Frente a este desmesurado desfase estructural de inequidad y la propuesta de Bachelet de corregirlo, la derecha en estado de pánico, echa mano de nuevo a la campaña del terror, tan repetitiva como soporífera, y se convierte, por sus excesos, en una campaña más bien de un humor execrable que, como antes, volverá a fracasar.
La derecha está en estado de pánico. Después de 50 años alcanza el poder en 2010 –con 17 años de gobierno de facto con Augusto Pinochet-, su gobierno llega a su fin sin pena ni gloria y en las últimas elecciones sufre una debacle electoral.
En este escenario y con la candidata opositora, Michelle Bachelet, proponiendo un cambio estructural del sistema heredado de la dictadura y con 20 puntos por delante de su candidata, Evelyn Matthei, la derecha tiembla. Anquilosada en el pinochetismo, lucha por mantener el statu quo que se heredó de la dictadura y que le ha permitido vetar cualquier reforma que implique un cambio estructural, y nuevamente acude, como en la elección presidencial que ganó Salvador Allende en 1970 y en el plebiscito del Sí o el No en 1988, que derrotó a la dictadura, a una campaña del terror.
La proclamación de que las reformas estructurales que propone Bachelet ahuyentan la inversión extranjera y producirán el coas económico, y la advertencia del “peligro” de que un gobierno de Bachelet pueda ser el primer eslabón del socialismo en Chile, es la culminación de la campaña del terror.
En la primera vuelta presidencial y parlamentaria, más del 70% votó por el cambio estructural, incluyendo a la nueva derecha liberal. El cambio de paradigma económico e institucional con una nueva Constitución que propone Bachelet, es tan conciliador como prudente, y no está contra nadie, más bien está a favor de todos, incluyendo los intereses de la derecha más obcecada: es un cambio necesario e impostergable para poner las bases de una justicia social tan esencial como elemental y que en los países desarrollados, a los que aspira pertenecer Chile, es desde hace décadas la garantía de la cohesión social. No es ni el neopopulismo chavista ni mucho menos una versión chilensis del castrismo, y sólo pretende modificar el neoliberalismo salvaje heredado de la dictadura que, si bien es cierto, ha creado riqueza, también ha creado una de las sociedades más desiguales del mundo. Este cambio institucional consagrado en una nueva Constitución, apunta a sentar las bases de un capitalismo “con rostro humano” que, históricamente, es el sistema democrático que ha alcanzado la justicia social más eficaz y solidario, materializado en la Sociedad del Bienestar.
El modelo chileno confirma que el crecimiento económico sostenido ha reducido la pobreza del 46% al final de la dictadura al 14% actual y cuadruplicado el poder económico, pero padece de una desigualdad socioeconómica insostenible, donde ”el 1% más rico acumula el 32% de los ingresos totales» y unos pocos “multimillonarios representan casi el 25 % del PIB, liderando el ranking mundial de concentración y desigualdad…” (1). Frente a este desmesurado desfase estructural de inequidad y la propuesta de Bachelet de corregirlo, la derecha en estado de pánico, echa mano de nuevo a la campaña del terror, tan repetitiva como soporífera, y se convierte, por sus excesos, en una campaña más bien de un humor execrable que, como antes, volverá a fracasar.
(1) Marco Kremerman y Simón Ballesteros, Estudios Nueva Economía (ENE), www.estudiosnuevaeconomia.cl
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