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El 11 de septiembre, el perdón y el daño

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Llega otro 11 de septiembre y llega uno especial. Se cumplen 40 años desde el bombardeo a La Moneda. Seguramente escucharemos todo tipo de barbaridades en columnas de opinión y redes sociales. Optar por lo sano sería no leerlas, pero debo reconocer que lo más probable es que, dada cierta morbosidad, termine haciéndolo. Leeremos y escucharemos que, para algunos, Pinochet fue el salvador de la Patria y de la economía y que, para otros, Allende fue un héroe y un mártir. Me parece algo infructuoso seguir discutiendo el pasado. Ya todos sabemos qué ocurrió y hemos tomado posición, la cual, muy probablemente no cambiará. Sin embargo, creo que es importante discutir el presente y con ello apelo a dos situaciones que nos siguen atormentando: el perdón y el daño.

Se ha dicho que el perdón es privado y, en algún sentido, es cierto. El perdón privado depende de cada individuo y en ese sentido nadie puede exigir a otro pedir perdón, como tampoco, se puede exigir perdonar. En lo personal, si perdonar significa dejar de sentir enojo o resentimiento por lo ocurrido, pienso que no puedo hacerlo. Sí puedo asegurar poner todo lo que a mí corresponda para tener una convivencia respetuosa y alejada del odio. Perdonar a quienes violaron sistemáticamente derechos humanos es algo que está sobre el hombre común (y yo lo soy), por lo tanto no es exigible y no creo, al menos ahora, poder hacerlo. Ese perdón es una virtud que solo puede tener Dios o un iluminado. Vale hacer una precisión: el perdón no es ni olvido ni indiferencia. Solo al que le duele o afecta lo ocurrido puede perdonar. En todo caso, hay un segundo sentido del perdón que es público: el perdón de nosotros como comunidad política. Este es el perdón que buscamos al hablar de “reconciliación”. La reconciliación me parece, dentro de su abstracción, un fin imperseguible. En cambio, creo que se debe construir por medio de hechos que algún día nos lleven a ella. Es impostergable trabajar en aquello y una nueva constitución me parece un buen inicio para caminar hacia una nueva comprensión de nuestra comunidad política: una comunidad “reconciliada”.

Otro punto que nos sigue afectando en la actualidad es el daño que produjo la dictadura. Es para estos efectos irrelevante si Pinochet fue más o menos bueno o malo. Lo que importa es que hoy sigue existiendo un daño y debemos procurar repararlo, tanto como sea posible. El daño es en la mayoría de los casos irreparable,  pero puede ser atenuado por medio de indemnizaciones y reconocimiento. Por otro lado, y todavía más importante, es imperativo seguir trabajando para conocer la verdad. La verdad debe ser conocida por los familiares de las víctimas y por todos. Solo desde el conocimiento de la herida podremos (intentar) sanarla o al menos aminorar la cicatriz. La verdad es un valor absoluto que interesa no solo porque familiares lo pidan: su importancia está fundada en razones de justicia.  En suma: se debe hacer todo lo necesario por reparar el daño en las víctimas y conocer la verdad (lo que no quiere decir que niegue que mucho se ha hecho).

Debemos trabajar por alcanzar el perdón y atenuar el daño: solo en ese momento podremos hablar de reconciliación. Hablar del pasado es inconducente, pero el daño y el perdón son cuestiones presentes. Es hablando y reconociendo el presente que superaremos el pasado.

Por último, hay un daño que nos afecta (más) directamente a todos: el modelo. Mucho se ha dicho y se dirá que Pinochet es el salvador del modelo económico y del país y que si no fuera por los Chicago Boys viviríamos en la miseria más brutal. Debo reconocer que en mi adolescencia compartí algo de esas creencias. Ciertamente hubo avances (impuestos unilateralmente por la fuerza negando el valor de la democracia), pero finalmente el neoliberalismo nos ha llevado a tener una sociedad enteramente injusta. Tener apertura económica y respeto por la propiedad privada es algo deseable, pero esto no tiene porqué ser entendido como se aplicó en Chile. El modelo político descree de la democracia y se basa en una institucionalidad que da poder de veto a un sector protegido. El modelo económico rechaza los conceptos de justicia social y derechos sociales, desprecia la igualdad, es brutalmente segregador y niega el interés público. Dudo que un modelo así pueda salvar a algún país o ser algo deseado. Debemos trabajar por despojarnos de este lumbago crónico que nos ha dejado Pinochet como herencia. Debemos trabajar por alcanzar el perdón y atenuar el daño: solo en ese momento podremos hablar de reconciliación. Hablar del pasado es inconducente, pero el daño y el perdón son cuestiones presentes. Es hablando y reconociendo el presente que superaremos el pasado.

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