¿Por qué si a Chile le ha ido tan bien en los últimos 30 años todavía no hemos sido capaces de romperle el espinazo a la desigualdad?, se pregunta Héctor Soto en su columna del diario La Tercera. He oído esta pregunta capciosa más de mil veces como si de verdad se tratara de un misterio. La respuesta la conocemos todos: es mentira que a Chile le ha ido tan bien. Muy bien le ha ido al puñado de familias dueñas de todo, mientras a Chile le ha ido bastante mal, o siendo más optimistas, al país le ha ido bastante reguleque.
La pregunta por la desigualdad en Chile esconde una falacia que se asume como premisa incuestionable del modelo, y por eso es a la vez un cuestionamiento retórico y una estrategia distractiva. Se supone que ha Chile le ha ido y le está yendo de maravilla. Uno se pregunta entonces: ¿por qué cuesta tanto llegar a fin de mes con las cuentas ordenadas? ¿Por qué la clase media está endeudada hasta el cuello? ¿Por qué los bienes de consumo aumentan pero la calidad de vida disminuye? ¿Por qué Chile parece cada vez más una bomba de tiempo a punto de estallar?
Hace ya bastante tiempo que el vaso amenaza con rebalsarse y la espuma social que sigue subiendo es la efervescencia de las calles. La clase dirigente -a esta altura me parece justo hablar de clase- insiste en simular que se trata de un falso malestar, un grito destemplado de minorías furibundas que no representan a la señora Juanita, esa que tanto gustaba al ex presidente Lagos, hoy desaparecida tras la larga lista de deudas de las tarjetas crediticias del supermercado y el retail.
Desde las distintas corrientes políticas de gobiernos post-dictadura todos se apresuran a formular esta dichosa pregunta, como si al hacerlo se estuviera solidarizando con el electorado, esa misma masa anónima que han traicionado a lo largo de los últimos 24 años con una agenda política afín a los intereses corporativos. Mientras más se repite y se repite la pregunta, más lejana parece estar la respuesta. Institutos estilo think-tank yanqui como Libertad & Desarrollo, el CEP o la Fundación Chile 21 la formulan hasta la náusea, y enarbolan hipótesis de toda índole que exigen correcciones al sistema, correcciones que suelen mediar la profundización del mismo, como si el remedio para una enfermedad fuera una dosis extra del virus que la provoca. Quizás es por eso que no han querido generar las condiciones para una educación pública gratuita y de calidad. Un pueblo educado podría descubrir la trampa detrás del señuelo.
Creo que sería sano que la clase dirigente asumiera el peso de la evidencia y con ello se ganara las simpatías de la calle, esa que intentan minimizar cada vez a través de los canales que controlan, reduciendo el número de manifestantes convocados a la cifra más miserable posible. Y quiero decir clase dirigente, no clase política, pues tampoco es un misterio que quienes nos dirigen yacen cómodamente tras bambalinas, en las selectas élites que pueden darse el lujo de financiar campañas políticas a diestra y a siniestra, asegurándose así una entrada discreta pero infalible al círculo de los lobbistas. Por su parte el contribuyente, asaltado por el Estado y la empresa privada al mismo tiempo, no puede más que poner su voto y quizás un poco de esforzado trabajo por su candidato. Deberá confiar en que a Chile le va estupendo, que las proyecciones de crecimiento son alentadoras y que con un poco de suerte, la conjunción entre la teoría del chorreo y la democracia “en la medida de lo posible” terminarán mejorando algún día la vida de sus tataranietos.
Desde las distintas corrientes políticas de gobiernos post-dictadura todos se apresuran a formular esta dichosa pregunta, como si al hacerlo se estuviera solidarizando con el electorado, esa misma masa anónima que han traicionado a lo largo de los últimos 24 años con una agenda política afín a los intereses corporativos.
Pero seamos honestos. A Chile no le va bien, porque Chile no son ellos. Chile somos todos nosotros.
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Claudio Durán Vidal
Pero también hay consumismo generalizado, de todos/todas, con desigualdad. Si Chile fuera uno de los países llamados ‘desarrollados’, es decir, consumistas eximios, la pregunta sería la misma que dio ocasión a este análisis. Mucho menor desigualdad, y mucho consumismo, y menos calidad de vida.
Carolina Ramos
Estimado colega,
Lo felicito en su análisis, tanto en su figura, contenido y forma.
Ya estaba hoy comentando este tema en casa de una forma menos elaborada en el relato, pero con la convicción de que estamos ante una cortina de humo.
Un abrazo y espero sus próximos análisis..
Carolina