Para los católicos de texto, en el hombre (fruto del pecado original) conviven irremediablemente dos tendencias: una al bien y otra al mal. En él, dicen, se produce por naturaleza una contradicción interna, un desajuste eterno e íntimo que lo conduce, aun contra su voluntad, a este dilema. Toda su vida deberá enfrentar estas dos caras: la fea y la linda, luces y sombras, el bien y el mal. ¡Vaya condena!
Así como el hombre tiene un poco de todo lo que se dice de él, las cosas que crea y deja en la tierra siguen en cierta forma la misma lógica. Nuestra política, nuestros partidos políticos, y en especial los políticos, son un poco como los hombres (sí, créalo). En ellos (así como según los curitas en el hombre) convive también este tormentoso dilema: lo bueno o lo malo. Ambos buitres tratando de comerse el mismo cadáver.
Esto me resulta muy convincente. Me explico. Nuestras queridas izquierda y derecha política (luchadoras, fatigosas, anacrónicas) están, como el hombre, condenadas a convivir con esta fatal doble tendencia. Hay en ellas, en sus raíces, en sus ramificaciones, una contradicción interna. Un desparpajo complejo de principios y antiprincipios que se asoman y huyen, que se mezclan, que aparecen como claros y oscuros, confundiendo e iluminando alternativamente las cosas.
La izquierda, por ejemplo, vive atrapada en este aparente dilema (digo aparente, porque para ellos no hay tal). Dilema de condenar sagradamente las violaciones a los derechos humanos, la represión, la censura, el autoritarismo, el enriquecimiento ilícito, el ejercicio arbitrario del poder, pero sólo en Chile. Sólo en Chile y porque un inusitado golpe les quitó lo que era suyo. Sin embargo, cuando hay que gritar con la misma rabia y sed de justicia las monstruosidades de los regímenes cubano, norcoreano o venezolano, todo se nubla, todo se relativiza. La izquierda cae en el total absurdo, en una permanente contradicción semántica, para negar lo que todo el mundo ve: la doble tendencia, la doble moral. La crueldad de esconder las convicciones en el cajón que más conviene, y sacarlas sólo cuando se quiere (y se puede).
Nuestras queridas izquierda y derecha política (luchadoras, fatigosas, anacrónicas) están, como el hombre, condenadas a convivir con esta fatal doble tendencia. Hay en ellas, en sus raíces, en sus ramificaciones, una contradicción interna.
En nuestra derecha, algo parecido. El liberalismo, padre putativo de nuestros oligarcas y rancios políticos de derecha, siempre ha tenido que moverse gelatinosamente en las sombras de una que otra catedral. Lo religioso siempre ha mandado como buen patrón de fundo en la derecha chilena. Sí, porque aunque en los años posteriores al golpe de 1973 Chile viró súbitamente hacia el neoliberalismo, y la libertad del hombre y de todo lo que lo rodeara se erigió como un dogma de fe, la iglesia y el conservadurismo sortearon sin mucho desafío estos «nuevos tiempos». La noción de libertad en la derecha terminó siendo tan parcial y relativa, como en la izquierda el valor universal de los derechos humanos. Se habla con fuerza del valor de la libre empresa, del libre mercado, de la libertad de expresión. Pero la iglesia y la derecha satanizan incansablemente las libertades que les incomodan. Esas que son también estrictamente liberales. Luego, todo se vuelve gris, todo se relativiza. Los principios se duermen y desaparecen cómodamente: esto sí es libertad, lo otro no. Como de manual.
En todo caso, en política la relatividad de las cosas es la ley de dios. Todo hecho, pensamiento o personaje histórico podrá ser gris o blanco invierno cuando se cubre con la misericordiosa mano de la «perspectiva». Y es cierto: todo admite una segunda lectura cuando la primera se ha hecho sin matices. Sin embargo, habrá cosas que podrán estimarse razonablemente como buenas o malas, coherentes o incoherentes, y en último término decentes e indecentes (el adjetivo es suyo). Me parece más fácil y menos tormentoso entender que como en el hombre, en la política está presente también este dilema natural, esta contradicción irremediable, interna, y que la teología moral nos ha propuesto con cuidadosa precisión: simplemente, nos mueve para toda la vida una doble tendencia, una al bien y otra al mal.
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Alex Eduardo Olivares Villablanca
Muy de acuerdo con tu columna Paulo. Falto China lugar donde se violan los derechos sistemáticamente y a quien todos, incluyendo las grandes potencias, que se arrogan el poder de liberar al mundo de estos y muchos otros flagelos, rinden pleitesía por el solo hecho de tener más de 1.300 millones de razones de potencial consumo.
Espero seguir disfrutando de estos comentarios con enorme lucidez política y contemporánea.
pable
Muy acertado todo Paulo Andrés lo felicito jaja.