En el evento transnacional que presenciamos el día de ayer en Valparaíso se encuentran dos de los principales antagonismos desde donde el Estado se construye y se reconstruye: 1) la estrategia hegemónica desde un Estado uninacional, estrategia con la cual se obvian complejas dinámicas culturales y 2) anulación del reconocimiento a los pueblos indígenas que al ser reconocidos como sujetos de derechos políticos, levanten, potencien y/o profundicen el proceso de construcción de otro Estado.
En este sentido, no nos parece descabellado que un Estado que propaga eficientemente “una” subjetividad para erguirse como el único ethos posible dentro de su territorio, trabaje sobre la memoria emblemática haciendo que por un lado recordemos al indígena como parte del folklore chileno y que, por otra parte, olvidemos el hecho de que aquellos poseen una identidad propia, lo que no significa promover prácticas multiculturalistas, sino que el reconocimiento del otro como sujeto de derecho, lo que permite embaucarnos en la construcción de un Estado plurinacional, pero cosa más importante aún, en la construcción de prácticas interculturales.
Es por esto que estamos de acuerdo con la afirmación del colegio de arqueólogos de Chile cuando manifiesta que “la competencia Rally Dakar comete un delito, amparado y financiado por el propio Estado de Chile”, pero no estamos de acuerdo con la opinión emanada por el mismo colegio, de que la venia con el Dakar ocurriría por una omisión de las preocupaciones que tiene el Estado para con sus ciudadanos. El Estado chileno no omite su rol en este aspecto, lo que sí acomete con la promulgación de estos actos, es la anulación de subjetividades, de culturas que pueden ser un traspié para que aquel siga enarbolándose por encima de unos sujetos estandarizados.
Las estrategias científicas militares positivas son eficaces cuando el objeto es uno, “el chileno». Tal como lo indica Paola Gonzales, vicepresidenta del Colegio, “el Rally Dakar es un reguero de destrucción en el norte de Chile, calculamos que unos 250 sitios documentados han sido destruidos, es como si nos destruyeran miles y miles de libros de historia prehispánica e histórica, que son inconstruibles, porque no son renovables, con un evento que el Estado promueve de todas las formas posibles”. Así, permitir evanescer estos restos arqueológicos es una intencionalidad ideológica que no escapa a la construcción perenne del Estado nacional.
En este sentido, no nos parece descabellado que un Estado que propaga eficientemente “una” subjetividad para erguirse como el único ethos posible dentro de su territorio, trabaje sobre la memoria emblemática haciendo que por un lado recordemos al indígena como parte del folklore chileno y que, por otra parte, olvidemos el hecho de que aquellos poseen una identidad propia
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Foto: Wikimedia Commons
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