Mientras los candidatos sigan siendo rostros sin ideas, mientras el debate esté reducido a dos o tres cuñas, mientras los mecanismos de representación sigan siendo rutinas que los perpetúan a ellos en el poder, mientras la “oferta” siga siendo paupérrima, cualquiera de nosotros tiene la posibilidad de convertirse en un “peligro para la democracia”.
Una adolescente de 17 años, vocera de una de las agrupaciones de estudiantes secundarios, hace un llamado a no votar. Aún más, llama a “funar las elecciones municipales”. Y la reacción es la clásica de nuestra clase política: la histeria.
Descalificaciones a la señorita en cuestión, llamados desde todos los sectores a no escucharla, presidentes de juventudes de partidos que citan a conferencias de prensa para pedir su renuncia, otras asociaciones de estudiantes que se unen para firmar un llamado, ahora sí, a votar… uf.
Y obviamente, los más exagerados, de un bando u otro, señalando que llamados como los de Eloísa representan un “peligro para nuestra democracia”.
Tan destempladas reacciones me trajeron a la memoria el bullado Congreso Nazi organizado en nuestro país el año 2000.
Un “joven publicista” que editaba una revista nostálgica del nazismo, hace una convocatoria a una reunión de pomposo nombre. Bastó que un vespertino le dedicara un cuadro de un par de centímetros para que cundiera pánico.
Seguimientos policiales, declaraciones, entrevistas, hasta viñetas cómicas en los diarios para denunciar el inminente peligro para nuestra democracia que representaba ese tipo de encuentro.
Finalmente, detienen al convocante por giro doloso de cheques, según la mayoría de los medios la reunión se frustra y, finalmente, un desaparecido diario publica la noticia de la secreta realización del cónclave, incluyendo la participación del “joven publicista”, ya en libertad.
Evidentemente, después de esa reunión, no pasó absolutamente nada. No se formó un partido político, no hubo una revolución nacionalsocialista, no hubo golpe de estado liderado por hordas de tropas de asalto. Claro, el famoso congreso resultó ser una oncecita de menos de 10 “dirigentes” de otros tantos grupúsculos igual de exiguos. Y el convocante, que trató de “proyectar” su reunión a través de un movimiento político, resultó ser de esos que se arrancan con la caja chica.
En 2000, con Congreso Nazi y todo, nunca estuvo en peligro la democracia chilensis. Como tampoco lo está ahora con el llamado de Eloísa a no votar. Antes bien, si alguien representa un peligro hoy para nuestra democracia es, precisamente, nuestra clase política.
Me explico. Supongamos que los mismos que organizaron el citado congreso forman un partido político, presentan candidatos y obtienen, si no representantes, al menos un número significativo de votos.
O supongamos que miles, millones de jóvenes, escuchan el llamado de Eloísa y este domingo no van a las urnas.
¿Tanto atractivo tiene una propuesta hecha con bandas uniformadas, pelo corte militar y panfletos apelando a los típicos slogans nacionalsocialistas? ¿Tan atractivo es el llamado de Eloísa?
¿No será más bien que la “oferta política” (detesto el término, pero en fin) es tan mala, tan mala, que basta con que alguien de mediano carisma muestre una opción “diferente” para que nuestros políticos entren en pánico? Esa, creo yo, es la raíz del problema.
Mientras los candidatos sigan siendo rostros sin ideas, mientras el debate esté reducido a dos o tres cuñas, mientras los mecanismos de representación sigan siendo rutinas que los perpetúan a ellos en el poder, mientras la “oferta” siga siendo paupérrima, cualquiera de nosotros tiene la posibilidad de convertirse en un “peligro para la democracia”, siendo que en realidad lo son los partidos políticos. No los partidos per-se, sino la forma en que son conducidos hoy, que nos tienen en esta llamada crisis de representación, y de la cual no se ve forma de salir: los partidos no hacen nada para ser más representativos, y la “mecánica” de nuestra democracia siguen siendo tan restringida que es casi imposible que surjan partidos nuevos que los reemplacen.
Y ojo, todos esos problemas nacen precisamente de la forma en que la dictadura concibió nuestra democracia: protegida. Que no es otra cosa que el gobierno de unos cuantos (¿pococracia?).
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