Transitamos por un año decisivo en términos políticos. Dentro de algunos meses, la ciudadanía tendrá una nueva ocasión de manifestarse a través del voto en las Elecciones Parlamentarias y Presidenciales del próximo 17 de noviembre. Evento que se vislumbra bastante ambiguo en cuanto a su desarrollo, sustancia y resolución, al menos desde el punto de vista de su matriz democrática: la participación.
Como es sabido, en el último proceso eleccionario de alcaldes y concejales, la tasa de participación ciudadana se configuró en torno a un magro 40% ( si consideramos los más de 13 millones de inscritos, según datos del Servel). Hubo comunas en las que los lugares de votación se encontraban literalmente vacíos. El desgano y la nula percepción de trascendencia del proceso llevó a que sólo unos pocos escogieran a los candidatos que les parecieran idóneos para desempeñar los cargos públicos vacantes. Por esos días el acerbo de la crítica se concentró, fundamentalmente, en la puesta en marcha de la Inscripción Automática y Voto Voluntario que posibilitó el otorgamientode una mayor autonomía a la masa electora.
Si bien es cierto la entrada en vigencia de dicha normativa produjo que muchas personas, que simplemente tomaron la decisión de no votar, se sintieran aliviadas porque no recaería sobre ellos ninguna sanción legal o económica, también generó –el riesgo que se temía y se tuvo la disposición de correr al aprobar ese cuerpo legal- una suerte de honestidad cívica. Efectivamente. Quienes antes concurrían a las urnas con el peso en sus espaldas de una eventual sanción al no asistir, bajo la nueva modalidad rompieron sus ataduras para con el sistema. Abstención que develó el anterior“motor” participativo.
Y en esta nueva instancia democrática, para mi gusto aún más decidora, las probabilidades de ocurrencia del mismo fenómeno siguen siendo elevadas. Pero más allá del descenso en la participación de la ciudadanía en procesos eleccionarios, nos deberíamos cuestionar los ofrecimientos políticos de fondo que se les hacen a los potenciales votantes. Cuando a través de los medios de comunicación constatamos que la clase política continúa enfrascándose en disputas estériles -para el interés de nosotros como electores- como lo son los cupos parlamentarios (sus fincas) o el empeño permanente por enlodar al adversario político en vez de intentar derrotarlo con ideas, es que la verdadera participación se deprime.
Más allá del descenso en la participación de la ciudadanía en procesos eleccionarios, nos deberíamos cuestionar los ofrecimientos políticos de fondo que se les hacen a los potenciales votantes. Cuando a través de los medios de comunicación constatamos que la clase política continúa enfrascándose en disputas estériles -para el interés de nosotros como electores- como lo son los cupos parlamentarios (sus fincas) o el empeño permanente por enlodar al adversario político en vez de intentar derrotarlo con ideas, es que la verdadera participación se deprime.
En el exordio de estas Presidenciales y Parlamentarias 2013, donde ya hemos presenciado cómo los candidatos, principalmente a la Presidencia de la República, enuncian una abundante cantidad de eufemismos, lugares comunes y circunloquios, aunque se han sofisticado en su forma con el paso de los años, que realmente agotan sin decir nada concreto. Sin necesidad de individualizar, rápidamente se vienen a la cabeza conceptos redundantes como “estamos trabajando”, “lo que el país necesita es…”, “Chile lo pide”,“estamos abiertos al diálogo”, o, una de las últimas acuñaciones que se han escuchado y leído con profusión en los medios, “oiga, mire, hagamos la pega”. Expresión utilizada con la intención de denotar “cercanía” y “buena onda” política. Estos elementos lingüísticos falaces, sumado el reciente retroceso de la no celebración de primarias parlamentarias, explican contundentemente la falta de interés y participación ciudadana. Por esa razón, ahora tienen una nueva oportunidad para reivindicarse. Entonces, veremos cómo la clase política, especialmente los candidatos presidenciales actuales, logran resolver, seducir y convencer –ojalá que con ideas y no con circunloquios y eufemismos estériles-a todos los potenciales votantes con énfasis en los cerca de 5 millones de jóvenes decepcionados con la interpretación de los políticos, pero no con lapolítica. De eso estoy seguro.
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P Oyarzun
Primero que todo, gracias por compartir tu visión sobre el tema. Ahora bien, discrepo con tu premisa expuesta en el primer párrafo de tu comentario. La participación es -y debe serlo- una característica sine qua non de la democracia. Son elementos dicotómicos. No es posible concebir una democracia sana sin que, primero, exista una participación adecuada. No es, por lo tanto, una mera asociación de una idea preconcebida por una determinada cantidad de personas, sino que debe ser comprendida como el pilar que sustenta la democracia y permite su funcionamiento. Es su ethos.
En cuanto a las formas y la preparación de los actores políticos, es completamente analizable. Pero para mí, la cuestión de fondo es la «oferta» política de los candidatos, sus ideas y la capacidad de interpretar e incluir realmente a la ciudadanía en sus propuestas.
peon
Me asombro leyendo similares comentarios siempre, de tan variada índole, pero, teniendo como centro la idea de la asociación de la participación a una verdadera democracia, al fin y al cabo.
Esto yo sé que me lleva directamente a la proposición de una Cámara Ciudadana para solucionar el problema, así como plantearse la solución a numerosas otras inquietudes, siguiendo UN PROCEDIMIENTO INSTITUCIONALIZADO para lograr objetivos.
Sin embargo, lo que más me asombra es una solución que la ciudadanía tiene en frente y no ve, o pareciera que no ve, o no quiere ver, en torno a lo que debe ser una elección, tal como la alcaldicia, o la parlamentaria, o incluso la presidencial.
Esto porque, suponemos gente en una fila, como si fueran vacas en una «manga» que esperan su turno para que les saquen leche, dispuestos con un lápiz a rayar un voto, para «expresarse»…
A esto le asociamos la idea de unos postulanes que provienen de tomo y lomo, de colmillo y costilla de los mismos «consagrados» partidos políticos, que son financiados por una múltiple y amorfa masa de capitales de interminable seguimiento y que probablemente comienzan sus raíces en la cuna de las privatizaciones de «más de 700 empresas estatales» que privatizó el gobiernito de Pinochet.
Entonces, este «VOTAR POR LA SOLUCIÓN» que representa a una persona, en muchos casos, significa votar por personas asociadas a un partido, pero, ¿por qué no hacerlo de otra forma?…
Yo preferiría que un alcalde, o un parlamentario, o un puesto de los 300 puestos de confianza que designa un Presidente, sean designados vía postulación curricular, exigiéndoles determinados requisitos, dando preferencia a determinadas situaciones académicas, ya que se sobre entiende que un profesional con un grado académico de doctorado seguramente está más capacitado para ejercer un cargo de administración pública que alguien que tal vez nunca fue a la universidad, por ejemplo, cosa que debe ocurrir con unos varios de los más de 350 alcaldes del país.
De esa forma, creo que, si asociamos el deseo de participación de la gente, a una propuesta digital en la que se creen los medios para lograr determinados acuerdos nacionales y estos se procedan a implementar, definiendo planes que realizar en cada comuna del país,
a una elección de alcaldes que, además de
seguir la línea de ejecución de los planes establecidos en los acuerdos logrados en el sistema digital que reuniría a la población para que ejerza su intención de participación,
tuviera, o demostrase amplio conocimiento, o habilidad en el tema de dirección pública, producto de su capacitación,
más que de el producto de su asociación política a algún partido de los que se dice que han traicionado a sus seguidores, tanto que muchos desertan de ellos,
posiblemente, así … bla, bla, bla…
Sin embargo, el artículo enfoca la situación eleccionaria, aunque no participativa, a lo que dirán los candidatos, esto es, a la que propondrán por ejecutar en su eventual período gubernamental.
Así al menos veo yo el problema. La elección del Presidente y la elección que hace éste de 300 personas de su confianza, junto a los sistemas eleccionarios de alcaldes y parlamentarios, deben hacer vía postulación pública. Eso creo que nos ahorraría CHORROCIENTOS QUINIENTOS MIL UN problemas, incluídos comentarios inútiles en los diarios, televisión, radio, paredes, panfletos, calendarios, afiches, chapitas, corbatitas, lapicitos, jajaja…
Es tan tirado de las mechas el sistema de elecciones, es tan costoso y a la vez mafioso, que lo más sano sería la postulación pública abierta en igualdad de condiciones…
Así, por ejemplo, cualquier ciudadano que demostrase talento y preparación, podría postular al cargo público que quisiera, incluso al de la Presidencia, o a alguna otra peguita más «como para el perraje que se conforma con un sueldecito más reguleque», cambiando efectivamente toda la línea administrativa que hasta ahora ha sido más bien política, por una de mayor preparación en el área administrativa, gubernamental y a la vez técnica…
De más está añadir las características personales de cada postulante, su integridad o apenas su talento si acaso eso convence a cualquiera que prefiera tal condición para una autoridad pública.