La calle camina entre las piedras, entre las bombas, y entre víctimas mortales de la fuerza que el estado ha aplicado ante las protestas. Hay mucha esperanza e ilusión en que algo bueno pasará, pero en lo práctico vemos dos caminos que se han separado el uno del otro:
Se ha sentido el temblor de la calle. Las protestas han demostrado día a día ser pacíficas y de una fuerza popular sin antecedentes en los últimos años. Por otro lado, el Presidente y su equipo, insisten en centrarse en la violencia de grupos aislados ante, principalmente la propiedad privada.
La calle no tiene temor ni vergüenza. Se está organizando generando cabildos, sectorizados por ahora, pero en función de la entrega de ideas. Es decir, la calle tiene interés de negociar y discutir. Se han reunido líderes de las demandas ciudadanas con el fin de generar un nuevo pacto social. Por otro lado, Piñera ya anunció -simbólicamente- que se encierra y no discute más, ya que estará todos los días trabajando duramente en despachar las leyes de sus propuestas, las que fueron pensadas entre cuatro paredes y por los mismos de siempre. El Presidente ha tenido gestos de apertura, pero que no han sido suficientes o en sintonía con la crisis: no hay interés en un cambio de modelo.Cuando pase el temblor, será un buen momento. No se debe tocar la desilusión ya que a pesar de que la ilusión en el futuro crece, vemos por ahora una puerta cerrada en lo político.
Desde el poder, nadie se ha sentado en un cráter desierto. A pesar de las diferencias evidentes entre Gobierno y ciudadanía, nadie ha renunciado. La autoridad no se ha cuestionado la presencia de ninguno de los actores políticos que tienen a miles, o millones, de personas en la calle protestando furiosas. Un cambio total de gabinete no es simbólico en este caso, tiene que ver con el fondo del asunto, comenzar a discutir un nuevo Chile, no el que veíamos hasta hace unos diez días, que recibía golpes desde el poder, sin derecho a réplica.
Hay una grieta en todos nuestros corazones, la desilusión y la sensación de incomprensión. Dentro de este cambio necesario aparece Chadwick, símbolo, obviamente junto a su primo (¿será normal en otros países que el presidente designe a familiares para cargos de poder?), del Chile que ya no va más, o que al menos no debería. Chadwick demostró que no quiere renunciar, negó responsabilidad en la violencia impartida por la fuerza estatal sobre los ciudadanos. No quiere renunciar, no quiere soltar el poder. Demostró que su vocación de servicio público no existe, ya que, de existir, la decisión responsable es omitirse del poder y dejar que los cambios vengan de forma pacífica dentro de un contexto político de acuerdos.
Este cambio recién nos daría confianzas renovadas en el poder estatal. Nueva gente negociando y proponiendo ideas nos puede dar esperanzas en que el temblor que nos sacude y que está dejando muertos entre os nuestros, podrá pasar.
La calle ha demostrado consolidarse en la protesta pacífica. Ha demostrado unión transversal. El gobierno no ha evidenciado ninguna nueva manera de actuar, y al contrario, la agudizado: el toque de queda (a este día, ya naturalizado entre los chilenos) y la responsabilidad uniformada en las muertes de protestantes, han consolidado al gobierno como un grupo de reacción violenta en lo simbólico y en lo práctico.
Cuando pase el temblor, será un buen momento. No se debe tocar la desilusión ya que a pesar de que la ilusión en el futuro crece, vemos por ahora una puerta cerrada en lo político.
La manera en que Piñera se ha cerrado en sí mismo, la respuesta de sus ministros, y el enfoque en la violencia de los grupos aislados nos confirma que para el gobierno el temblor es otro, y tiene que ver con lo material y lo privado: la defensa de supermercados, la nula mención a muertos por protestar, etc. Veinte mil pesos, un 20%, debiera ser suficiente para alcanzar la dignidad, todos sabemos que no. Mientras no haya un gesto real de cambio, por ahora solo podemos imaginar al presidente decirle a su primo cada mañana: Andrés, despiértame cuando pase el temblor.
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