Ayer publiqué esta columna en La Segunda, la comparto con ustedes. ¿Qué les parece? Recibo ideas, sugerencias, insultos, reclamos, estrellas, aplausos y comentarios.
Han pasado 22 años desde uno de los mayores triunfos de la democracia. El triunfo de quienes se organizaron en la clandestinidad; de los que tomaron en sus manos las revoluciones sociales y presionaron por un plebiscito; de los que saludaron a las caravanas del NO; de quienes trazaron en la papeleta una línea vertical de cambio, esperanza y audacia; de todos quienes creyeron en la democracia. Había motivos de sobra para celebrar. Pero la fiesta fue demasiado larga. La Concertación, que monopolizó las celebraciones, se mantuvo en un estado de borrachera tal, que lentamente fue traicionando los principios que tanto defendió.
Luego de 20 años de éxitos electorales, perdió el poder con una imagen desgastada, de haber albergado entre sus filas la corrupción y de alimentar dentro de sus partidos prácticas dictatoriales y déspotas. Sus mañas son las responsables de que hoy la participación electoral sea bajísima, los ciudadanos ya no confíen en las instituciones políticas y la misma democracia haya perdido credibilidad y respeto.
Existía la esperanza de que en algún momento estos viejos líderes pasaran el bastón. No fue así. Egoístas, alienaron a las nuevas generaciones en las juventudes de los partidos y a otros les “premiaron” con jefaturas de gabinete. Para peor, quienes encabezan hoy esas colectividades son viejos conservadores en cuerpos de jóvenes, hijos de las mismas élites que se han negado a distribuir el poder, y figuras que no encarnan más que la continuidad de un cadáver.
Claro que consiguieron éxitos. La Concertación impulsó políticas fiscales responsables y ejemplares; avanzó en equidad de género; implementó importantes reformas que modernizaron la justicia, y redujo la pobreza. Pero también el bienestar, la educación y la salud de calidad quedaron reservados sólo para unos pocos.
Les faltó coraje para cambiar Chile. Los progresistas perdimos las esperanzas en el sistema, pero no la esperanza de cambiarlo. Creemos en la democracia y también en el mercado; en la necesidad de un nuevo pacto político que reforme nuestro sistema electoral y amplíe los espacios de participación; un pacto fiscal que deje de castigar a los pobres; un pacto social que revolucione la salud y la educación, y un pacto productivo que nos aleje de la dependencia en las materias primas y promueva el emprendimiento. Para lograrlo se requiere valentía y disposición a reclamar espacios sin esperar ser invitados. Pero, por sobre todo, el convencimiento de que no será desde dentro de la Concertación de donde nacerán los nuevos liderazgos progresistas, ni menos quienes conducirán al país hacia el futuro.
En vez de emborracharnos con memorias nostálgicas y promesas vacías, hemos decidido actuar y demostrar que Chile requiere una nueva fuerza progresista y no más de los sospechosos de siempre.
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oinotna
Lamentablemente cuesta mucho confiar en los políticos ya que quienes entran al «quehacer» con buenas intenciones,ideas y honradez además de consecuencia luego son «absorbidos» por esta verdadera «familia» de abusadores del poder, oportunismo y malas prácticas que los hacen inoperantes ya que todo se les boicotea además de aislarlos políticamente.