Cada vez me cuesta más emprender un nuevo análisis político. En este cuasi eterno período de año y medio, el gobierno y el oficialismo se superan constantemente a sí mismos en los errores, la estupidez y la arrogancia. Esto dificulta enormemente seleccionar un tema e intentar darle sentido porque, al fin y al cabo, cualquier cosa que ponga algo de racionalidad termina quedándose corta. Y eso que escribo desde la oposición, así que no me queda más que compadecer a aquellos eternos optimistas de derecha que porfiadamente insisten en las supuestas cualidades de un gobierno irresoluto y pobremente gestionado.
El Diputado Gonzalo Arenas (UDI), en un rapto de incontenible felicidad por el aterrizaje de Chadwick y Longueira al gobierno, nos hizo saber en una nota reciente en El Mostrador, que por fin se enmendaba el rumbo y el gobierno tomaba un nuevo cariz. El parlamentario, para no renegar de lo obrado hasta ahora, resaltó la competencia profesional del primer equipo de gobierno y advirtió que era obvio que personas tan inteligentes escucharan poco, después de todo sólo necesitaban sentarse a idear soluciones. A mi me surgen muchas dudas con lo que dice Arenas. Como, por ejemplo, si en esa categoría de notables profesionales de oídos sordos incluye también a Lavín; algo que explicaría el poco juego de piernas del ex ministro de educación frente al conflicto estudiantil. Tampoco me queda claro que los recién llegados, tal vez más proclives al diálogo, sean en realidad unos tontos de capirote (nótese que el contrapunto se basa en un argumento que no es mío). En síntesis, podríamos inferir que pasamos de unos super inteligentes que no dialogan a un modelo donde habría más diálogo pero menos inteligencia, una ecuación notable.
Lo del diputado Arenas puede parecer un chascarro, pero hay que presumir que su postura viene de sus convicciones políticas y, por qué no decirlo, de su buena fe. Sin embargo, es preocupante que en su imaginario el diálogo aparezca como un estado de inferioridad intelectual, aunque claramente más apreciable y necesario que el modelo que intentó ejecutar el gobierno.
El otro rasgo distintivo del análisis de Arenas es el inconmensurable optimismo que le produce el predominio de la UDI en el aparato del Estado. Lamento tener que recordarle a Arenas dos cosas: una es el poco apego democrático de la UDI, que aparece disponible para sacar personeros de cargos de elección popular y designar a destajo (cuestión que muestra muy poco respecto por las mayorçias); el otro elemento, quizás más complejo, es que el dueño del timbre del gobierno y el que pone la firma es un señor Piñera y no un señor Longueira. En este contexto, sólo cabe esperar que las tensiones que hemos visto innumerables veces entre el gobierno y el gremialismo prevalezcan, la diferencia es que ahora se dan al interior del mismo gobierno. Algo de eso hemos visto en estas semanas.
En fin, pasemos a otro debate que también intenta explicar lo que, a mi juicio, ya es inexplicable. El rector Carlos Peña ha sostenido en su crónica semanal que Piñera es en realidad nihilista y da varios argumentos que permiten concluir que la falta de propuestas, objetivos y metas del gobierno está en directa relación con el afán de lucimiento personal del Presidente. Sin duda, algo razonable y tiene su lógica, excepto que el Presidente brilla poco y si lo hace la gran mayoría asume que no es oro, sino pirita (el oro de los tontos). No hay que olvidar que la credibilidad del Presidente se sostiene apenas por cuatro gatos.
Para retrucar la tesis de Peña, el periodista Roberto Meza sostiene un argumento que encanta a la derecha, como es el desapego ideológico que se habría instalado después de la Guerra Fría. La supremacía de las ideas capitalistas permite que la derecha transite y haga suyas medidas y políticas propias y tradicionales de la izquierda. En palabras de Meza, lo característico del gobierno sería el pragmatismo. En mi concepto, harto más simple y cotidiano, una persona pragmática es la que resuelve problemas más o menos concretos. No puedo decir que sea pragmático alguien que establece soluciones de física cuántica, pero sí aquel que se hace cargo del alza de los combustibles, la distribución de los impuestos, la calidad de la educación o de la salud pública. No veo el pragmatismo en este gobierno, excepto en aquellas ocasiones que, estando muy presionado, acepta las políticas que impulsa la Concertación.
En definitiva, creo que hay que mantener cierta prudencia en cómo se cataloga a este gobierno. Para unos es nihilista, para otros pragmático, algunos dirán si es más o menos inteligente, una gran mayoría lo ve como un bodrio. Por mi parte pienso que más vale la analogía y, reparando en ello, la imagen que me produce es la de una ameba. Algo gelatinoso, medio informe, que da cierto repeluco y que la gran mayoría evita porque produce unas alergias terribles. Hay que tener cuidado porque en ciertos casos su picadura puede ser fatal.
——–
Foto: wcce
Comentarios