Los partidos políticos, por definición, deben ser el vehículo de la ciudadanía hacia el Estado. Aunque algunas personas los piensan como meros peajes, yo los constituyo como peajes ideológicos en los que algunos sujetos pueden pagar y coaptar, mientras que otros pueden trabajar en su transformación ideológica. Para el primer caso hay ejemplos concretos: el actuar de grandes compañías, que pensaron en mantener el status quo arrendando un jet y subiendo a presidentes de partidos a bordo.
Hay quienes insisten en la transformación interna de los partidos bajo el entendido de que estos viven en un Estado de derecho con gobernanza interna. Los partidos son una suerte de mini-estados pero no hay ningún uso legítimo de la fuerza física en ellos – esto para los amantes de Weber –, sin embargo, existe la fuerza ideológica, que para muchos puede ser igual o peor que la fuerza física. Es precisamente este tipo de poder el que está concentrado en los partidos de forma extraordinaria, ya que la ideología es el oxígeno de ellos – o al menos así tiende a parecer en la literatura -.
Desde la Corona, la Corte, el Estado Feudal, el Liberal y la actualidad -en la historia estatal de orden occidental, claro está- uno de los grandes avances que pudimos aprender, después de innumerables decapitaciones, fue que los poderes del Estado debían de estar separados: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. En este punto es importante detenerse a pensar en los partidos chilenos como mini-estados, interrelacionados en una sociedad presidencialista que se federa para ser gobierno.
El poder ejecutivo es el gobierno en los Estados; en los partidos políticos es su forma organizacional de toma de decisiones: comités centrales, un hombre un voto, o como cada quien haya construido su orgánica (no es intención de este artículo generar críticas a aquello aunque, como Aristóteles, no sé cuál es la mejor democracia pero sí la peor: yo me quedo con “un hombre, un voto”). Cada partido, soberano en su organización, genera círculos de poder que van transfiriendo el mismo a las esferas limitantes en una correlación funcional. Es precisamente aquí, en la funcionalidad, donde encontramos una fisura: la funcionalidad de un gobierno la establecen los gobernantes en acuerdos, en los partidos políticos no se puede gobernar sin ganar, sin embargo en los gobiernos – puede parecer absurdo – se puede gobernar perdiendo (es cosa de mirar ministros, subsecretarios e inclusive encuestas).
Los más politizados podrían hablar de que la transferencia de poder se da al interior de los partidos de acuerdo a las tendencias o lotes, lo que constituiría una tesis acertada pero no cumpliría con el Estado de derecho ya que en este gobierna la misma lógica que la de la Corona: un rey y su corte. Los tribunales supremos de los partidos están compuestos por los mismos militantes ya que operan bajo lógicas de “criterio político” – ¿acaso los demás son unos descriteriados políticos? El concepto es una especie de invento para justificar lo injustificable -.
Un amigo me decía: “hasta nos inventamos un lenguaje para entendernos solo entre nosotros”, sin duda esto es parte de eso. Volviendo a las cortes partidarias, la mayoría de los partidos – por no decir todos – se configuran de acuerdo a una correlación de fuerzas internas, es decir, se puede ser juez y parte. Si un lote, dentro de un partido, tiene el poder de instalar el 50+1 del tribunal, se ganó inmediatamente la inmunidad: la transferencia de poder y la justicia está coaptada por sí misma, imposibilitando toda acción contraria al poder dominante, estando a merced de que el gobernante – o el sector gobernante – decida íntimamente, no de acuerdo a principios democráticos como el de establecimiento de justicia dentro de los partidos; cuando hablamos de libertad y seguridad dentro de los partidos, esta es inexistente en la práctica pero fértil en sus principios.
Devolvamos el Estado de Derecho a los partidos, partiendo por los jóvenes que día a día luchan en contra del incumplimiento de este tipo, la Nueva Política es una sustancia bañada en el conocimiento pero con un centro virtuoso de humildad y humanidad.
Podemos generar mayor debate en cuanto al poder legislativo dentro de los partidos políticos. Es aquí donde encontramos grandes diferencias acerca de cómo crear poder: hoy los partidos políticos chilenos se frotan las manos y cuentan día a día a sus diputados, esperando que ninguno se retire de sus filas porque ahí es donde están las “lucas” que cada partido recibe – lo que no me parece, pero bueno… aún no llegamos a hacer leyes -.
Los legisladores de los partidos políticos son todas aquellas personas con poder de decisión sobre diversos temas, sin embargo continuamos infringiendo el Estado de derecho -debiese ser regulado y de libre acceso-. En indicadores de transparencia y accountability, los partidos políticos chilenos son los más deficientes: los votos políticos no son respetados, tampoco la opinión de comunales y regionales y toda forma organizativa es modificada en sus casas centrales – ejemplos para estos casos hay de 1 a 10 en la escala de izquierda a derecha -.
Los outsiders que vienen apareciendo en política desde el 2008 en adelante, tienen que ver estrictamente con lo que hemos planteado: bajos niveles de decisión de los simples militantes, nula transferencia de poder a las bases, coaptación de libertades internas, nulo derecho a disidencia y un largo etcétera. Navarro, Aguiló, Auth, Kast, MEO, Evopoli, Amplitud, Fuerza Pública, los Masones – sí, los Masones – se aburrieron y crearon nuevos partidos: no hay espacio de la política que no haya sido afectado.
¿Cómo se recupera este escenario? Esta es una pregunta que nos persigue, como un reflejo condicionado. Es sencillo: devolvamos el Estado de derecho a los partidos, partiendo por los jóvenes que día a día luchan contra incumplimientos de este tipo. La nueva política es una sustancia bañada en conocimiento, pero que conserva un centro virtuoso de humildad y humanidad. Como definiría Jürgen, el Estado es la realidad de la libertad concreta.
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