Herbert Marcuse, en su conocida obra El hombre unidimensional, describía como el sistema de consumo capitalista absorbía todo tipo de elementos, manifestaciones y circunstancias que, en su origen, tuvieran la apariencia de ser los componentes de oposición a su propia expansión y dominio. En otras palabras, Marcuse exponía cómo el sistema capitalista depredador incorpora a su servicio aquello que por naturaleza y raíz toma la apariencia de ser su antítesis, su contraposición natural y recurrente. No se equivocaba en su advertencia.
Actualmente vivimos en un mundo sin alternativas políticas, sin presencia filosófica importante que oriente hacia nuevas y diversas visiones del mundo que no estén impregnadas e imbuidas por la lógica, en apariencia implacable, del “mercado liberal” y sus respectivas variantes ideológicas. El ejército de intelectuales y analistas que dominan con su presencia a los Mass media funcionan como eficientes agentes de relaciones públicas de la realidad establecida, teniendo a sus correspondientes corifeos en los “periodistas” o “líderes de opinión” de las diversas ramas de los oligopolios mediáticos dominantes. Ya Diego Fusaro ha planteado la hipótesis del regreso a una especie de neo-feudalismo donde los Estamentos (laboratores, oratores y bellatores) estarían representados por los capitalistas multinacionales, sus intelectuales orgánicos y la sociedad precarizada.
No deja de ser sorprendente la capacidad de transformación que el sistema económico de mercado ha tenido en las últimas décadas. No fue sino a partir de 1989 cuando la cualidad proteica del sistema económico capitalista se hizo evidente, cambiando de máscaras de manera paulatina y regular hasta llegar al actual capitalismo financiero y cuasi-aristocrático donde la especulación y el monopolio reclaman, por derecho propio y casi diríamos histórico, la explotación sin reservas de los recursos materiales, energéticos y humanos existentes sobre la tierra. Lo que advirtió y previó Gramsci sobre la incorporación de la dialéctica marxista (o su filosofía de la praxis), a las superestructuras u órdenes hegemónicos, mediante la subversión de los hechos, es una realidad. Para tal subversión el sistema se ha servido de diversos métodos, probados y desarrollados a través de los años, que hoy se traducen en “ingeniería social” y en psicología de masas, y que forman parte de otras manifestaciones de manipulación de la realidad, como lo son las crisis económicas y de salud, y los shocks sociales producto del terrorismo y de los nuevos y anacrónicos enemigos de la “seguridad”. De tal manera el sistema económico-corporativo y financista del libre mercado se ha apoderado de la realidad que ha degradado y pervertido al “progresismo”, al grado de hacer que en algunas regiones del planeta la derecha sea vista como una opción ante una izquierda que ha dado la espalda a los problemas y fines que históricamente preconizaba (el combate a los sistemas de explotación humana).
Un ejemplo de ello son las “políticas de identidad” y los feminismos corporativos e institucionalizados, cuyos fines, a corto y mediano plazo, han sido la manipulación y división social, y el ocupar las energías de rebelión en todo menos en aquello esencial e importante que sirva de verdadera contraposición al sistema de explotación humana que caracteriza al sistema de libre mercado monopolista actual. Otra forma del control social y económico (o sea de la realidad objetiva) que el sistema ha empleado de manera progresiva mediante la globalización -que es una de sus caras más eficaces- es el desmantelamiento del Estado-Nación, bajo premisas omnipotentes y omnímodas apoyadas por doctrinas aparentemente irrebatibles. Las exigencias impuestas hacia los Estados para su desregulación económica y la apertura de sus fronteras de manera irrestricta para la acción el mercado monopolista se impone al costo de invasiones, injerencias, guerras o “boitcots” de no ser satisfechas. Instrumentos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, provocan, con sus agresivas e impositivas recetas, el incremento de las economías disfuncionales -como las llama Joseph Stiglitz- que sirven como rehenes para la especulación económica y la expansión monopolista.
El sistema económico-corporativo y financista del libre mercado se ha apoderado de la realidad que ha degradado y pervertido al “progresismo”
Las víctimas propiciatorias ideales han sido las naciones tercermundistas, cuyas derechas políticas en el poder –que hacen las veces de gerentes generales- han convertido a sus Estados en ideales servidores de los intereses de las corporaciones trasnacionales, económicas y financieras, subvencionando, con bienes públicos, sus prácticas explotadoras que a la postre generan los conocidos fenómenos de pauperización y descomposición social. La globalización como instrumento de explotación lleva a la “glebalización” de las sociedades, y la izquierda progresista “oficial e imperante” es decir política, no ha estado a la altura para ofrecer una respuesta a los expolios perpetrados hacia los pueblos de todo el orbe. La alternativa contra la derecha ya no es la izquierda, sino otra cosa existente o por crearse cuya nomenclatura puede ser variada, pero cuyos fines deben ser, desde ahora, identificados en toda su profundidad, sencillez y amplitud: la lucha verdadera, fáctica e ideológica, contra todas las formas de explotación humana.
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