Ahora que viene el Gobierno de la letra chica, ese que saca por la vía administrativa a la gente de las listas de espera para acomodar las estadísticas, cabe preguntarse qué es lo que ganó hoy ¿Acaso ganó una opción o precisamente fue la falta de esta la que arrojó como consecuencia un nuevo Gobierno de la verticalidad?
Tal vez la incertidumbre que generó el autodenominado ‘no político’, sobre quien pesaba la más alta dignidad política de la República, tenga que ver con la respuesta. Quizás esas banderas de izquierda que, en nombre del progresismo, ofrecían soluciones de mercado a problemas de derechos participen también en ella. Puede incluso que ese proyecto otrora llamado Concertación, luego Nueva Mayoría y después Fuerza Mayoría, que finalmente terminó convirtiéndose en una bolsa de gatos, también sea parte de la misma. O más bien puede que todas las anteriores y otras se hayan combinado del modo preciso para presentarse frente al país como franca irrealidad, vanidad y humo… Me cuesta ver otras posibilidades frente al hecho concreto de que hoy tenemos a alguien que fue un prófugo de la justicia como presidente.Quizás este sea el momento para una reflexión real, una que se tome en serio el país y esté dispuesta a entregar la posta, aunque implique renunciar al poder, a un proyecto alternativo, viable, con sentido y que haga sentido.
Quizás este sea el momento para una reflexión real, una que se tome en serio el país y esté dispuesta a entregar la posta, aunque implique renunciar al poder, a un proyecto alternativo, viable, con sentido y que haga sentido frente a la vorágine del consumo y sus lógicas individualistas.
Hace más de ciento cincuenta años alguien dijo que “no se había hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trataba era de transformarlo”. Pues quizás estos cuatro años de ‘más de lo mismo’ que vienen por delante podrían ser el escenario de una necesaria pausa para volver a pensar, interpretar y crear nuevas condiciones para retomar de forma renovada la marcha.
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