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El clasismo oculto tras el voto obligatorio

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Quienes apoyan la obligatoriedad del voto reducen el debate a una falsa dicotomía: si apoyas voluntariedad, eres clasista. Si apoyas obligatoriedad, eres paladín de la igualdad. Falsa, porque ellos mismos llevan detrás un claro sesgo clasista al querer obligar a votar.

Quienes apoyan el voto obligatorio apelan al deber y la responsabilidad. Bajo esas explicaciones que apelan esencialmente a la emotividad, es fácil que muchos vean en la obligatoriedad una especie de cura mágica para todos nuestros males políticos y sociales, que hará surgir la virtud. 

Pero esos argumentos son fáciles de descomponer y refutar. Por tanto, los defensores del voto obligatorio recurren al que suponen su argumento infalible:

Los menos favorecidos presentan bajos niveles de participación electoral. Con voluntariedad, los menos favorecidos serían incapaces de ejercer el voto, y defender sus intereses en comparación a más favorecidos. Ergo, se justifica obligarlos a votar.

Y coronan su demostración con un “la estadística nos respalda”. De ello derivan que oponerse al voto obligatorio sería entonces: ser un defensor de la oligarquía, del neoliberalismo, de los ricos, o que simplemente no te importan las desigualdades o la “asimetría social”. Irrefutable dirán muchos, sin razonar a fondo.

Pero si miramos más allá, vemos que detrás de ese argumento a favor de la obligatoriedad, hay un sesgo tremendamente clasista:

Los menos favorecidos serían unos inconscientes, a los que se les debe guiar –obligar- para votar.

Más directo aún, quienes defienden el voto obligatorio, porque “constatan que sectores menos favorecidos presentan bajos niveles de participación electoral”, están viendo a los más pobres como idiotas, en cuantos sujetos desinteresados de lo político.

Obliguemos a los idiotas a votar

Quienes promueven el voto obligatorio desconfían del autogobierno de los más pobres para ejercer el sufragio libremente, desconfían de su conciencia individual. No confían en ellos. Y eso que muchos hablan de “la conciencia del pueblo”.

Si se analiza bien, ésta desconfianza es similar a la que tenían quienes se oponían al sufragio universal. Una desconfianza clasista.

¿No es clasista decir: usted es pobre, probablemente no votará si voto es voluntario, lo obligaremos “por si las moscas”? ¿No es clasista decirle, usted es idiota porque no se interesa por lo público, así que lo obligaremos a hacerlo?

Lo cierto es que es errado considerar a los individuos como idiotas, basándose en su condición económica o su comportamiento electoral. No sólo es un criterio sesgado y clasista, sino que un supuesto tremendamente errado e incluso contradictorio.

En primer lugar no se consideran otras variables por las cuales los individuos de sectores menos favorecidos -pero también de sectores medios- no ejercen el sufragio. Hay varias, un sistema político anquilosado, poco competitivo, partitocrático y elitista.

En este sentido, los defensores del voto obligatorio evaden explicar por qué creen que pobres votan menos y por qué obligatoriedad sería la solución a dicho fenómeno.

Y lo evaden porque terminarían contradiciéndose, porque no tienen forma de explicar: ¿Por qué suponen que el voto obligatorio romperá así sin más, con la lógica hereditaria y altamente elitista de los partidos que controlan el campo político?

¿Por qué creen que abrirá espacios en un sistema político hegemonizado por dos coaliciones? O ¿Por qué creen que romperá las asimetrías de información, y con ello la apatía cívica y la despolitización?

Obligados por la vanguardia

En segundo lugar y más importante, consideran a todos los pobres como una masa inconsciente y despreocupada. Ciertamente resulta irónico que se quiera obligar a votar a aquellos que a la vez, se les considera una masa incapaz de ejercer el voto voluntariamente.

Y aquí entra en juego un sesgo ideológico más profundo, que explica el escondido discurso clasista de los defensores del voto obligatorio: consideran a los pobres como una sola clase alienada. No hay matices.

Detrás hay un concepto marxista de clases y de la democracia misma, donde consideran a los menos favorecidos una masa sin conciencia de sí y para sí, y que por tanto debe ser guiada –obligada incluso al modo rousseaniano– para defender sus intereses, “su libertad”. ¿Por quiénes? Por ellos, los iluminados con conciencia, por supuesto.

Pero aplicando la misma nomenclatura de Marx, surgen dudas:

¿Por qué “estos defensores del pueblo”, lo quieren obligar a entrar en las reglas del juego de una democracia que consideran burguesa, es decir de clase?

¿Por qué lo quieren obligar a votar por actores que provienen de sectores privilegiados y que hegemonizan campo político y? O ¿Por qué suponen que el voto obligatorio no es parte de lo que llaman la “hegemonía liberal conservadora” y el voluntario sí lo es?

¿Por qué suponen que el voto obligatorio romperá “mágicamente” con las asimetrías en la representación, si parten del supuesto que menos favorecidos están dominados por esa “hegemonía liberal conservadora”?

Nada de esto responden. La obligatoriedad es un acto conservador…como la conscripción militar…

¿Por qué no hacer una campaña por el voto libre e informado? 

——-

Foto: ¿Votái? – abacq.org / Licencia CC

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