Diversas fueron las interpretaciones que se dieron a los resultados de la última encuesta CEP; unos obtuvieron excelentes avances y otros, un retroceso. Sin embargo, lo que llama la atención y que explicaría en parte esos efectos, es el tipo y las características de la participación que existe hoy en el país. La pregunta clave en torno al problema es por qué la ciudadanía evaluó con un bajísimo nivel a los políticos en general. Y esa respuesta tiene que ver en cómo se percibe la participación electoral en Chile.
Ahora bien, si en una encuesta nos preguntan si aprobamos o no al gobierno o a determinados personajes políticos, es clave que esa misma encuesta contenga la pregunta más vital de todas: ¿En cuántas y en qué tipo de elecciones ha participado? Y ello porque entramos en la eterna discusión del deber ser y el parecer. Si criticamos el sistema pues debiésemos utilizar las herramientas institucionales para mejorarlo o cambiarlo y no delegar responsabilidades en quienes nosotros mismos escogimos por omisión ( votos blancos) o directamente. Es un fenómeno común de los procesos democratizadores que tomó fuerza y se instaló para no irse jamás: como ya no tenemos contra qué luchar, entonces no luchamos. Sin embargo claro que hay motivos y ese motivo debería ser fortalecer la democracia. No basta con votar en elecciones como símbolo de participación y democracia- otro comportamiento muy común en toda la región- hay que integrar y formar parte de los procesos democráticos y uno de ellos es tener la capacidad critica de observar a quienes nos representan, a los gobiernos y generar instancias en donde la voz de quienes son soberanos y con el poder, es decir, los ciudadanos, debiesen utilizar a su favor.
Un estudio realizado el año pasado por Adrián Pignataro, respecto a la participación electoral comparada en América Latina, reveló las causas y estableció modelos sobre por qué algunos países en América Latina participan más en la democracia y otros menos. En el estudio se pudo concluir que las variables que más peso tienen en la participación electoral, en este caso, tienen relación con la competencia electoral, el tipo de poder presidencial institucional, el registro automático o el registro obligatorio, y además la presencia de inercia del electorado. De esos indicadores el que más se relaciona con los resultados de la CEP es la competencia electoral (hay otros pero la encuesta sólo contiene éste). Cuando se les pregunta respecto a con qué flanco político se identifica, Alianza o Nueva Mayoría, hay un abrumador 57% que refleja que no lo hacen con ninguna coalición. Ello no sólo es reflejo de que no se perciben diferencias entre ellas, sino de que la oferta se agotó. La fórmula ya no está respondiendo a las necesidades del electorado de hoy. De hecho, una pregunta que no figuró, fue si conocían otros partidos políticos. Es decir, se asume que no aprueban a las coaliciones tradicionales pero ¿se conocen otras opciones políticas que me permitan participar electoralmente?
Como señala el autor, tanto el legado histórico, como el peso del voto, la oferta política, y los beneficios y costos, son variables de por qué la gente decidiría levantarse el día de las elecciones a votar por quienquiera que fuese. En un sistema como el chileno en donde el binominal no le otorgaba un peso al voto, en donde votar por la derecha estaba mal y por la izquierda también, es difícil que un ciudadano sienta el llamado interno a utilizar el mayor mecanismo de poder que tienen: votar y participar en los procesos de toma de decisiones. Y quizás más que las condiciones, es que aún no comprendemos que una democracia o una poliarquía, para ser más estrictos, no se entiende ni existe si la ciudadanía no asiste ni amplía su participación en el poder. Con la implementación de la ley de participación ciudadana, de lobby y de transparencia, de la regulación de los fondos reservados y la reforma al binominal, se ha pretendido entregar las herramientas de participación ciudadana que estaban pendientes en el país pero cuántos conocen dichas instancias y más importante aún, cuánto se valoran en pro de una mejora de la calidad de la democracia.
La meta está entonces en no sólo transformar los procesos políticos en algo cotidiano sino en la calidad de los mismos para que sean un aporte al crecimiento ciudadano del país.
La meta está entonces en no sólo transformar los procesos políticos en algo cotidiano sino en la calidad de los mismos para que sean un aporte al crecimiento ciudadano del país, de lo contrario seguiremos en una realidad democrática que se acerca mucho a una ficción.
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