Podemos considerar la palabra “buen vivir” como una extrapolación de la palabra kichua “sumak kawsay”. Como toda traducción, esta transposición no da cuenta del espesor semántico del sentido que transforma. El sumak kawsay se comprende originalmente ligado de modo íntimo a la cosmovisión indígena. Resulta allí con un sentido de dimensión de la vida o lo vital, como su plenitud y guía de toda acción humana. Como existencia en “armonía” (respeto) con los ciclos de la Tierra, del cosmos y del devenir humano.
La atención e interés actual hacia la concepción del buen vivir ocurre en la confluencia de la cosmología andina y su reelaboraciòn política y acadèmica, que permite constituirla como un discurso contemporáneo y la posiciona, por ejemplo, cercana a las interacciones discursivas de la sustentabilidad ecológica. El buen vivir ha permeado asì la historia reciente de Ecuador y Bolivia, países que conservan una decisiva población indígena e identificación con tradiciones ancestrales.Podemos comprender el buen vivir –los buenos vivires en virtud de su multiculturalidad-, como proyectos de alternativa a la cosmovisión del desarrollo industrial y moderno
El buen vivir/sumak kawsay surge en un contexto de dominación de proyectos socioeconómicos de índole neoliberal. En las resistencias a ellos comenzaron a darse reacciones populares donde las comunidades indígenas organizadas a nivel de las naciones se convirtieron en actores políticos de primera línea –asì con la CONAIE, confederación de nacionalidades indígenas del Ecuador-.
El surgimiento de las voces indígenas corresponde a un empoderamiento de las comunidades autóctonas de los países andinos. También a cierta afinidad de sus cosmovisiones con las ideologías contemporáneas de los movimientos que proponen una alternativa a la globalización social y cultural y diversas corrientes ambientalistas. Ellas vienen a ocupar un lugar respecto de las crisis que pueden señalarse en la evolución de la modernidad eurocéntrica.
El sumak kawsay/buen vivir se convirtió así en un nuevo discurso, adaptado respecto de la razón moderna, y se conectò con los debates de sustentabilidad de la Naturaleza, considerada como un requerimiento de la vida social en el siglo XXI.
Podemos comprender el buen vivir –los buenos vivires en virtud de su multiculturalidad-, como proyectos de alternativa a la cosmovisión del desarrollo industrial y moderno. Tambièn como nuevos horizontes de referencia para la evolución de las modernidades –en tanto ellos representan proyectos con una inquietud utópica-. Aparecen así como desafíos a la visión ilustrada de la modernidad de la cual se desprende la razón instrumental tecno-científica que se da como forma hegemónica del saber y homogenización del campo cultural.
Se propone la nulidad del dualismo de sociedad/Naturaleza, lo que hace hablar de un “biocentrismo” donde el buen vivir de los humanos es posible en la supervivencia e integridad de la red de las formas de vida. Se trata de reconocer las relaciones de interdependencia y acercarse a lo que podemos llamar su armonización. En ello también se juega una transformación de las estructuras económicas y de las relaciones de poder social, problematizando las herencias del llamado desarrollo (económico).
En oposición a lo que conocemos como propuesta de una economía verde, que sostiene una continuación de visiones antropocéntricas, se promueven aquí formas de equilibrio con la Naturaleza y los procesos ecosistémicos, y de las estructuras sociales entre sì, anulando las actuales relaciones de subordinación. Se propone el fin de los patrones de producción y de consumo en una interpretación de la economía ecológica.
La construcción discursiva de los buenos vivires es plural, no homogénea, y se encuentra coexistiendo con algunas interpretaciones que obstaculizan el dialogo intercultural. Entonces pueden aparecer versiones que separan su referencia indígena en categorías inconmensurables con la modernidad occidental.
La idea de una modernidad atenta al diálogo interdiscursivo para la aparición de modelos culturales, permite entender la política de lugares como Ecuador y Bolivia. Se elaboran allí sobre las cosmovisiones “puras” del sumak kawsay dando paso a la construcción de unos buenos vivires que aparecen como una senda latinoamericana distintiva hacia lo que conocemos como sustentabilidad socioambiental.
Tomaríamos nota de un dialogo de diversas visiones contemporáneas, donde se ha procedido a despejar un eco nostálgico de un pasado inmemorial indígena.
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