Si bien la noción de resiliencia es conocida, poco se sabe de sus orígenes y de quiénes la han trabajado desde distintos ámbitos del conocimiento humano. Tal vez menos de su aplicación en situaciones sociales o nacionales traumáticas como la que vivimos en Chile desde el golpe de Estado de 1973 hasta el retorno de la democracia, o tal vez hasta el recientemente conmemorado cuadragésimo aniversario.
Boris Cyrulnik es uno de los máximos representantes de la reflexión y aplicación de este concepto. De origen judío, logró escapar a los seis años desde un campo de concentración, el mismo donde murieron sus padres. Psicólogo, neurólogo, psiquiatra y etólogo, es un investigador y prolífico escritor que ha desarrollado su vida personal y académica en Francia. Si bien sus investigaciones están principalmente enfocadas en niños que sufrieron situaciones traumáticas (como él, claro) puede extenderse a cuerpos sociales, a países.
Boris Cyrulnik vivió y estudió una de las situaciones más trágicas vividas por niños en Europa oriental en la historia reciente. Ocurrió junto al colapso de los regímenes socialistas, cuando en Rumania el Estado abandonó muchas de sus responsabilidades después de la caída de Ceaucescu y muchos orfanatos, repletos de niños huérfanos, quedaron a la deriva, a la suerte de la buena voluntad de algunos o a la propia iniciativa, muchas veces irresponsables debido a su tierna edad, de los propios niños. Muchos de ellos fueron a dar a las alcantarillas donde sobrevivieron de la manera más espantosa que se pueda imaginar.
Una vez superada la urgencia, y cuando estos mismos niños ya gozaban de algún tipo de protección social, Cyrulnik trabajó con ellos y gracias a las modernas técnicas de observación del cerebro a través de escáner, pudo darse cuenta como algunas partes de sus cerebros estaban deformadas debido a la deprivación afectiva. Lo más insólito, señala Cyrulnik, es que los niños que salían adelante, se recuperaban y sobre todo recobraban la confianza en sí mismos -lo que les permitía tomar la vida con sus manos y comenzar a construirla con sus propias herramientas-, presentaban transformaciones cerebrales en que la deformación cerebral se superaba. Pero esta recuperación no ocurría de manera espontánea o mágica, ocurría porque el entorno social y afectivo en que se encontraban había cambiado radicalmente, habían encontrado un soporte sobre todo afectivo y además, lo que es clave en la recuperación, el entorno había reconocido la situación traumática por la que habían pasado, se habían hecho cargo de ella y habían puesto todo lo que estaba a su alcance para colaborar en su recuperación. Esa es la resiliencia, no es sólo la capacidad de salir adelante, de sobreponerse a situaciones traumáticas. La resiliencia, según Cyrulnik, también está determinada o amoldada por el entorno que la facilita, por el entorno que crea las condiciones necesarias para que las personas recuperen su dignidad y sobre todo acepta y no niega la situación que vivió el resiliente.
El mismo Cyrulnik lo vivió en carne propia. Durante cuarenta años la cultura donde se desenvolvió no estaba lista para aceptar lo que él vivió, ni tampoco él para contarlo, y según señala, cuando se habla de entorno, no estamos hablando del herido y su psicoterapeuta, sino que de la familia, el barrio, los estereotipos, los prejuicios, las películas. Toda la cultura debe participar. Es el proceso que vivió Sudáfrica, le confiesa Cyrulnik al periodista canadiense Stéphan Bureau en su libro donde lo entrevista. Los africanos le dijeron a los blancos: “esto es lo que vivimos y sufrimos durante el apartheid. Queremos que ustedes nos escuchen y no los juzgaremos (hablando de la población civil sin responsabilidades penales). Si ustedes quieren que vivamos juntos, viviremos juntos, pero es necesario que ustedes nos escuchen”. Y muchos blancos sudafricanos, continúa diciendo Cyrulnik, estuvieron avergonzados de lo que hicieron. No eran los ciudadanos más malos ni perversos, pero vivían en un sistema perverso que permitía que la sociedad sudafricana existiera. Cuando los negros les hicieron ver todo lo que habían sufrido con este sistema, muchos blancos saltaron en lágrimas. Cuando el grupo oprimido por tantos años vio eso pensó que al fin podrían comenzar a pensar en vivir realmente juntos.
Entonces, más allá de la justicia irrenunciable a la que todos aspiramos, como señala Cyrulnik, no basta con pedir reconciliación, no basta en tratar de empatar las responsabilidades que cada grupo político tuvo en el quiebre democrático que produjo el golpe militar en Chile. Para lograr la resiliencia de todos quienes sufrieron la represión y para lograr la resiliencia de la sociedad en general, es la sociedad entera la que debe reconocer la barbarie de la dictadura. Y uno de esos pasos importantes, es por ejemplo, terminar con los eufemismos: el golpe de Estado fue un golpe de Estado y no un pronunciamiento militar; el gobierno militar fue una dictadura; durante la dictadura no se cometieron excesos, se cometieron atropellos sistemáticos a los derechos humanos fruto de una política permanente del Estado de represión contra chilenos opositores; la Constitución Política no estableció un nuevo orden fruto del caos político de la segunda mitad del siglo XX, fue una constitución que nace de una dictadura militar que a sangre y fuego impuso un modelo político no democrático; los medios de comunicación oficialistas burlaron las normas éticas más mínimas en su labor comunicacional, y con ello negaron una realidad cruenta encarnada en las víctimas de la represión política; la plena democracia no comienza en 1990 con la asunción del presidente Aylwin, la democracia que tenemos es imperfecta y es imperfecta justamente porque conserva en lo esencial las amarras que logró imponer la dictadura. Y como dicha democracia es imperfecta, la propuesta de una nueva constitución no puede ser solo una propuesta electoral, tiene que ser parte de un consenso nacional. De ahí es que la seguidilla de perdones debiera ser bien valorada, porque cierto o no desde lo más íntimo de cada quien que lo ha expresado, colabora en este ambiente positivo donde se desarrolla la resiliencia.
La resiliencia, no es sólo la capacidad de salir adelante, de sobreponerse a situaciones traumáticas. La resiliencia, según Cyrulnik, también está determinada o amoldada por el entorno que la facilita, por el entorno que crea las condiciones necesarias para que las personas recuperen su dignidad y sobre todo acepta y no niega la situación que vivió el resiliente.
La resiliencia, entonces, no es solo la capacidad del torturado o de los familiares de los detenidos desaparecidos o ejecutados políticos de salir adelante, de volverse a levantar por su propia fuerza y recuperar la confianza en sí mismos y en las instituciones. La resiliencia es también, siguiendo a Boris Cyrulnik, el contexto que ayuda en ese proceso. Y de ese proceso no solo es responsable el Estado, somos todos los chilenos, hayamos vivido o no la dictadura, pero que seamos lo suficientemente sensibles para reconocer sus horrores y seamos empáticos con quienes más sufrieron. Al mismo tiempo estaríamos colaborando con la resiliencia de un país entero, para lo cual nunca es tarde.
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Foto: Wikimedia Commons
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