El 2011 ha transcurrido como una serie de réplicas sociales cuyas demandas trascienden poco a poco lo sectorial. El extremo sur dio la campanada inicial con su puntarenazo. A partir de un alza de precios, pusieron sobre el tapete el repudio generalizado al centralismo autoritario de la élite santiaguina; la protesta social mapuche contra la aplicación de la ley antiterrorista evidenció la tajante negación de los derechos políticos de los pueblos originarios; el clamor popular contra Hidroaysen revela no sólo una crítica a la eventual aprobación de un proyecto de inversión en particular sino al hastío de ver al Estado puesto al servicio del interés privado en vez del general. Por su parte, el ascendente y masivo movimiento educacional (estudiantes, profesores y académicos, liderados por los primeros) se dirige directamente contra el modelo educativo chileno, casi completamente privatizado, clasista y de pésima calidad. Estas manifestaciones parecen evidenciar un agotamiento del modelo organizativo autoritario, clasista, privatizante, excluyente y anti-popular impuesto en Chile hace más de tres décadas.
En cada una de estas coyunturas encontramos dos tiempos. Uno, de corto alcance, en que se expresa la demanda específica del momento; otro, de onda media, en el que corre la crisis del modelo. La convicción de que existe este segundo tiempo es la que nos permite pensar las coyunturas como algo más que un simple episodio. Nos permite entenderlas como ventanas de un proceso. Es así como podemos visualizar el pingüinazo del 2006 como un hito de acumulación de capital social en la lucha por la transformación y no simplemente como otra derrota del movimiento frente a la clase política.
Hasta hace un tiempo, el ciclo de movilizaciones estudiantiles comenzaba a partir de la insuficiencia del fondo solidario y desde ahí se intentaba alcanzar un grado de politización que permitiera cuestionar el modelo en su conjunto. El ejercicio culminaba tras el 21 de mayo y la entrega suplementaria de recursos. El escenario cambió a partir de las movilizaciones de 2005 y la creación de un sistema de becas para las universidad tradicionales (un cuasi arancel diferenciado) y el crédito con aval del Estado para las no-tradicionales. Sin embargo, esto no significó un repliegue. Por el contrario, el aprendizaje social y político del ciclo que se cerraba estalló al año siguiente con la irrupción de los adolescentes, dando comienzo a una nueva etapa, en la que el centro de la movilización es desde un comienzo, político: fin al lucro, desmunicipalización, igualdad; desplazando a un lugar secundario las cuestiones gremiales (becas, pase escolar). Es esta marcada politización del movimiento estudiantil su principal singularidad. Ésta es la que permite considerarlo como un nodo particularmente interesante para proyectar una salida transformadora a la posta de los malestares que venimos experimentando.
La clase dominante tiene dos cuestiones que resolver. Por una parte, debe enfrentar la movilización estudiantil ascendente sin tener mucho que ofrecer más allá de dilación o represión, pues no puede ni quiere tocar el modelo educacional (porque constituye una pieza clave de su dominación, y/o porque tienen intereses económicos directamente vinculados al mismo). Por otra parte, no sólo el gobierno, sino la clase política en su conjunto, debe tomar medidas frente a la crisis del modelo de dominación. Probablemente, la respuesta desde las alturas será la apertura del padrón electoral (inscripción automática y voto en el exterior), lo cual está lejos de ser una solución duradera, pero sin duda tendrá efectos relevantes en el desarrollo posterior de la crisis. Frente a ello, en el mundo social, desde hace un tiempo se viene escuchando la idea de avanzar hacia una Asamblea Constituyente.
La coyuntura descrita, y particularmente la cuestión educacional, presenta características que invitan a explorar caminos que permitan a los actores sociales acumular fuerzas para resolver la crisis general a favor de los pueblos y la transformación. La Asamblea Constituyente no es por sí misma garantía de que el eventual nuevo pacto social responda a los intereses de los pueblos y sea un ejercicio soberano. Para ello resulta indispensable contar con experiencias, mecanismos y orgánicas capaces de canalizar y expresar la voluntad popular. En este sentido, la idea de convocar desde el movimiento a un plebiscito para que sea la ciudadanía la que se pronuncie sobre los principios sobre los cuales debe hacerse la reforma educacional (desmunicipalización, empoderamiento, fin al lucro) aparece como sumamente atractiva. Por una parte, evidenciaría las limitaciones institucionales a la expresión de la voluntad popular y, por otro, implicaría un despliegue orgánico horizontal y deliberante, indispensable para proyectar un proceso constituyente controlado desde abajo.
La modalidad concreta sería impulsar desde las organizaciones federativas y territoriales una convocatoria a plebiscitos comunales centrados en los principios que deben inspirar el nuevo modelo de educación chilena. A diferencia de la experiencia de laConsulta Nacional de Educación 2008, esta iniciativa debería enquistarse en la institucionalidad vigente para desnudar su persistente falta de legitimidad y potenciar su superación. Además, debería incluir asambleas comunales donde se dirima el contenido del voto para cada Comuna en que se realice, sin perjuicio de intentar el mayor grado posible de coordinación entre los distintos territorios.
Los plebiscitos comunales contemplados en el modelo chileno pueden ser convocados por los ciudadanos que logren reunir firmas notariales que representen el 5% del padrón electoral de la comuna y pueden llegar a ser vinculantes, si vota en ellos más del 50% del padrón. Lo relevante aquí, -más que una eventual declaratoria de ilegalidad (cuyas consecuencias pueden ser aun más interesantes)- es el proceso social y organizativo que implica la convocatoria a un plebiscito desde la ciudadanía y la discusión en torno a qué debe preguntarse, de qué manera y en definitiva, cómo debe organizarse un aspecto específico y fundamental de nuestra sociedad, como es la educación.
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Lo expuesto arriba no pretende ser una receta para el éxito. Más bien, busca contribuir a aterrizar el horizonte constituyente en la dinámica actual del movimiento.
@domatas
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Foto: Gonzalo Zapata / Licencia CC
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