sociedad se resiste a hablar incoherencias, al menos en el largo plazo, so pena de caer en la esquizofrenia.
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