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El carnaval que no tenemos

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Hace un tiempo, conversando sobre México con un amigo mexicano que vivió en Chile, llegamos a varias conclusiones. El tema principal eran las fiestas populares, los carnavales, las celebraciones en general. Antes, cuando ambos vivíamos en Santiago, hablamos de este mismo tema, pero del caso chileno. Me preguntó cómo, cuándo y dónde los chilenos tenían sus principales festejos. Yo tenía la respuesta al alcance de la mano: en ninguna parte. Quizás fui injusto, pero me costó tiempo recabar información sobre ellas: las fiestas chilenas, la alegría desbordada, no son evidentes, no están marcadas en nuestro calendario espiritual ni en la cotidianeidad como, según creo, lo están en México.

¿Acaso Chile no tiene, al igual que México, sus fiestas, sus celebraciones nacionales? Tenemos dos fiestas oficiales, aunque hay otra importante que se celebra en el norte. Las dos primeras son el 18 y el 19 de septiembre, y la tercera, nuestra nortina fiesta de La Tirana. Hay otras, tal vez mucho menos visbles, celabradas a lo largo del país. La pregunta que viene al caso puede estar cargada de aires santiaguinos: La Tirana, ¿es, realmente, una fiesta nacional? O, si nos ponemos patrioteros: ¿es una fiesta chilena? Creo que no.

Pienso que todavía los que nacimos de Valparaíso al sur tenemos una imagen de país que se acomoda más a la selva fría que al desierto. El desierto ha servido, según muchos de nosotros, para el cobre y las láminas turísticas con las que nos pavoneamos de ser uno de los países con mayor diversidad paisajística del mundo. Es verdad que en Santiago, cuando éramos niños, bailábamos trotes, cueca chilota y hasta danzas de Rapa Nui, pero siempre el papel central era para el huaso, el campesino de la zona central. De Valparaíso al sur no tuvimos un proceso de “nortización”, de interiorización del Norte en nuestro imaginario, como si ocurrió el de la chilenización en esa zona. El desierto era, para nosotros cuando niños, no sólo una región árida de infinitas dunas, sino también un desierto humano y cultural.

Viví un 4 de Julio en Estados Unidos hace muy poco. Me sorprendió gratamente, pues se trataba de un día en que el pueblo estadounidense celebra su fiesta de una manera muy particular. Había desfiles, sí, como en mi tierra. Pero desfiles que, a ojos de un chileno, serían absolutamente exóticos y hasta “ridículos”, si consideramos que en la nación militarmente más poderosa del mundo, el desfile del día de la patria nada tenía que ver con militares. Y desfilaron niños de distintas escuelas; arlequines y ciclistas; ancianos de varios clubes; la policía hacía piruetas con sus motocicletas; los tractores llevaban acoplados donde varias bandas iban tocando jazz. Para mi “desescándalo” pasó sin pena ni gloria un pequeño grupo de marinos, muy menor, que se perdía entre los disfraces de los civiles. En Chile, aun si tuviésemos un día patrio cargado por el mundo civil, esos marinos hubiesen sido muchísimos más y habrían gozado de una tributaria ovación general.

Porque nuestro carnaval es otro, otro que no es carnaval. La gran fiesta del país es militar y está ahí, al lado del día nacional, como para recordarnos que no hay patria sin ejército, sin armas; que ellos son los primeros dueños de la patria y nosotros sus tributarios. Especialmente este año preveo que la fiesta tendrá otro sabor para todos. Esta vez las botas de los danzantes pisarán más fuerte. Sea porque verdaderamente lo hagan (con todo el placer que implica para ellos regresar al poder), o bien, porque nosotros, que estamos del otro lado, tendremos los oidos más sensibles que de costumbre. Podremos escucharlos cantar sus canciones de fiesta: pasarán los nuevos estandartes entonando sus letanías que homenajearán a los viejos.

En los Artículos de costumbres (1841-1847), de José Joaquín Vallejo, se puede leer un texto llamado “El Carnaval”. Sí, en el Chile decimonónico había carnavales. Pero también ya comenzaba su represión. Eso acusa el articulista: “Bien puede ser la chaya… una costumbre incivil y detestable; digan de ella lo que quieran cuantos juzgan las cosas con una circunspección que no les envidio, lo cierto es que los juegos del Carnaval tienen para mí y otros calaveras un atractivo deleitable. Amo con delirio sus ligeras intrigas, sus tropezones, sus mojadas y todas sus barbaridades”. Jotabeche ya presentía el fin de la juerga en manos de "algunos" civilizadores, que son las oligarquías de siempre. Ésta se esmeró en traspasar su rústica seriedad al bajo pueblo y lo logró. Por eso hay gente que cree que somos un país serio. En realidad, somos un país al que las oligarquías -para su beneficio- se encargaron de opacar, de ordenar, de fruncirle el ceño ante cualquier cosa que oliera a caos: de amargarlo tanto hasta hacerle sentir que esta amargura era una virtud civilizada.

Acepto que nunca tendremos algo como el carnaval comercial de Río de Janeiro, ni las fiestas mexicanas, ni los candombes y comparsas uruguayas, ni el famoso carnaval de Oruro en Bolivia, ni el Corpus Christi cuzqueño. Pero no acepto que el pueblo chileno tenga como su gran carnaval un desfile militar. Nuestro día no es del Ejército y no tiene sentido que el día de los militares sea un evento nacional absoluto, la única fiesta del "espíritu nacional": todos somos Chile y cada día lo hacemos por todo el mundo, estemos donde estemos. Quizás, a modo de esperanza, sería una buena idea mover un poco el lente, dejar de lado lo que sucede en la explanada del Parque O’Higgins y fijar la atención en lo que siempre pasa a un costado: las tropas de la abundante bebida y comida, del juego. Las tropas de niños y borrachos que encumbran sus volantines, cometas o papalotes, que prestan nula atención al marcial desfile de eso que algunos le llaman “El Alma de la Patria”, son la esperanza de que no todo está perdido. ¿Quién cree todavía que somos un país serio? ¡Todavía tenemos un poco de alegría en la comunidad!

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11 de agosto

Lo que mencionas en parte se debe a que tal como decía Mario Góngora, Chile no era un pueblo sino que fue creado por el Estado, en un proceso desde arriba, elitista y autoritario, donde el ejército y como bien plantea Gabriel Salazar actuaba como policía interna y como ejército externo.

En Estados Unidos no son militares los que fundan el país sino que civiles, en cambio en Chile son los militares como Carrera y O´Higgins.

Otros dicen que a diferencia de Europa donde los pueblos crean sus estados, en América Latina los estados crean los pueblos.

11 de agosto

Concuerdo absolutamente contigo en lo del caso chileno. Fue un proceso vertical, en donde Estado y nación, inclusive, parecen confundirse, por las razones que tu refieres. El caso mexicano fue similar (caso que conozco más por mi estadía en el país), pero las tradiciones -apoyadas hasta hoy por la Iglesia Católica- ganan la batalla al «orden» establecido por el Estado. También, como en otras partes de América Latina, los regionalismos y sus costumbres y fiestas son un factor para que las fiestas o carnavales se perpetúen, a diferencia de lo que ocurre en Chile. En Estados Unidos el mundo civil es mucho más fuerte y ni que hablar del aspecto religioso, al menos desde los cultos: los cultos religiosos no son visibles en fiestas, aunque sí algo del puritanismo se mezcló muy bien con los componentes de una moral civil. Como ves, el tema da para largo y, difícilmente, se puede cerrar en estas pocas líneas publicadas. Muchas gracias por tu comentario.

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