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Del pinochetismo al humanismo

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A diferencia de muchas familias que viven una total prescindencia del devenir político nacional, la mía siempre ha estado vinculada a la política, no sólo por un tema de contingencia o cultura cívica, sino que también partidista. Pero para esta columna en particular haré referencia sólo a uno de mis vínculos parentales, ya que el otro lado lo dejaré para desarrollar otra futura columna (espero).

Mis abuelos paternos siempre han sido muy pinochetistas, y cuando digo muy  creo que incluso me quedaría corto para explicar su devoción a don Daniel. Mis abuelos son de aquellas personas que, confrontadas a los miles de testimonios de las víctimas, documentos desclasificados, sentencias judiciales, reconocimientos explícitos de los victimarios (la elocuente entrevista que concediera el guatón Romo a Univisión, por ejemplo) y toda prueba posible, siguen negando y justificando el actuar de la dictadura/gobierno militar/régimen militar/gobierno autoritario/ dictadura cívico-militar o como prefieran llamar a la “administración” que gobernó este país por 17 años. Recuerdo que de pequeño siempre que aparecían noticias relacionadas a los Detenidos Desaparecidos la primera expresión de mi abuelo era una mueca de fastidio, seguida de un “ya están hueviando estos comunistas”, y escoltada de inmediato por alguna sentencia de mi abuela, que generalmente era un “¿hasta cuándo le van a dar a mi General?”.

Para ellos, un matrimonio de clase media al cual le tocó pasar las pellejerías del “régimen marxista” haciendo colas para obtener leche para alimentar a sus retoños, vivir la violencia callejera y aguantar la retórica extremista de la época que sacaba ronchas entre los políticos tradicionales y generaba el pánico de los más acaudalados, el gobierno de “su” general fue un bálsamo de orden que vino a terminar con todos las tropelías, ineptitudes y abusos de ese gobernante zascandil que quería implantar el “socialismo integral, científico, marxista”.

El 11 de Septiembre fue, sin lugar a dudas, una verdadera “liberación” para mis abuelos. A partir de ahí comenzaría un “nuevo Chile”, próspero, abastecido, ordenado, sin extremistas ni el peligro de convertirse en un “satélite soviético”. De ahí en adelante todo lo que hiciera la Junta era sinónimo de progreso y desarrollo, sea lo que fuere y al costo que tuviere. Con el correr de los años este apoyo no mermó una pizca, manteniéndose incólume a las críticas, objeciones y denuncias de las cuales era objeto la dictadura. ¿Ejecutados? Terroristas. ¿Detenidos Desaparecidos? Algo habrán estado haciendo. ¿Represión? Necesaria. ¿Censura? Seguridad Nacional.¿Torturas? Pamplinas. ¿Excesos? Lógico. ¿Justicia? Comunistas resentidos. Celebraban el apotegma acuñado por el Capitán General de “esto no es una dictadura, es una dictablanda” como si fuera constatación empírica y prueba irrefutable de que su gobierno era un apacible y dócil corcel que enfilaba respetuosa y civilizadamente hacia la democracia, y no un “caballo chúcaro y desbocado al que había que ponerle freno, para que no cometiera más violaciones a los derechos humanos”. Poco faltaba para que tuvieran “El día decisivo” como vademécum personal en sus veladores.

Hoy, tras 23 años de gobiernos democráticos, desvelados el grueso de los peores secretos de la dictadura, las cuentas del Riggs, nuevos y estremecedores testimonios de victimarios y años de conversaciones con un nieto que le deja el The Clinic los fines de semana, he notado un notorio cambio en el pensar y sentir de mi abuela. En realidad lo he venido notando desde hace bastante tiempo hasta ahora, pero digo “hoy” para hacer hincapié en la fecha y darle un tono conmemorativo, amén de ponerme a tono con la catarsis colectiva que se ha estado viviendo en el país estos últimos meses.  Este cambio no pasa por renegar de su pensamiento político o de arrepentirse por haber apoyado, política y socialmente, a Pinochet. No no, nada que ver. Por lo demás, siempre ha sido una mordaz inquisidora de aquellos que han dejado “solo” al general y su legado (Moreira es de los pocos que aún conservan intacto el mayor de sus respetos). Más bien a lo que me refiero es a un cambio en la manera de ver el panorama completo (“the hole picture”, como dicen los gringos) y, principalmente, comprender el dolor y la impotencia de las víctimas. Porque por mucho que el gobierno de la Unidad Popular fuera “el peor de la historia”, o todo lo nefasto que pudo ser para cierta parte de la sociedad y para ella y su familia en particular, nada justifica el horror que siguió al derrocamiento de Allende y el quiebre de la democracia. O como le gusta decir a cierta gente; “se estaba con el Golpe pero no con lo que vino después”, en un ejercicio semántico que puede ser bastante verídico pero que, a mi parecer, tiene más de una acomodaticia y oportunista expiación colectiva que de una sincera y juiciosa crítica individual.

Porque por mucho que el gobierno de la Unidad Popular fuera “el peor de la historia”, o todo lo nefasto que pudo ser para cierta parte de la sociedad y para ella y su familia en particular, nada justifica el horror que siguió al derrocamiento de Allende y el quiebre de la democracia. O como le gusta decir a cierta gente; “se estaba con el Golpe pero no con lo que vino después”, en un ejercicio semántico que puede ser bastante verídico pero que, a mi parecer, tiene más de una acomodaticia y oportunista expiación colectiva que de una sincera y juiciosa crítica individual. 

Hoy mi abuela ya no se jacta de ciertos desatinos que en el pasado le parecían hilarantes y, lo más complejo de todo,  que ocupaba como parte de su argumentación en la única ideología que la derecha no ha cambiado un ápice desde que comenzara a ser mal visto el secuestrar, torturar, asesinar y hacer desaparecer personas; la teoría del empate. Porque para la derecha, antes de comenzar a hablar sobre el régimen militar, en cualquiera de sus aspectos, le es condición sine qua non realizar un extenso preámbulo que le sirva de coartada a los disparates que pudieran llegar a esgrimir en la justificación del Golpe y a las barbaridades que pudieran llegar a justificar sobre dicho régimen. En ese tipo de alocuciones nunca se sabe qué nuevo exabrupto dejará escapar esa  peligrosa mezcolanza de incomodidad coyuntural, presión mediática, escaso autocontrol, consecuencia ideológica y lealtad política (¿le queda lealtad a la derecha chilena?).

El respeto y comprensión que muestra hoy mi abuela hacia sus antiguos “enemigos” es digno de hacerlo notar en esta fecha, en donde todo el mundo clama y añora una necesaria “reconciliación” entre esos dos bandos antagónicos que han protagonizado nuestra larga transición. Ese respeto y esa comprensión es la constatación de que los Derechos Humanos en nuestro país se han erigido como un valor absoluto, superior e innegociable. De que la lucha de todas esas madres, esposas e hijos ha valido la pena en el proceso de repensarnos como una mejor sociedad y democracia. Que aunque aún queden muchos crímenes sin resolver, detenidos y ejecutados cuyo paradero se desconoce y victimarios impunes, es inmoral sopesar vidas humanas con éxitos económicos. Que es abominable cuestionarse el por qué a una persona se le pudo vejar y ultimar ya que pensaba distinto. Que es indecente el poner en tela de juicio los testimonios de madres a las que les fueron arrebatados sus hijos. Que aunque se siga siendo partidario y adherente del régimen militar, por muy difícil de sostener que esto sea para algunos y lo más normal para otros, la condena a esos crímenes no es algo sujeto a cavilaciones y titubeos sino que la primera objeción a tener en cuenta.

Por el cambio de actitud que he visto en mi abuela, y a pesar de estar en la otra cara de la moneda, aquella que no sufrió ni fue víctima de las atrocidades y los vejámenes, creo que algo ha estado cambiado para bien en nuestro país.

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2 Comentarios

maria santibañez

CREES QUE TUS ABUELOS SE·: HUMANIZARON : ELLOS SABEN COMO PIENSAS DE ELLOS ESPEREMOS QUE NO SEA ASÍ LES ESTARÍAS ENTREGANDO UN GRAN DOLOR QUE NO SE LO MERECEN CUANDO ELLOS YA NO ESTÉN DEMASIADO TARDE ELLOS TE ENTREGARON CARIÑO AMOR RESPETO JAMAS OLVIDES LO QUE SEMBRAMOS COSECHAMOS

hectorgarrido

hectorgarrido

Me parece super buena tu columna. Me hizo evocar una frase de Longueira que decía algo así como: «perdimos el plebiscito, pero ganamos la batalla de las ideas». El gran logro de la dictadura fue derechizar el espectro político. La concertación no fue una segunda unidad popular y al parecer no eran pocas las personas que consideraban los logros económicos obtenidos por Chile como una validación del régimen, sus atrocidades y sobre todo su institucionalidad. Hoy en día, creo que el proceso es inverso. Mucho se criticó a Piñera porque para algunos era un «5to gobierno de la concertación», suma a esto un movimiento estudiantil que despertó en muchos sentidos a la gente, pues sus demandas y críticas trascendieron y salpicaron a muchas más esferas de la vida social que la educación. Chile está viviendo una transformación cultural y desde mi modo de ver las cosas, qué bueno que sea así.
Saludos!