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El castigo de Kafka

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Me decía mi abuela…hija, los alzamientos, los accidentes y las pestes llegan cuando menos lo pensamos, por eso nunca estamos en las trincheras en el momento adecuado, siempre los acontecimientos nos abordan como una cachetada para despertar de un largo letargo denso y flojo en todos los sentidos de la vida.


A veces me viene un poco el pánico de saludar al otro, al ascensor, a la reunión de equipo. Tengo ansiedad y miedo de volver, quiero socializar, pero no, quiero intervenir pero mejor callar, quiero proponer pero mejor evadir.

El tiempo se ha encargado de que nuestra mochila sea más maleta que mochila y que nuestro saco de dormir que sea más un box spring, que un bulto al suelo. Así nadie puede estar de manera permanente con las botas puestas para la revolución. En mi época se le decía achanchamiento a esto de estar cómodamente con el control remoto, esperando entibiar un fino vino con la palma de la mano.

Estuvimos preparados durante años para que sucedieran las cosas como ahora, y de pronto nos encontramos al medio de todo lo impredecible sin saber cómo responder. Pareciera que la vida se encarga de acelerar los procesos que pensábamos tendrían su ritmo histórico pausado y resulta que cuando suceden y al fin nos aborda, nos sorprende en pijama viendo el matinal.

En todo este proceso desde la rebelión al confinamiento, las cosas me han cristalizado más de lo que pensaba. El tener que dejar que pasen los días, contándolos con ansiedad (como los presos) esperando la salida dominical y al fin la libertad permanente.

Luego de la peste bubónica, el sarampión y el VIH, pareciera que los grandes asesinos de la historia fueran las bacterias y los virus. Nadie sospechó jamás que tendríamos el castigo que Kafka vaticinó. Porque eso es lo que parece: un castigo, aunque algunos insistan que es un gran aprendizaje y que creceremos como personas, a mi me superó. Y aunque he aprendido muchas cosas, fundamentalmente me he sentido muy castigada y no tengo la capacidad de aguantar tanta disciplina.

Cada vez que estoy muy angustiada pienso en La Metamorfosis y su lóbrego contenido. El libro me marcó en la adolescencia y trate de recomendárselo a mis hijos, pero no les interesó. Ahora lo releo y lo encuentro cada vez más fascinante, aunque la historia es tristísima y cruel, me parece increíble que alguien haya sido capaz de relatar algo tan duro y hostil como quedar fuera de una sociedad, el trabajo y su propia familia: esa es la desafortunada historia de Gregorio Samsa.

El relato en apariencia es simple. Es la transformación de un ser humano en insecto: por cierto es metafórico, al igual que parte importante de la literatura Rusa y Checa, siempre contiene algo que tiende a criticar la burocracia, la represión, la ignorancia. Animales repulsivos y bichos, se tragan o se comen o se transforman en algo (nada que el realismo mágico pudiese envidiar), sin embargo, éstos son acontecimientos de fines del siglo XIX relacionados con una sociedad en expansión, en el desarrollo de industrias, oficinas, empleados, dependientes, una vida que muestra en forma incipiente una estructura jerárquica en el trabajo y los oficios.

Esta nueva sociedad, nos muestra un colectivo que migra del campo a la ciudad, que va a una oficina y se le paga un salario por eso, que es distinto a llevar un saco de papas a la feria y venderla por kilos.

Gregorio Samsa, siendo empleado de rango inferior (ayudante, asistente, junior), se siente ajeno al trabajo y sus implicancias, a la sociedad y a la vida en general. De a poco Gregorio va mutando de ser humano a insecto. Así es como Samsa sufre la negación, el rechazo y finalmente el asco de su familia. Para ellos era un lastre al que terminan confinando a un cuarto donde experimenta la horrorosa metamorfosis y al final su muerte.

Por su parte, la historia de Bartleby de Melville, no es muy diferente, en la misma época al otro lado del mundo, sucede que llega un hombre a trabajar como escribano a la oficina de un abogado. Al principio se muestra como un empleado ejemplar, sin embargo, al cabo de un tiempo, deja de hacer su trabajo y se niega a hacer cualquier cosa; respondiendo siempre con la frase de: preferiría no hacerlo. Bartleby se queda quieto día y noche en un rincón de la oficina, a la que se niega a abandonar incluso cuando es despedido. Para deshacerse de él, el abogado decide trasladar todo su negocio a otro lugar, pero el personaje no se mueve del lugar y finalmente muere de inanición.

En este contexto están los relatos de Kafka, así como el de Melville: ambos, exponen, desigualdad, la negación, el dogmatismo y la locura al fin, tanto en Europa del Este como en Wall Street.

Todos llevamos ese oficinista de esquina adentro, esa exclusión, abandono y en que nos tiene el mundo: ¿quién es el mundo, la sociedad, el gobierno, el mercado?, quiénes son los que nos abandonan, los que nos castigan?: en este caso pareciera que somos nosotros mismos, por lo tanto no hay un patrón, un jefe, un terrateniente contra quien luchar.

La pandemia aparentemente es neutra, ataca a quien no esté preparado para enfrentarla: a los cuerpos débiles, mal alimentados, a los que viven en hacinamiento, a los pobres al fin. Entonces, como todos los fenómenos, no son neutros ni objetivos, solo ataca de manera impune a los Gregorios, a los Bartleby, que en otros tiempos se muestran como víctimas del abandono de la sociedad hacia ellos.

Ambos mueren de manera terrible y solitaria, afectados por el mismo mal de la soledad que sólo ante el espanto y perplejidad de las personas que los rodean, los terminan excluyendo por ser “raros”.

Lo que decía que me había cristalizado (nada nuevo bajo el sol), es que la noción de trabajo históricamente estuvo asociada a lo productivo, a aquello que generara valor, un trueque o alguna ganancia. Y la actual cuarentena, reclusión y toque de queda (no el toque de queda de la dictadura), quizás es la gesta de una nueva forma de producción. Pero no me refiero al reemplazo del modo de producción capitalista. Me refiero al nacimiento de una nueva forma de empleo que no nos amarra al escritorio y a la marcación de asistencia, es más bien la mano doblemente libre que te deja trabajar desde donde sea, con ciertos parámetros de eficiencia, y al mismo tiempo te libera de la angustia de la jerarquía presente: pero te deja libre. Para qué, para estar cada vez más desposeidos. En el fondo la oficina es la que se libera de nosotros y de los gastos q            ue generamos.

Podríamos decir que es algo cercano a la autodisciplina impuesta en la educación alternativa y al ser mal gestionada para quienes hemos sido esclavos o disciplinados es peligrosa si no se trabaja en ella. En fin, lo que viene, no es exactamente un cambio en el modo de producción, en ningún caso es el fin del capitalismo, más bien es capitalismo se adaptará a esta nueva forma de sociedad, pero sin cambiar nada de sus sólidos principios de generar ganancia y excedente: el mismo se adaptará y mejorará su capacidad de acción con atisbos de justicia e igualdad (no+afp, mejorar sistema de salud, educación y leyes laborales en general).

Todo esto se puede hacer sin necesidad de una revolución. Pensarán, mejor hagásmoslo antes que nos devore el pueblo. Y en esa estamos, descubriendo que todo se puede hacer por teletrabajo, que nadie es imprescindible y que lo sociedad funciona sin la estadía en cuerpo y alma de todos los seres humanos. Habría que observar, analizar, generar un cuerpo teórico para la nueva sociología!!!

Pero sería injusto hablar el teletrabajo, soslayando al comercio, algunos servicios y en general gran parte del empleo informal. La vía no presencial no es precisamente internet o el corner shop, hay otro sector productivo que requiere estadía, rostro, diálogo y manos, no podemos teleprogramar la vida, es decir informatizar las relaciones sociales sin contacto, digitalizar el amor y tindear el romance.

Esto no es a lo que aspiramos, pero quién sabe, la tendencia sería entonces a ¿disminuir el contacto físico?, y de ser así, ¿cómo se reproduciría la especie, y de verdad es necesario mantenerla, ¿y para qué?

Esto es lo que me cristalizó y me ha hecho pensar que quizás Gregorio Samsa y Bartleby estarían en su esquina excluyente, en su cuarto horrendo, felices de no ser obligados a socializar lo que pareciera que es un mundo más cómodo en donde nadie obligue a hacer lo adecuado.

Al fin y al cabo, relacionarse también es complejo, no es miel sobre hojuelas, no es necesariamente la negación de la soledad. Por el contrario, es necesario concentrarse y decir algo asertivo, que el resto admire y apruebe. Que nunca te pillen desprevenida pensando en cualquier cosa, ser solícita y amable, ser acogedora y fría, ser insoportable y encantadora: ¿quién dijo que era fácil?

A veces me viene un poco el pánico de saludar al otro, al ascensor, a la reunión de equipo. Tengo ansiedad y miedo de volver, quiero socializar, pero no, quiero intervenir pero mejor callar, quiero proponer pero mejor evadir. También la esquina oscura y el anonimato pueden ser cómodas y como no, si la contraparte en el fondo está, pero no está.

Quizás gran parte de aparato público podría ser teletrabajado: con esto se acabaría el largo período del empleado público de ventanilla, de sacar la vuelta, de colaciones eternas. Un poco lo que queda hoy de ese personaje que tiende a reírse de sí mismo y a hacer sorna de su miserable poder del lápiz y el confort.

TAGS: #SociedadModerna #Soledad #Teletrabajo Capitalismo Kafka

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Comentarios

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anysur

25 de agosto

a mi me marco el principito…..me gusta mas como lectura para sobrellevar estos tiempos.

Mario Rojas Avilés

15 de septiembre

Es verdad. Aparentemente todo será de otra manera, pero solo aparentemente.

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