Uno de los motores fundamentales de los movimientos sociales y ambientales ha sido la participación. El involucramiento de la ciudadanía en los temas colectivos, en el construir en conjunto el devenir de la sociedad de la que se es parte. Del derecho a opinar, vinculantemente, en las decisiones que le afectan. Por ello los plebiscitos en distintos niveles han sido, desde hace ya mucho, parte de la agenda transformadora.
A esta visión se ha opuesto constantemente la elite de todos los sectores, desde un cierto principismo hereditario hasta un tecnocratismo ilustrado. La democracia tutelada fue parte de ello; con senadores designados y sistema binominal, además de tempranos ejercicios de enlace, que intermediaron durante décadas el derecho de la ciudadanía a decidir sobre su destino.
La jornada del domingo 4 de septiembre fue un momento de expresión colectiva institucional sobre el propuesto texto de nueva Constitución. Y hay que hacerse cargo: documento que le ofreció una Convención Constitucional pero al cual muchos adherimos. Y promovimos. Desentenderse para pasar inadvertido el día después es una práctica que también ha dañado el sentido de responsabilidad cívica, similar al bombardeo anónimo -cuales encapuchados digitales- al que nos tiene acostumbrados la vida virtual.
Este domingo, un 61,86 % de los votantes rechazó el contenido de nueva Carta Fundamental, mientras un 38,14 % lo aprobamos. Y en ciertos procesos institucionales, así se dirimen las diferencias. Fue éste uno de los momentos electorales más importantes de los últimos 30 años, con la mayor participación numérica y porcentualmente una de las más altas de las últimas dos décadas. ¿No es aquello, precisamente, lo que exigimos quienes nos movilizamos por más democracia? ¿Más participación?
Sería iluso no reconocer que la señal electoral fue clara. Esto, más allá de interpretaciones y constataciones sobre el interesado rol de ciertos medios en intervenir -no mostrar- la realidad; el contingente de noticias falsas; un modelo social y económico que fomenta esencialmente la individualidad; el desprestigio del conocimiento y el aprendizaje como parte de la acción cívica y política, que alentó votar sin querer informarse sobre el contenido real del texto. Todo, junto al distorsionante poder del dinero en la política.
Enfrentar todo esto es parte de un pendiente político. Pero incluso así y aunque a millones (porque fuimos millones los que votamos Apruebo) nos defraude el resultado, es la democracia que tenemos hoy. La que aún queremos cambiar.
Ahora, vaya el punto político: el proceso constituyente sigue abierto. El único momento institucional en que se ha preguntado sobre la actual Constitución fue el Plebiscito del 25 de octubre de 2020, que tuvo una respuesta rotunda: queremos una nueva, mediante Convención Constitucional. El referéndum del domingo sólo se refirió al texto propuesto, no sobre la posibilidad de mantener la actual, más allá de las reiteradas alusiones al artículo 142.
Muchas veces me he preguntado qué, en caso de plebiscitarse alguna materia, significa eso de “acatar la voz de la mayoría”. Una pregunta que siempre me ha parecido extraña. ¿Qué es, en la práctica, asumir un resultado electoral para un ciudadano de a pie? ¿Significa decir “ahora que una mayoría de la población ha opinado, me retractaré y consideraré positivo lo que ayer me parecía una desafortunada decisión”? ¿Asumir de hecho estar equivocado porque otros piensan distinto?
La jornada del 4 de septiembre fue un hito electoral, pero también político y ético relacionado con visiones de sociedad. Y si eso involucra ser minoría circunstancial, que así sea. Son los momentos en que, por la importancia de lo que estaba y está en juego, no es problema asumirlo.
Claramente soy parte de ese 38 % electoral que ayer perdió en la urnas. Pero la tarea sigue siendo política y necesaria: impulsar los cambios que creemos relevantes para construir un mejor país y sociedad. Avanzar hacia una combinación de democracia directa, participativa y representativa; retroceder en la mercantilización de los bienes comunes, la naturaleza y los derechos sociales; reconocimiento a los pueblos originarios, junto con la reparación de lo que el Estado de Chile ha hecho en la materia. El domingo todas o algunas de ellas (con nulo, poco o gran conocimiento), no hicieron sentido a una mayoría de los chilenos y chilenas. Por lo menos de las y los 13 millones que concurrieron ese día a las urnas.
Pero no hay que perderse. El voto Rechazo no necesariamente añora la dictadura pinochetista, así como tampoco el Apruebo quiere vivir en Stalingrado. Errores y fanatismos hay en todos lados, y este proceso no ha estado exento de tales exabruptos.
La jornada del 4 de septiembre fue un hito electoral, pero también político y ético relacionado con visiones de sociedad. Y si eso involucra ser minoría circunstancial, que así sea. Son los momentos en que, por la importancia de lo que estaba y está en juego, no es problema asumirlo.
Este lunes se inició como una de esas jornadas en que las únicas opciones son seguir o seguir. Seguir seduciendo, convenciendo, convocando, con un nuevo texto, claro está, pero que en el fondo se dirija hacia ese horizonte al que millones todavía creemos necesitamos avanzar.
Y no hay que asustarse. Porque así ha operado, siempre, la historia.
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Pancho
Tus cambios de izquierda no son de la mayoria. Ganaron las elecciones , bueno ahora perdieron . No creo que pocos meses Boric se haya hundido por las supuestas noticias. Paren a los delincuentes terroristas, los matones de calle y limpien Santiago, promuevan una inmigracion ordenada o la paran , y después quieran vender la mula que ni así se las vamos a comprar. No va a ver otra convencion . Ya nos cansamos del odio. Reformen la otra o la derecha populista va a ganar ¿ a quienes van culpar ? ¿ Los poderes facticos? Miren hacia dentro, su ideologia es fea y de odio.